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publicado el 19 de octubre de 2018

El tiempo arde

Marta Torres | Después de ganar el premio al mejor guion en Cannes con Poesía, Lee Chang-dong vuelve con fuerza con Burning, una adaptación libre de un cuento corto de Murakami, titulado Quemar graneros, y que el director surcoreano convierte en una película de dos horas y media singularmente bella. En pocas palabras, el filme habla de desapariciones y de ese anhelo tan humano, y tan cinematográfico, de recuperar un instante perdido en el tiempo y hacerlo brillar.

La película empieza con un reencuentro. El que se produce entre Jong-su (Yoo Ah-In), un joven de campo que quiere ser escritor, y una antigua compañera del colegio Shin Hae-mi (Jeon Jong-seo), a la que no reconoce porque se ha sometido a una operación estética (esta es la primera de las múltiples “desapariciones” que hay en la película). La segunda pérdida ocurre poco después, cuando después de una cita y sexo fugaz, ella viaja a África y vuelve seducida por un joven arrogante y rico. El trio sentimental que se forma, otra constante en el cine, deja pronto la narración romántica para virar hacía lo turbio y lo amenazante.

Burning se mueve en el fértil terreno de lo ambiguo y lo atmosférico. Cada plano es significativo: los espacios caóticos de la ciudad donde viven sus protagonistas, ambos de clase baja, frente al barrio ordenado y minimalista del joven rico; la ciudad angosta y encaramada frente a los amplios espacios abiertos del campo y sus melancólicos atardeceres con ecos del cine estadounidense (la música de Miles Davis, los amplios horizontes, la suave pendiente de la perdición, el olvido de los perdedores...), los educados bostezos del joven adinerado... y por encima de todo, la seguridad de que hay gente que puede desvancerse sin dejar rastro si no fuera porque alguien escribe su historia o una cámara es capaz de atrapar un instante en el tiempo para siempre. Burning quiere ser el testimonio que nos quede de lo fugazmente bello.


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