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publicado el 29 de marzo de 2019

Ajuste de cuentas con el slasher



Marta Torres | De forma muy resumida, Nación salvaje es una puesta al día de la caza de brujas de Salem llevada al contexto de las redes sociales. La metáfora es transparente. Las brujas perseguidas son adolescentes, chicas que envían desnudos a través de sus móviles, transexuales… figuras que transcienden las reglas morales de la comunidad a la que pertenecen. La comunidad es un pueblo, Salem, en la que hackers anónimos dejan al descubierto las miserias individuales y colectivas y, del mismo modo que sucedía en el Salem original, la miseria acaba convertida en odio hacia quien violente los tabús sexuales. Es el caso de Lily Colson, que mantiene una relación con un hombre casado, o una chica transexual encarnada por la actriz trans Hari Nef (de lo mejor de la película). En el Salem de 1652 fueron las luchas por la tierra entre familias y el fanatismo puritano los que alimentaron la persecución. En el Salem actual, el combustible son las redes sociales y su capacidad para favorecer el linchamiento público y muchas veces anónimo de los miembros más débiles.

La segunda película de Sam Levinson es también un filme abiertamente polémico y con una clara vocación política. Ya desde el principio anuncia que tratará los tótems de la derecha estadounidense: el racismo, la violencia, la violación, la masculinidad tóxica, la transfobia… hasta el punto, como explica Jordi Costa en su crítica, que hace dudar de su capacidad para generar controversia. Parece en exceso diseñada para provocar o para gustar a determinado público, como un filme de consumo sostenido por cuatro ideas fuerza, y el uso de la narrativa simple y efectiva de las redes sociales, peligrosamente cercana al vacío. No obstante, aguanta el tipo, precisamente, por reincidir en estas ideas y apostar por su vertiente política. Digamos que se toma muy en serio y eso mismo la salva de quedar en nada.

Sin embargo, la película es sobre todo un ajuste de cuentas con las formas narrativas del slasher, un subgénero del cine de terror en el que un asesino o un grupo de ellos matan de forma cruel y creativa a adolescentes, normalmente chicas. Des de la seminal Bahía de sangre, de Mario Bava, el slasher se caracteriza por emplear la violencia gráfica como unidad expresiva, parodiando aquella frase de Thomas de Quincey del asesinato como una de las bellas artes. Sin atreverse con la violencia gráfica, el filme de Levinson alude a esta narrativa heredera de los filmes italianos de Dario Argento con planos secuencia sacados de Tenebre (1982) o con referencias directas a la también muy política La purga (James DeMonaco, 2013), sin olvidar el recurso a la cámara partida de Brian de Palma, un efecto de los años setenta que casa estupendamente bien con las redes sociales y su mezcla de estilos y fuentes. Es en esta apuesta por subvertir los estilos del género de terror y ponerlos a su servicio donde la película juega sus bazas: las chicas se han cansado de ser las eternas víctimas de los psicópatas.


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