publicado el 30 de mayo de 2006
Marcos Vieytes | Hay un par de cosas que me parece interesante decir sobre Ronny Yu y su cine, antes de hablar directamente acerca de Fearless: a) que ha sabido hacer películas entretenidas y sólidas, como La novia de Chucky y Freddy vs Jason, con materiales desgastados y menores; b) que de La novia del cabello blanco, la más vieja película suya que he podido ver, a esta parte sigue demostrando que es un director cada vez más afinado a la hora de contar historias que den sentido y contexto a las secuencias de acción; y c) que aquí repite la lógica del enfrentamiento, casi diríamos deportivo, que caracterizara a su última producción americana. En resumen, podemos afirmar que con Fearless uno la pasa mucho mejor que con la mayoría de los tanques de acción estadounidenses, que su manejo de estereotipos dramáticos es efectivo y, por momentos, casi virtuoso, y que Jet Li sigue construyendo esa mítica imagen de héroe clásico a la oriental dotándola de unos matices dramáticos cada vez más enriquecedores.
En resumen, podemos afirmar que con Fearless uno la pasa mucho mejor que con la mayoría de los tanques de acción estadounidenses, que su manejo de estereotipos dramáticos es efectivo y, por momentos, casi virtuoso
En Fearless las cosas parecen sencillas y hasta obvias pero lo son sólo en la superficie, y ese es uno de los méritos principales de Ronny Yu. Hay un padre viudo y joven que participa exitosamente en las peleas callejeras de una Shangai de la segunda mitad del siglo diecinueve todavía libre de la explotación colonial, y que con cada victoria se vuelve más arrogante y poderoso. Así hasta desafiar el liderazgo del señor de la ciudad y conquistarlo después de un enfrentamiento patotero y sangriento por demás, y de una pérdida que marcará para siempre su vida y le mostrará el camino del autoexilio inmediatamente después de conseguir todo lo que quería para sí. Ya en este comienzo Ronny Yu nos regala unas secuencias de acción sobre el extremo de unos postes cuyo montaje vertiginoso y aéreo es incomparable, y sorprende con la configuración del personaje de Jet Li, un protagonista con el que cada vez nos cuesta más identificarnos éticamente. La complejidad de su planteo nos advierte que aunque puede ser que algunas veces gane el mejor, no siempre este es el bueno, y esa contradicción es uno de los puntos fuertes de la película. La técnica y la moral no suelen pelear juntas, dice Ronny Yu, y la reconciliación de ambas es improbable, o al menos inconveniente para los poderosos.
Esto último es comprendido por Huo Yuan Jia (Jet Li) bastante tarde, si atendemos al precio emocional que debe pagar, pero no lo suficiente como para impedirle emprender un viaje espiritual y físico que lo alejará tanto de su lugar natal como de sus más egoístas ambiciones. Aquí no falta ninguna de las convenciones propias del modo en que se representa un proceso de aprendizaje, incluyendo la presencia de una joven ciega que despertará en el protagonista la olvidada memoria del amor. Pero también tendrá que acostumbrarse al trabajo agrícola, respetar los ciclos y tiempos propios de la naturaleza, y posponerse a favor de la comunidad. Es entonces cuando Ronny Yu hace un uso extraordinario del plano panorámico para llenar la pantalla de una belleza plástica significativa que, sumadas al humor, evitan el tedio durante esa especie de tregua guerrera que el protagonista se impone y nos impone. Cuando decida volver a luchar a Shangai, habrán cambiado muchas cosas.
Tres de ellas son el tiempo, el espacio, y el gobierno. Es 1910 y Shangai está en manos extranjeras. Las peleas de barrio se han convertido en un negocio deportivo, y en vez de los clanes que antes se disputaban la ciudad, ahora pululan comerciantes que no pierden la oportunidad de hacer fortunas a expensas de su patria. La situación política ha cambiado, tanto como el derrotero vital del protagonista, y esto es enfatizado por el largo flashback en que se convierte la película toda. Pues el regreso de Huo Yuan Jia a Shangai luego de su retiro coincide con las secuencias del prólogo, que es el momento más importante, definitivo y político de la película. Allí quedará claro que el verdadero poder está fuera de campo o, dado el caso, fuera del cuadrilátero de lucha, que los actores de la lucha—como los jugadores de cualquier otro deporte— son, en definitiva, menos corruptos que los cerebros organizadores, y que China está en situación de disputarle el poder planetario a cualquier otra potencia, incluidas los Estados Unidos o Japón.