boto

estrenos

publicado el 5 de noviembre de 2006

El factor humano

Distopía y humanismo. Estos dos aspectos básicos de la ciencia ficción apocalíptica han conformado la base de gran parte de obras del género fantástico. La visión catastrofista del devenir de la sociedad actual y los posibles cambios en la emotividad del hombre del futuro son posiblemente los dos aspectos más interesantes de los filmes distópicos. Con 'Hijos de los hombres' ('Children of Men', 2006), de Alfonso Cuarón, la ciencia ficción cinematográfica vuelve a acercarse a esta atractiva ecuación para extraer algunas de las más interesantes reflexiones sobre la naturaleza humana que el cine contemporáneo ha realizado en los últimos años. Entre el respeto a la tradición y el arrojo conceptual, el filme de Cuarón se revela como una pequeña joya del género, tan hermosa como inesperada.

Juan Carlos Matilla | La historia de la ciencia ficción (ya sea literaria o cinematográfica) siempre ha ido de la mano de la narración distópica, ya que este enfoque casi define a la perfección el tono nihilista y metafórico inherente a la mayor parte de obras legendarias de la sci-fi. De hecho, a mi entender, el factor distópico (entendido como una mezcla entre una lúcida meditación sobre el presente y una pesimista clarividencia del futuro) es lo que otorga al género esa fascinación que arrastra y estremece al lector. Pero, al margen de su indudable atractivo, también hay que decir que la distopía es un arma de doble filo ya que a pesar de que toda excelente obra de este subgénero ofrece una serie de elementos de indudable interés (como la composición de un excepcional retrato de nuestros miedos, el uso de la ironía, la calidez humana que se esconde tras el marco apocalíptico o la enorme capacidad metafórica), también es cierto que, en algunos casos, esta tendencia a ficcionar sobre los desastres del futuro presenta algunos motivos, a mi juicio, algo molestos (como la preponderancia de lo político sobre lo humano, el tono exageradamente nihilista que a veces no está justificado, la presencia abusiva de un cierto “mensaje” que puede resultar muy simple y harto molesto, el exceso de moralismos o el acentuado desapego del autor ante la peripecia que narra).

De esta manera, la distopía acaba estableciendo un debate entre un enfoque apocalíptico que case la reflexión íntima con el alcance sociológico y una perspectiva que prima el discurso político o moral narrado con evidente distanciamiento y poco dado a la exploración del detalle. Sin ánimo de ser reduccionista, reconozco que siempre que me enfrento a este tipo de obras acabo planteándome su validez siguiendo los términos anteriormente referidos y decantándome por los relatos que planteen con sencillez y calidez las crisis emocionales de un futuro próximo en lugar de los discursos grandilocuentes y moralistas sobre los males endémicos de nuestra sociedad. Por eso siempre me he sentido más cercano a los planteamientos de escritores como Brian Aldiss, Ray Bradbury o Theodore Sturgeon que a los de Aldous Huxley, George Orwell o Harry Harrison, o prefiero filmes como Inteligencia Artificial, de Steven Spielberg, Gattaca, de Andrew Niccol, o Blade Runner, de Ridley Scott, que Matrix, de los hermanos Wachowski, Código 46, de Michael Winterbottom o La naranja mecánica de Stanley Kubrick.

Adaptación de la novela homónima de P.D. James, Hijos de los hombres es una excelente muestra de narrativa distópica humanista, profunda, cálida y prolija en detalles. Filme sobre la destrucción y posterior reconstrucción de la identidad humana a partir de la pérdida y recuperación de uno de sus bienes más preciados (la noción de trascendencia en el tiempo a partir de la conciencia de la pervivencia de la especie), el filme de Cuarón es una sensacional obra de sci fi extremadamente respetuosa con la tradición.

Adaptación de la novela homónima de P.D. James, Hijos de los hombres es una excelente muestra de narrativa distópica humanista, profunda, cálida y prólija en detalles. Filme sobre la destrucción y posterior reconstrucción de la identidad humana a partir de la pérdida y recuperación de uno de sus bienes más preciados (la noción de trascendencia en el tiempo a partir de la conciencia de la pervivencia de la especie), el filme de Cuarón es una sensacional obra de sci fi extremadamente respetuosa con la tradición ya que aparecen algunos de los motivos más reconocibles de la distopía (el viaje como hilo argumental, la reflexión sobre las emociones humanas enfrentadas a una realidad exasperante, la reproducción de un paisaje futuro estremecedor y la oposición entre la esperanza y la congoja). A todo esto, Cuarón suma una mayor atención al factor emotivo que otros filmes cercanos en el tiempo (de V de Vendetta a La isla) y evita discursos aleccionadores y subrayados moralistas (que no morales).

Ambientada en un futuro próximo en el que la humanidad ha perdido la capacidad de reproducción, Hijos de los hombres es un filme que reflexiona sobre la desesperación ante la desaparición del devenir de la especie humana a partir de la figura de Theo (un sensacional Clive Owen), un hombre abrumado, al igual que el resto del planeta, por la angustia ante el final de la civilización a causa de la inexplicable infertilidad de la raza humana. Theo asiste impasible al desmoronamiento de la sociedad occidental que intenta sobreponerse a la situación mediante la exaltación de la violencia y los extremismos: grupos anarquistas, sectas apocalípticas, gobiernos paramilitares y hacinamientos masivos de emigrantes. Pero, todo este desolador panorama podría cambiar tras el descubrimiento de la última embarazada del planeta que iniciará junto con Theo un peligroso viaje hacia la esperanza.

A pesar de su evidente tono mesiánico, el filme de Cuarón evita los dogmatismos peligrosos debido a su concisión argumental, su enfoque humanista y compasivo, la ausencia de explicaciones inútiles (nada sabemos sobre el origen de la infertilidad humana) y la lucidez a la hora de retratar los vicios de la sociedad contemporánea actual. Todos estos argumentos acercan al filme al terreno de la política ficción pero a diferencia de otros filmes cercanos en el tiempo (como el citado V de Vendetta, de James McTeigue, por ejemplo), no cae en los simplismos y el tratamiento naïf del material político. Como obra de anticipación y reflexión sobre el presente, Hijos de los hombres resulta mucho más profunda que esa presunta obra de ínfulas anarquistas para intelectuales que fue V de Vendetta ya que al fin al cabo enfoca la esperanza en el futuro a partir de la propia esencia de la humanidad: la conciencia de la concepción. Esta sencillez en el planteamiento la sitúa muy por encima de refritos pesudoevangelizadores y falsamente comprometidos como el filme de McTeigue.

Pero, sin lugar a dudas, el mayor acierto del filme es la superlativa labor de puesta en escena de Cuarón, que otorga al relato una fisicidad abrumadora e hiriente. Tensa, seca y a la vez cuajada de exquisitos detalles (como el bello inicio en el que toda una ciudad llora la muerte del hombre más joven del planeta o la estremecedora comercialización en masa de productos para el suicido), la narrativa visual de Hijos de los hombres sorprende por su infrecuente apuesta por desbordar al espectador sin caer en los recursos circenses y en las vacuas piruetas formales. De hecho, casi se podría mantener que como filme de acción resulta más seco y austero que la mayor parte de obras de género de la actualidad. Aquí el excesivo montaje en corto, los abusos sonoros y los subrayados inútiles propios de las action movies contemporáneas, brillan por su ausencia. En el filme de Cuarón, estos recursos son sustituidos por un aplastante dominio del plano secuencia (especialmente brillante en la escena de la huída de la granja y, desde luego, el impactante tour de force que supone la larga secuencia del inicio de la insurrección); una fotografía monocroma y fría (perfecta trasmisora del hastío y angustia vital en el que viven los personajes); la extrema plasmación de la violencia sin ataduras morales de ningún tipo (aspecto que la acerca, claro, a la primera media hora de Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg, un filme que supuso un punto de inflexión definitivo en la evolución de los tratamientos visuales de la violencia); la ajustada elección del punto de vista del relato (que se corresponde a lo largo de todo el metraje al del personaje de Theo, una baza definitiva a la hora de conseguir el tono apocalíptico pero naturalista del relato); o el extraordinario uso de la profundidad de campo (siempre usada en términos dramáticos y nunca triviales) que, sin confundir nunca al espectador, llega a dividir la acción dramática del plano hasta en tres o más niveles. En definitiva, todo un catálogo de excelentes ideas de puesta en escena que dotan al filme de una factura rabiosa pero a la vez elegante, frenética pero en el fondo mesurada (y, sobre todo, meditada).

Pero, sin lugar a dudas, el mayor acierto del filme es la superlativa labor de puesta en escena de Cuarón, que otorga al relato una fisicidad abrumadora e hiriente. Tensa, seca y a la vez cuajada de exquisitos detalles, la narrativa visual de Hijos de los hombres sorprende por su infrecuente apuesta por desbordar al espectador sin caer en los recursos circenses y en las vacuas piruetas formales. De hecho, casi se podría mantener que como filme de acción resulta más seco y austero que la mayor parte de obras de género de la actualidad.

Además, todos estos hallazgos resultan aún más sorprendentes y encomiables al analizar la carrera anterior de Cuarón que, no nos engañemos, no era especialmente brillante. Tras debutar en 1991 con la comedia sentimental Sólo con tu pareja (que no he tenido la oportunidad de ver), se trasladó a Hollywood donde rodó dos engoladas muestras de un manierismo irritante: el filme de fantasía infantil La princesita (A Little Princess, 1995) y el horrendo lavado de cara de Charles Dickens que supuso la meliflua Grandes esperanzas (Great Expectations, 1998). En 2001 regresó a México donde dio un giro definitivo a su carrera con el drama Y tu mamá también, un decepcionante filme sobre el tránsito a la madurez y la aceptación de la muerte en el que Cuarón abrazó un estilo discursivo (por su falta de síntesis), reiterativo (basta recordar el agobiante uso de la voz en off) e impreciso (ya que casaba de forma muy forzada las formas documentales con las fugas íntimas). Todo esto simplificaba en exceso el posible lirismo de la trama y ahogaba los turbios y sórdidos detalles que parecían asomarse por las lindes del relato. Su siguiente filme fue el exitoso Harry Potter y el prisionero de Azkabán (Harry Potter and the Prisioner of Azkaban, 2003), obra que, debido a su servidumbre a los imperativos de producción de la franquicia creada por J.K. Rowling, apenas contenía elementos personales de enjundia.

Ninguno de estos títulos hacía prever la brillantez de Hijos de los hombres, un filme en el que resulta evidente el elevado nivel de compromiso que Cuarón ha adquirido con su resultado final (hay que recordar que el autor de Y tu mamá no sólo es su director sino que también es guionista y montador). Ante un cambio de registro tan abismal, quizás deberíamos tener más en cuenta las posibilidades creativas de su autor (a pesar de su paupérrima filmografía) y esperar una carrera futura llena de esplendor (o por lo menos, con mayores aciertos parciales). Si la mayor parte de críticos tendemos continuamente a crear listas negras, destronar a presuntos autores y alimentar sospechas sobre el cine contemporáneo, también deberíamos reconocer en su justa medida y sin medias tintas los valientes giros que a veces toman los directores actuales, aunque esto conlleve que llevemos a cabo un inesperado (y bastante inhabitual en el sector, para qué vamos a negarlo) revisionismo crítico.


archivo