boto

estrenos

publicado el 21 de mayo de 2006

El éxito de la mediocridad

Lluís Rueda | No hay polémica religiosa posible, ni campaña de márketing, por muy bien orquestada que esté, que pueda salvar El código Da Vinci de la más absoluta mediocridad. Ron Howard, el realizador escogido para trasladar al celuloide el best seller del escritor Dan Brown, a lo largo de su exitosa carrera como director en el seno de Hollywood nunca ha mostrado un discurso fílmico que vaya mas allá de lo formulario y de lo académicamente aceptable. Sin embargo, no se le puede negar su eficacia a la hora de sacar adelante proyectos complejos como recientemente ha mostrado con Cinderella Man(2005) o, en su día, con la oscarizada Una mente maravillosa(A Beautiful Mind, 2001). De ese Howard artesano y práctico capaz de moverse en un varemo temático amplio -como demostró en la fábula de brujería y espada Willow (1988), o en la interesante Llamaradas (Back Draft, 1991)- se esperaba, como mínimo, una adaptación de El código Da Vinci que no cayera en tópicos tan rudimentarios y en lugares tan comunes.

Alguien debería recordarle a Ron Howard que en el cine pueden utilizarse elipsis, metáforas visuales, recursos para los que el público está preparado; debe recordársele que cuando el espectador se coloca ante una filmación, no lo hace ante un libro que permuta páginas por secuencias.

Un blockbuster (y El códido Da Vinci lo es desde su origen), en el que se ha invertido tato dinero no puede ofrecer un acabado en su diseño de producción tan desaliñado. Esa parcela concreta se ve, hoy día, superada por cualquier thriller televisivo de cierta entidad. Alguien debería recordarle a Ron Howard que en el cine pueden utilizarse elipsis, metáforas visuales, recursos para los que el público está preparado; debe recordársele que cuando el espectador se coloca ante una filmación, no lo hace ante un libro que permuta páginas por secuencias. Ese error garrafal de estilo (y de libro de estilo), increíblemente desidioso, hace de El código Da Vinci un producto farragoso, letalmente aburrido y a años luz de thrillers de temática religiosa como la ejemplar cinta El nombre de la Rosa (Der Name der Rose, 1986) de Jean-Jacques Annaud. Incluso un filme tan endeble como The Body ( Jonas Mc Cord, 2001), de temática similar, ofrece un acabado más pertinente.

Acaso el único interés, el único clavo ardiendo al que agarrarse en esta soporífera película sea que su planteamiento argumental (mérito de Brown), a ratos, resista la penitencia de un guión tan relamido y tan generoso en diálogos beodos como el firmado por Akiva Golsman. Tal fenómeno aún reafirma, mas si cabe, la teoría que señala directamente a Howard como último responsable del naufragio.


archivo