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publicado el 24 de noviembre de 2017

Violencia poliédrica

Lluís Rueda | Haber ganado los premios a guion y mejor actor en el pasado Festival de Cannes concedían un punto de expectación al estreno de a la cinta En realidad, nunca estuviste aquí de la cineasta escocesa Lynne Ramsay que a priori podía perjudicarle. Las comparativas con películas como Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Drive (Nicolas Winding Refn, 2011) acababan por inflar esa sensación de estar ante una posible joya dentro de ese espectro genérico que podríamos denominar thriller violento con elemento introspectivo y espíritu independiente. Pues bien, el filme de Lynne Ramsay contiene una violencia contenida y en su exposición es enérgica pero nunca redundante, gratuita o cool, hablamos de una violencia sórdida que queda limitada a su torturado personaje principal, su gestión del pasado y su imposible redención. El mercenario interpretado por Joaquin Phoenix tiene ese algo de personaje muerto en vida y este filme basado en un relato de Jonathan Ammes es un dispositivo inteligente que sondea en la imposibilidad de cualquier humanidad o principio positivo al que agarrarse, un tupido, elegante y sofisticado retrato de un Nueva York de vasos comunicantes entre los bajos fondos y la clase alta, en concreto, enlazando la prostitución infantil y una casta política de febriles pulsiones. Matón de poca monta, atormentado y enfermizo, el personaje de Phoenix nos permite catalizar todo lo feo y mezquino que nos ofrece el filme entrelíneas concentrándolo en el retrato poderoso de un personaje para la historia del cine de perdedores. La interpretación de Joaquin Phoenix va más allá de la de Travis Bickle/De Niro para Taxi Driver en tanto no es un perturbado, ni su violencia se apodera de la pantalla con mecanismos de pirotecnia, su trazo está más cerca del Ghost Dog (Forrest Whitaker) de El camino del Samurai (Ghost Dog: The Way of the Samurai, 2000) de Jim Jarmush o incluso de un John Rambo (Silvester Stallone) atormentado por su pasado bélico y desubicado en una terrible realidad sin reglas ni valores. Hasta ahí cualquier paralelismo con Taxi Driver, tampoco es un filme que se recree en el magnetismo atractivo del perdedor a la manera de Drive (2011) o Sólo Dios perdona (Only God Forgives, 2013); Lynne Ramsay y Nicolas Winding Refn comparten un sentido especial y meticuloso de la secuencia, pero no dibujan los conflictos desde los mismos intereses ni con la misma óptica narrativa.

Y dejemos las comparativas ahí, pues En realidad, nunca estuviste aquí es un filme fresco y novedoso que confirma el buen hacer que mostró su directora con el inquietante y elegante filme Tenemos que hablar de Kevin. Lynne Ramsay dibuja la problemática de la pederastia y se centra en el caso de la niña secuestrada (Ekaterina Samsonov) con la inteligencia de quien muestra una maldad y negrura transversal e irrespirable. Y es que, a ratos, este filme parece una versión moderna de Frankenstein en que la Criatura es un veterano exmarine atrapado en un mundo hostil y corrupto. Cloacas del alma y capas de basura en mansiones enmoquetadas en las que el tráfico de niñas es orquestado con una asepsia desestabilizadora. Los traumas del pasado, la violencia familiar y la violencia instrumental como alimento para monstruos, son los ejes por los que transita este thriller contenido y lúcido. Un montaje soberbio, una duración de metraje perfecta, nada sobra, nada falta... Estamos ante una de las propuestas más poderosas de la temporada y no hay concesión en ella para empatizar con el dolor, la sangre, la impunidad o el castigo. Un melodrama que muestra las entrañas de la sociedad y que nos invita a refugiarnos en una suerte de placenta y distanciarnos hasta acabar de asimilar lo visto en la sesión. Buen provecho.

Actores: Joaquin Phoenix, Alessandro Nivola, Alex Manette y John Doman.


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