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publicado el 30 de septiembre de 2006

Lluís Rueda | LA SEGUNDA ENTREGA DE LA SERIE "Películas para no dormir" incide en un terreno similar al filme de Álex de la Iglesia La habitación del niño, el del horror que se esconde tras las situaciones más cotidianas en nuestra sociedad moderna. Si De la Iglesia nos hablaba de los ladrones silenciosos que, hoy día, acechan las zonas residenciales, Balagueró centra su discurso cinematográfico en su experiencia con las agencias de venta de pisos. Para entrar a vivir supone para su director la primera toma de contacto con el terror no sobrenatural, en este filme no hay fantasmas ni aprecidos, sino una pareja de recién casados que se ven atrapados en una espiral de violencia abrasiva.

El dominio de la puesta en escena de la que hace gala el realizador es intachable. Balagueró, quien lo duda a estas alturas, es un maestro de la sugestión, quizás el director de género más en forma de nuestro país y, a su vez, el más exportable internacionalmente. Por contra, debería cuidar más la arquitectura de sus guiones, en ocasiones, como en el caso de Para entrar a vivir, abusa en exceso del retruécano narrativo y del giro sorpresa. Con todo, el filme, ofrece de una potencia atmosférica demoledora y guarda los suficientes atractivos como para hacernos pasar un auténtico mal trago: un ejemplo de ello lo hallamos en la magnífica interpretación de Nuria Vidal que encarna a una desequilibrada al más puro estilo Jack Torrance. En el apartado más tecnicista resulta imposible dejar de alabar el aprovechamiento de los elementos, mínimos, que el realizador amplifica o degrada a gusto con su mirada; ventanas, lluvia, maniquíes, viejos ascensores son aprovechados al límite en un pulso narrativo que nos lleva del plano cenital a un primer plano epiléptico y de este a un zoom elegante como pocos. La cámara, según dicta el cerebro de Balagueró es un músculo que bombea sensaciones a granel, sus secuencias son estados de ánimo, poesía decadente que contagia arritmias.

Aunque él mismo no lo admita su cine guarda cierto mimetismo con la obra fílmica de Mario Bava, era claramente palpable en Frágiles y lo es en esta interesante pieza macabra que nos atañe. No pierdan detalle de la magistral utilización del sonido que nos propone este menú de hemoglobina y esquizofrenia, uno de los puntos fuertes de la función. Lástima de ese guión algo previsible, ya se sabe, las prisas no son buenas compañeras: ni para comprar un piso ni para escribir un buen libreto.


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