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publicado el 1 de febrero de 2019

Rascar bajo los oropeles de la nostalgia

El reciente éxito de la serie de Netflix Stranger Things y todo esa carga de nostalgia cinéfila que llevamos arrastrando desde hace unos años con respecto a la década de 1980 nos tiene a los espectadores un tanto anestesiados, digo esto por que en ocasiones cuesta apreciar destellos de interés ante la abrumadora exposición de tópicos, gadgets, lugares comunes y personajes estereotipados extraídos directamente de un conjunto de películas generacionales al estilo de Los Goonies (The Goonies, 1985) de Richar Donner, Cuenta conmigo (Stand by Me, 1986) de Rob Reiner, etc. Este torbellino que arrancó con Super 8 (Id., 2011) de J. J. Abrams, maceró en la televisión y parece volver a instalarse en la gran pantalla, se sustenta en evocar esa atmósfera de colegueo prepúber, bicicletas, walkie talkies, primeros amores y cabañas convertidas en cuarteles generales que, no me canso de decirlo, permite al padre nostálgico compartir su diminuto mundo iconográfico con sus hijos en un entorno seguro, blanco y poco traumático. Este particular estilo retro, no obstante, también se ha deslizado a algunos productos de terror directo y concepción sucia, grave y sin airbag para la familia, como en el muy ochentero slasher Aux yeux des vivants (Among the Living, 2014) de Julien Maury y Alexandre Bustillo, cuya pesadilla francesa se metamorfosea en el paisaje y la odisea infantil de aquellos productos inquietantes pero asépticos en los que la sombra de Steven Spielberg era alargada.

Lluis Rueda | En esa coyuntura de lo evocador, pero con una apuesta por el horror sin cortapisas, es en la que parece querer moverse Verano del 84, un filme de los creadores de Turbo Kid (2015); ese ejercicio de estilo sobrevalorado, pero confeccionado con inteligencia por el trío de directores canadienses François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell. En ese sentido Verano del 84 busca ese afecto de lo retro en su exposición inicial con tanto ahínco que hasta resulta involuntariamente gracioso por acumulativo. En el fondo este es un filme más crepuscular de lo que aparenta, pues está protagonizado por adolescentes que se comportan como niños. Casi un grupo disfuncional atrapado en la película Goonies, jóvenes que sonríen ante revistas eróticas y parecen apurar su inocencia comprometida por la edad. A esta pandilla que apura su último verano inocente, les estalla un problema en el vecindario: nada menos que un asesino en serie. Uno de estos chicos de 15 años, Graham Verchere (Fargo, The Good Doctor) al que se nos presenta como un maniático de las conspiraciones (aunque nunca teoriza con ellas y solo vemos esas señales a través de pósters) empieza a sospechar que su vecino policía podría ser ese asesino en serie que sale en las noticias y decide comenzar una investigación implicando a toda la camarilla, incluida la chica de sus sueños, que resulta sorprendentemente receptiva y solícita. ¿El elemento más fantástico del fime? Posiblemente.

El tema es que esta cinta que juega a mutarse con la serie Strangers Thigs, No matarás... al vecino (The Burbs, 1989) de Joe Dante e incluso ansía mirarse sin complejos en la superlativa Lo que esconde Siver Lake (Under the Silver Lake, 2018) de David Robert Mitchell, acaba por convertirse en un filme de sugestiva mala uva y no pocos momentos inquietantes. Esa sordidez del último tramo hace que perdonemos su naturaleza dubitativa e incluso que nos incorporemos a la fiesta cuando ya el filme prácticamente ha llegado a los títulos de crédito, y entonces uno se pregunta: ¿cómo una película tan errática en sus intenciones puede llegar a una conclusión tan estimulante? Y quizás la respuesta sea que en su propia naturaleza forzada y casi paródica, a la mayoría de espectadores se nos ha escapado que teníamos ante nosotros un artefacto más sólido de lo que aparentaba, cargado de mala uva y no apto para disfrutar con los pequeños de la casa a un nivel distendido. Las emociones, en ocasiones, van disfrazadas de fábula cruel y los oropeles de la nostalgia pueden ocultar un abismo. Lo dicho, una propuesta más cercana a la novela It y el mundo fosco de Stephen King que a la barroca teatralidad de Stangers Things o similares propuestas televisivas o fílmicas.


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