publicado el 17 de abril de 2006
La capacidad de rebeldía es un aspecto siempre difícil de dirimir en el ámbito del cine fantástico. Por tradición, los filmes de género de marcado acento político son observados con recelo debido a que el supuesto contenido subversivo que contienen siempre levanta tantas sospechas como certezas. A medio camino entre el plúmbeo panfleto y la ácida crítica, un filme como 'V de Vendetta' vuelve a traer a la actualidad el sempiterno debate sobre el presunto arrojo o banalidad de los filmes de “política-ficción”.
Juan Carlos Matilla | Producida por los hermanos Wachowski y dirigida por el debutante James McTeigue, V de Vendetta es la adaptación de la novela gráfica homónima de Alan Moore (responsable de auténticas cimas del cómic moderno como Watchmen o From Hell), quien, en pleno frenesí conservador de la década de 1980, publicó esta obra inspirada en la política reaccionaria del gobierno de Margaret Thatcher y en la crisis de las ideologías utópicas. Debido a su marcado acento de incorrección política y a su consciente voluntad de apartarse de los convencionalismos éticos, la adaptación cinematográfica del cómic V de Vendetta corría el riesgo de ser juzgada como un filme fascista y demagogo (de hecho, el propio Moore ha exigido no aparecer en los créditos porque, según él, el guión de los Wachowski no es más que una apología del terrorismo). Vaya por delante que a mí personalmente no me ha parecido un filme fascista (sus contenidos políticos pueden ser delicados pero están lejos de la mera defensa de los valores paramilitares o reaccionarios) aunque sí una obra panfletaria, acomodaticia y carente de personalidad propia, debido a su esquematismo atroz, al exceso de vehemencia y, me temo, a la huella de los temibles hermanos Wachowski.
V de Vendetta contiene los elementos más reconocibles de la dramaturgia característica los hermanos Wachowski, lo que acaba por usurpar cualquier atisbo de interés al filme y destruye cualquier intento del realizador de apartarse de la sombra de la todopoderosa pareja de cineastas.
V de Vendetta contiene los elementos más reconocibles de la dramaturgia característica los hermanos Wachowski: realidades escindidas, tramas ocultas, insurrecciones políticas, exceso de trascendencia, enfoques mesiánicos, vacuos diálogos trufados de referencias cultistas (que no cultas), atmósferas densas y ridículamente solemnes y una puesta en escena que suma momentos de inspirada elegancia con segmentos histriónicos y precipitados. Así, el sello de los creadores de Matrix acaba por usurpar cualquier atisbo de interés al filme y destruye cualquier intento del realizador de apartarse de la sombra de la todopoderosa pareja de cineastas.
Además, esta falta de personalidad no sólo se debe a la huella de los Wachowski sino también a la presencia de una ingente cantidad de referencias a otros filmes pseudo apocalípticos del pasado. Así, en los fotogramas de V de Vendetta encontramos homenajes descarados a filmes políticos de ciencia ficción como Fahrenheit 451 (1966) de François Truffaut, La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1977), de Stanley Kubrick o 1984 (1984) de Michael Radford, obras que supieron reflejar de forma más acertada que el filme de McTeigue la alienación de las sociedades futuras y la necesidad de insuflar una nueva vida al espíritu humano mediante el uso de la reacción activa (ya sea ésta violenta o no).
Pero si el tono general del filme (marcado por los habituales delirios de grandeza de los Wachowski) abraza el registro más enfático posible, algunos detalles de puesta en escena de McTeigue parecen apuntar hacia otro enfoque, mucho más sugerente. No es demasiado habitual en el mainstream actual que los hallazgos narrativos disientan de la atmósfera global del relato, pero éste es el caso de V de Vendetta en muchos de sus segmentos. La atención por las fugas visuales, los montajes psicológicos y el gusto por la sugerencia de la puesta en escena (aspectos imposibles de trasladar al conjunto del filme) asoman en muchos momentos aislados del filme gracias a la bella composición en imágenes de McTeigue. Excelentes secuencias como el bello inicio (en el que se relaciona por montaje a los dos principales protagonistas), la sugestiva secuencia en la que el personaje que encarna Natalie Portman descubre fascinada la morada de V (segmento en el que brilla un sinuoso trabajo de steadycam amén de un acertado uso del plano subjetivo) o la elegante secuencia de la muerte de la doctora Surridge (rodada con una encomiable economía narrativa), dan fe de la excelente labor de McTeigue tras las cámaras.
No es demasiado habitual en el mainstream actual que los hallazgos narrativos disientan de la atmósfera global del relato, pero éste es el caso de V de Vendetta en muchos de sus segmentos. La atención por las fugas visuales, los montajes psicológicos y el gusto de la sugerencia de la puesta en escena (aspectos imposibles de trasladar al conjunto del filme) asoman en muchos momentos aislados del filme gracias a la bella composición en imágenes de McTeigue
Aunque, al margen de los errores y aciertos reseñados, lo cierto es que el elemento más paupérrimo de V de Vendetta en su inconsistencia como aproximación política (y casi trascendental) al tema de las insurrecciones y el sentido de la violencia como motivo redentor y catártico. Si bien el filme es un excelente compendio de los miedos de la sociedad post 11 de septiembre (terrorismo, epidemias, supresión de derechos, represión y globalización) también retrata, en parte, la actual fiebre por la trascendencia y la revelación política que sufre medio mundo quienes, abrumados ante la implacable deshumanización de nuestra sociedad, parecen querer refugiarse en una nueva (aunque bastante trivial) espiritualidad, ávida de señales y redenciones.
Fruto de todo ello han ido apareciendo una serie de filmes adscritos al género fantástico que o bien reinterpretan nuestra realidad buscando claves ocultas y signos que desvelen una dimensión distinta a la que nos rodea, o bien se apoyan en reproducir alegorías políticas que reflejen la inestabilidad actual. En el primer grupo, podemos encontrar esta necesidad de redención y de relectura en clave mística de nuestra realidad en obras como Mothman. La úlima profecía (Mothman Profecies, 2001), de Mark Pellington, Señales (Signs, 2003) de Michael Night Shyamalan o El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005) de Scott Derrickson, filmes que han supuesto un renacer del fantástico atávico y casi místico. Por otro lado, filmes como El club de la lucha (Fight Club, 1999), de David Fincher, La tierra de los muertos vivientes (Land of Dead, 2005), de George A. Romero o los filmes políticos de John Carpenter son obras que, en mayor o menor medida, hablan sobre los síntomas comatosos del estilo de vida occidental y diagnostican un peligroso estado de la conciencia humana (aunque, por fortuna, sin caer en moralismos y discursos prejuiciosos).
Sin pertenecer del todo a ninguno de estos de estos dos grupos, V de Vendetta es también un filme que habla sobre los conceptos de sedición y revelación (en este caso, una catarsis mesiánica que destape la mezquindad de la sociedad contemporánea y nos libere de ella) aunque, por desgracia, prime los motivos más épicos y externos que los más líricos y sugestivos.
Sin pertenecer del todo a ninguno de estos de estos dos grupos, V de Vendetta es también un filme que habla sobre los conceptos de sedición y revelación (en este caso, una catarsis mesiánica que destape la mezquindad de la sociedad contemporánea y nos libere de ella) aunque, por desgracia, prime los motivos más épicos y externos que los más líricos y sugestivos. Entre describir los mecanismos que pueden levantar una revolución y reflexionar sobre la ambivalente naturaleza de cualquier conflicto humano, V de Vendetta elige lo primero: apostar por los escenarios bélicos en lugar de las estrategias de combate, la revolución antes que la revelación. Debido a eso, el filme adolece de una escasa presencia de apuntes psicológicos, sufre la falta de detalles distanciadores que relativicen el exceso dramático y acaba naufragando por, entre otros motivos, la ausencia de ironía, algo que hubiera ayudado a componer un discurso menos sentencioso y más verista.