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publicado el 19 de junio de 2006

Mutantes humanizados

Albert Rodríguez Modolell | Charles Xavier es un hombre. Es también un mutante. Es el ser más inteligente del mundo (según rezan, en un divertido tono sensacionalista, los primeros cómics de La Patrulla-X; más conocidos en nuestro país como los X-men). Xavier, decidió un buen día, acoger en su gran mansión a todo aquel semejante que fuese marginado por la sociedad; preferentemente a jóvenes alumnos a los que poder “ayudar”. Chicos incomprendidos, inadaptados, rechazados por los propios familiares que, en ese nuevo hogar, obtendrán la oportunidad de conocerse a si mismos y a “controlar” ese don derivado de esa nueva fase evolutiva sufrida por la especie humana. Pero el entorno es hostil. Estos “recién mutantes” viven en una sociedad incapaz de tolerar la diferencia; una sociedad incapaz de aceptar cambios; una sociedad cuya soberbia le impide aceptar no ser el eslabón más alto de la escala evolutiva; una sociedad que teme ser invadida, atacada, dominada o quizás, incluso borrada, algún día, de la faz de la tierra, por alguien a quien, en el fondo, desconocen.

Una de las cuestiones más relevantes de esta tercera entrega es, probablemente, la de la paternidad. Personificada principalmente por la figura del Profesor-X.

Todo aficionado al cómic original conoce sobradamente esta premisa; y todo aquel que se haya incorporado a este nuevo universo de fantasía tras su versión cinematográfica, también. Y fue gracias a la más que correcta labor de Bryan Singer que todo eso se comprendiese a la perfección en la primera parte de esta saga, que no trilogía, tal como algunos piensan.

Una de las cuestiones más relevantes de esta tercera entrega es, probablemente, la de la paternidad. Personificada principalmente por la figura del Profesor-X. En las anteriores entregas se nos presentaba al personaje como a un guía, un tutor, un protector; pero en ésta, en cierto modo, se cuestiona parte de su metodología hasta el punto de plantear la posibilidad de que en alguna ocasión no haya actuado de la forma más correcta; convirtiéndole en un personaje mucho más frágil o lo que es más importante, más “humano”.

El otro padre de la historia es, obviamente, el personaje de Magneto; alguien que no pierde el tiempo educando, si no que se dedica más a recolectar acólitos algo más creciditos; hechos a si mismos; peones que podrá sacrificar en el momento más conveniente.

Con permiso de Tormenta, personaje cuyo peso en la trama ha aumentado notablemente respecto a las anteriores entregas, bien sea por exigencias de su protagonista Halle Berry o, simplemente, porque el personaje ya era mucho más relevante, torturado y profundo en el cómic original; El tercero en discordia sería Lobezno. Personaje que rechaza cualquier directriz, autoridad, y que actúa, en la mayor parte de los casos, impulsivamente; y que, aunque respeta las intenciones de unos o cuestione el hacer de otros, su pereza hace que espere hasta el último momento para tomar las decisiones importantes.

Ratner logra clonar casi a la perfección el estilo narrativo de Singer; aunque teniendo en cuenta como se elaboran estas grandes superproducciones es lógico que así sea. Los productores, guionistas, ilustradores, diseñadores, decoradores… todos ellos, crean ese puzzle, semejante al anterior, que, en manos de un paciente y buen artesano, se consigue ensamblar correctamente; aunque preferiría, con diferencia, que una película así alcanzara ese nivel de “magia” que se intuye en sus intenciones; sobretodo por los dos o tres importantes momentos de la historia donde quizá hubiese sido más necesario el tacto de un poeta que no la mirada de un realizador. Intensos momentos donde, inesperadamente, quien más parece haber conectado con la tragedia, alcanzando la cota más alta dentro de esta producción, y con sobresaliente sensibilidad, es John Powell, el compositor de la banda sonora. Lo mejor, sin duda, de este nuevo capítulo de la saga de los X-men.


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