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publicado el 30 de mayo de 2006

Accidentes de tránsito

Marcos Vieytes | Da la impresión de que Marc Forster ha querido valerse del thriller psicológico, seguramente el más permisivo de los géneros, para decirnos qué es un gran artista y que él es un gran artista, sin conseguir ninguna de las dos cosas. Ya en su anterior película, Finding Neverland, había mostrado su interés por retratar el universo mental de un creador, su entorno cotidiano y las contaminadas relaciones entre vida y obra. Y aunque Tránsito (Stay, 2005) no es el biopic de nadie, Forster intenta avanzar con ella sobre el tema pero sin la clara sobriedad de su película anterior. Aquí también está la mente atormentada de un artista, la mirada normalizadora, y las dificultades de la convivencia amorosa entre dos personas que conciben la realidad de un modo radicalmente distinto, entre otros elementos que se dan cita en ambas, sólo que bastante mal barajados en la película que nos ocupa.

La cosa pinta mala ya desde el principio. A un primer plano del rostro de Mc Gregor dormido le sigue uno del rostro de Mc Gregor despierto, otro del rostro de Mc Gregor desperezándose, otro del rostro de Mc Gregor calzándose las medias —a propósito ¿qué cara tendremos cuando nos ponemos las medias?— y así sucesivamente. El asunto es que ello no sucede gracias al trabajo en la isla de edición, sino mediante una cámara que está adosada al cuerpo de Mc Gregor y nos hace pensar más en lo extravagante del mecanismo que en las intenciones narrativas del mismo, si es que las tiene (yo, particularmente, todavía no he podido descubrirlas).

Ewan Mc Gregor es un psiquiatra de apellido Foster que vive preocupado por la posibilidad de que su esposa, una profesora de pintura que ha intentado suicidarse en una ocasión (Naomi Watts) y se deprime pensando si el mundo habrá de recordarla o no, intente quitarse la vida de nuevo. Como para sumar preocupaciones, tiene que reemplazar a una colega súbitamente desaparecida en la atención de un muchacho (Ryan Gosling, lo mejor de la película) que oye voces, pronostica la granizada que caerá en un par de horas, pinta, y está obsesionado con morir de igual modo que su artista maldito preferido: suicidándose en el puente de Brooklyn. Como para no llamar la atención.

No sólo la fabulosa protagonista de Mulholland drive y King Kong pasa por la película sin pena ni gloria. Marc Forster también ha sabido conseguir que Ewan Mc Gregor luzca ridículo y que Bob Hopkins aparezca poco y mal.

Durante la primera hora uno tiene la intriga por saber cuál es el origen de ese personaje, y un par de falsas pistas puestas arteramente por el director nos hacen pensar que el enfermo y el psiquiatra pueden ser la misma persona, cual Dr. Jeykill y Mr Hyde de la era del psicoanálisis e interpretado por dos actores distintos, o incluso que cuanto personaje aparece es creación de la mente del muchacho. Pero después todo se torna tan confuso que uno pierde las esperanzas al respecto e intuimos que habrá una vuelta de tuerca final que nos explicará todo más o menos racionalmente y nos dejará sin nada interesante. De hecho, dicha secuencia acaba por figurar, pero no vacilo en admitir que es tan inepta en su intento aclaratorio que uno acaba por entender mucho menos de la mitad de lo sucedido, y mal. Claro que no descarto que buena parte de la confusión se deba a mi imbecilidad y no a la del director, por lo que aguardo el gentil correo de algún espectador que haya podido interpretar todos y cada uno de sus meandros.

Más allá de todo esto, me atrevo a decir que un director que no tiene empacho en desaprovechar una presencia tan fuerte como la de Naomi Watts no puede haber filmado una buena película. De hecho, Tránsito no lo es, y no sólo la fabulosa protagonista de Mulholland drive y King Kong pasa por ella sin pena ni gloria. Marc Forster también ha sabido conseguir que Ewan Mc Gregor luzca ridículo y que Bob Hopkins aparezca poco y mal. Si algo puede decirse en favor suyo es que cuenta con algunos de los raccords más originales que han podido y podrán verse en lo que queda del año. Esto, sin embargo, habla más del tamaño de su ego que del de su talento. La receta del mejor cine clásico consistía en cubrir finamente las costuras. El cine moderno, en cambio, las exhibió como vehículo creativo de reflexión. Tránsito no hace ni una cosa ni la otra y termina siendo un inofensivo Frankenstein cinético, o apenas un Peter Pan desangelado.


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