publicado el 1 de octubre de 2006
Si les digo que esta película es otra reciente producción americana con avión, muchas muertes y la omnipresencia del más clásico símbolo religioso del mal, tienen todo el derecho a pensar que trata sobre terrorismo, Oriente Medio y otros demonios similares. Pero no. Es cierto que en ella hay un avión convertido en trampa mortal. Es cierto que muere mucha gente y de las más variadas, extravagantes y originales maneras. Es cierto que hay serpientes, fachada maligna del diabólico ventrílocuo desde que apareciera hace unos siglos entre las ramas de un erudito árbol situado en los alrededores del Edén, pero lo que no hay por ningún lado son terroristas. Ni árabes con turbante ni occidentales de traje, corbata y créditos del Banco Mundial en la sonrisa. En su lugar hay una película de bajo presupuesto que dura lo justo, con algunas ideas muy sólidamente plasmadas en la pantalla, desarrollo fluido, alta tensión y entretenimiento asegurado.
Marcos Vieytes |
La cosa está clara desde el título concepto, que uno imagina debió ser la primera y provisoria nominación del proyecto, para luego rubricarse a la hora del estreno. Aunque también es cierto que quien se tome el trabajo de buscar la ficha técnica del film en www.imdb.com ha de enterarse que circula con siete u ocho títulos distintos, lo que acentúa la naturaleza deliciosamente bastarda del producto. Snakes on a plane (o Terror a bordo, como acaba de estrenarse en Argentina, sin que nadie haya tenido en cuenta que tan peregrina traducción ya le había sido endilgada a Dead calm, ese otro claustrofóbico thriller de Phillip Noyce) se limita a mostrar como una banda de serpientes, híperestimuladas por las feromonas que despiden las célebres coronas de flores hawaianas que cuelgan del cuello de los pasajeros, se dan un festín a costa de ojos, cuellos, yugulares y otros órganos todavía más sensibles. En el medio hay una azafata sexy, otra inteligente (la discriminación cualitativa no responde a mis prejuicios, sino al humor de los guionistas), y una tercera a punto de jubilarse que no es ni una cosa ni la otra, un calvo insoportable, un divo del rap que no soporta contacto físico alguno, sus dos guardaespaldas que parecen salidos de Irene, yo y mi otro yo, un libidinoso pero simpático piloto, dos chicos que viajan sin sus padres, un doble de Jackie Chan tan payaso como pudiera serlo Jet Li y, last but not least, un par de policías que viajan junto al testigo que declarará contra Eddie Kim, gángster cuya brutalidad hemos comprobado a poco de empezar la película.
Ni árabes con turbante ni occidentales de traje, corbata y créditos del Banco Mundial en la sonrisa. En su lugar hay una película de bajo presupuesto que dura lo justo, con algunas ideas muy sólidamente plasmadas en la pantalla, desarrollo fluido, alta tensión y entretenimiento asegurado.
Pero las verdaderamente brutales son las serpientes que, a diez mil metros de altura, empiezan a pasear por el avión y atacar a cuanto ser vivo se cruce en su camino. Mordiendo a diestra y siniestra, y en cuanto sector del cuerpo que puedan imaginarse, ellas siembran el terror entre los pasajeros y la excitación de los espectadores. Porque aquí pasa algo similar a lo que sucede con Destino final, saga cuya segunda entrega estuvo a cargo del director de esta (también director de la eficaz, barata y feliz Celular), en la que una situación base se repetía vez tras vez a lo largo de la película casi sin ningún crecimiento dramático pero con mucha imaginación. Del mismo modo, Snakes on a plane propone un juego de reglas claras y efectivas: una situación de encierro, algo de erotismo berreta (la secuencia de la pareja en el baño es tan deliberadamente convencional como cualquier otra de una soft porno, destinada a excitar mostrando un poco más de lo habitual pero nunca el todo), un poco de sangre, muchos ataques pero todos con las variaciones suficientes como para satisfacer la renovada curiosidad, ligeros conflictos de carácter, un poco de ironía (con subjetivas de serpiente incluidas), bastante buen humor y una pizca del gran Samuel L. Jackson, lo que ya es mucho decir. El resto es veneno, y del letal.