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festivales

publicado el 8 de noviembre de 2006

SITGES 2006. La vía europea

Fido. American Way of Death

Bajo la apariencia luminosa de un barrio estadounidense de las afueras, el mismo que ya hemos visto en el filme de John Carpenter, Halloween, se esconde una historia de humor macabro que bebe por igual de las fuentes estéticas de los felices y burgueses años cincuenta, y del sórdido humor negro de las películas de zombis de los setenta.

Fido (2006), de Andrew Currie, plantea un mundo que ha sabido sacar partido al problema de los zombis desarrollando una tecnología que es capaz de amansarlos y convertirlos en mano de obra barata: patosos criados al alcance de cualquier familia media americana. Con una estética inspirada directamente en los filmes de Doris Day, Fido desgrana una historia desternillante y gamberra acerca de una familia algo desubicada socialmente que establece una particular relación con Fido, un zombi con hechuras de galán de cine; relación que a grandísimos rasgos, podría recordar al filme de Tim Burton, Eduardo Manostijeras. El filme cuenta con algunos gags bastante inspirados, aunque el último tramo de la película es demasiado tontorrón y se echa de menos alguna que otra dentellada más encarnizada. Marta Torres

The Fountain. Entre lo ridículo y lo sublime

Probablemente, el filme más esperado del festival, que se proyectaba (absurdamente) fuera de concurso y cuyo estreno en España está previsto para el 2007. La última película del director de culto de Pi y Réquiem por un sueño rompe de manera radical y a la vez con innegable pretenciosidad todos los esquemas preconcebidos que puedan tenerse sobre su autor, no por casualidad también coproductor y coguionista del filme. Fruto de un complicadísimo proceso de producción –la producción original, mucho más costosa, debía haber contado con el protagonismo de Brad Pitt y Kate Winslet– y recibida con gran polémica en su proyección en el pasado Festival de Cannes, La fuente de la vida –título nada absurdo que recibirá en nuestro país– es una obra indiscutiblemente personal y quizá demasiado ambiciosa, que bien podría compararse, salvando las insalvables distancias, con un filme con el que aparentemente no guarda ninguna relación, 2001, una odisea del espacio, exceptuando quizá el manierismo y la brutal frialdad con que ambos cineastas relatan sus historias. ¿Será Aronofsky el Kubrick del futuro? Pregunta de momento sin respuesta, pero a la que me temo que el propio cineasta no le importaría responder afirmativamente. Para quien suscribe estas líneas, y partiendo de la base de que The Fountain resulta imposible de valorar en una primera y única visión (y aún menos cuando ésta es a las ocho de la mañana), la película se sitúa en un indefinible término medio entre lo ridículo y lo sublime, entre lo fascinante y lo bochornoso, busca más incomodar que complacer a los espectadores, llevándolos hasta el límite mismo de sus propios sentimientos y emociones. La misma esencia del filme, de hecho, viene dada ya de entrada por su argumento, como mínimo delirante: una historia de amor que se desarrolla entre la España del siglo XVI y el espacio infinito del siglo XXVI, con la búsqueda del árbol de la vida –capaz de otorgar la vida eterna a los que beben de su sabia– como motor principal, narrada con una espiritualidad y un afán de trascendencia quizá excesivos pero con un convencimiento absoluto. Técnica y narrativamente, la película es impecable y las interpretaciones del reparto, especialmente de Hugh Jackman, irreprochables, sólo falta despejar la duda de si era necesario llegar tan lejos para contar algo tan sencillo, con perdón. P.R.

Grimm Love Story (Rohtenburg). Un descenso al infierno

Debut en la dirección del realizador publicitario y de videoclips Martin Weisz, Grimm Love Story (Rohtenburg) llegó a Sitges envuelta en la polémica –el estreno del filme ha sido prohibido por la justicia en Alemania por motivos no demasiado claros– y se acabó erigiendo en la virtual ganadora del certamen con tres premios quizá excesivos pero que reconocen el enorme riesgo asumido por sus responsables. Basada en un terrible caso real acontecido en Alemania cinco años atrás, la producción trata de dar respuestas a un hecho prácticamente inconcebible para cualquier ser humano: ¿Cómo es posible que un hombre quiera comerse a otro y que otro hombre quiera ser comido por éste? Con un respeto y un tacto que resultan terriblemente dolorosos aún para el espectador más curtido, Weisz y el guionista T. S. Faull construyen una de las historias de amor más intensas y terroríficas de la historia del cine: de manera poco menos que radical, el filme enfoca los hechos desde las emociones y las sensaciones de los dos principales protagonistas, sin juzgarlos en ningún momento, aún más, intentando comprenderlos, y rechazando de manera valiente cualquier concesión a la truculencia y al efectismo. El resultado, a la vez contenido y desgarrador, insoportable y fascinante, es un descenso al infierno de la incomunicación, la soledad y la locura humanas que hiela la sangre y corta la respiración por su atmósfera asfixiante y enfermiza y por las soberbias interpretaciones de Thomas Kretschmann (el caníbal) y Thomas Huber (la víctima). La relación que se establece entre ambos personajes, mucho menos frívola de lo que fue en realidad, es tan intensa, tan fuerte, que sin la distancia que otorga la inclusión en la trama de un tercer personaje, una estudiante de criminología (Keri Russell) que investiga el caso, la visión de Grimm Love Story (Rohtenburg) sería prácticamente insoportable. P.R.

The Heirloom. Goticismo oriental

Sirva The Heirloom (Zhaibian, 2005), del director taiwanés Leste Chen, como ejemplo, más o menos representativo, tanto de una de las más exitosas secciones paralelas del festival, denominada Orient Express, como del estado de salud, por llamarlo de alguna manera, del cine fantástico y de terror oriental. En la misma línea que la mayoría de filmes de fantasmas de procedencia asiática, la película del aquí desconocido Leste Chen presenta, como mínimo narrativamente, muchos, demasiados elementos occidentalizantes, y lo que aún es peor, algunos de los peores tics del cine de género más comercial. Impecable a nivel técnico y visual, el filme se resiente de entrada de un tratamiento demasiado esquemático e infantil de personajes, ambientes y situaciones (la pareja protagonista, que ha heredado una enorme mansión donde años atrás tuvo lugar un suicidio multitudinario que nadie pudo llegar a explicar, se traslada a vivir allí sin ni siquiera arreglarla o pintarla, y encima sin tapar las clamorosas goteras del techo). Los truculentos orígenes de la maldad de la mansión en cuestión, relacionados con el antiquísimo culto familiar al espíritu maligno de un niño muerto antes de nacer, están muy poco desarrollados y el conjunto acaba resultando más confuso que inquietante, más delirante que efectivo. La elaboradísima fotografía de Kwan Pun-Ieung y el cuidado trabajo de dirección artística de Luo Shun-fu, junto con la innegable belleza de algunas de sus imágenes, contrastan así con la poca consistencia de una trama incapaz de ir más allá de los lugares comunes y de romper los más previsibles esquemas del género. P.R.

Homecoming. De zombis y demócratas

Homecoming (2005), incomprensiblemente premio del jurado en la presente edición de Sitges, es una de las aportaciones de Joe Dante (Aullidos, Gremlins) a la serie norteamericana producida por Mick Garris Masters of Horror. El director de Pirañas navega por las mismas aguas estancadas desde hace décadas y, de hecho, no se ha movido ni un ápice de su exitoso cóctel de horror-comedy que tantos réditos le dio en el pasado. Homecoming es el tópico relato de zombies con cierto barniz de crítica política que intenta poner en la picota al partido republicano. Joe Dante resucita a los soldados caídos en la guerra de Irak y les hace caminar hasta los colegios electorales para ejercer su derecho alvoto y, dicho sea de paso, provocar un cambio de inquilino en la Casa Blanca. Tan sarcástica idea ni va acompañada de una buena realización ni de una aceptable dramatización. Con Homecoming Dante se suma al ideario de Michael Moore sustituyendo el patrón del documental tendencioso (y necesario) por el de la sátira de terror eigthies que tantos réditos dio a cineastas más solventes como George A. Romero. Homecoming podría pasar por un capítulo menor de una saga como Creepshow, su recorrido emocional es escaso y en ningún instante pretende aportar un viso de trascendentalidad. Que nadie espere ver en este divertimento, burlesco y antimilitarista, un discurso y un trasfondo tan escalofriante como el que Robin Campillo mostró hace un par de años en este mismo festival con Les Revenants. L.R.

La hora fría. Huyendo de los estereotipos

Elio Quiroga ha tardado diez años en realizar su segunda película después de la nunca suficientemente reivindicada Fotos (1996), uno de los títulos más salvajes y arriesgados del cine español de los últimos años. El regreso del director canario a la primera página de la actualidad cinematográfica es una película de género, una película orgullosamente pequeña con un reparto de actores prácticamente desconocidos y que no viene respaldada por ninguna gran compañía, un hecho que en sí mismo no explica ni justifica la escasa repercusión que ha obtenido en el certamen tanto por parte de la crítica especializada como de la generalista. Con un estilo radicalmente opuesto a la de los títulos más comerciales y americanizantes realizados en España por la Fantastic Factory (hablando de Filmax, ¿para cuando una edición en dvd de Fotos?), Quiroga plantea una epopeya de terror y ciencia-ficción apocalíptica que trasciende con valentía un argumento manido y hasta cierto punto previsible –en un futuro no demasiado lejano, ocho personas viven aisladas en unas instalaciones subterráneas mientras en el exterior reina el caos y el terror– al retratarlo con un realismo nada o muy poco espectacular, huyendo de los estereotipos (el protagonista principal es un niño que filma buena parte de los acontecimientos con su videocámara, sin ir más lejos). La hora fría (2006) es así, antes que nada, una película de personajes y emociones y un título absolutamente personal, hasta el punto que las siempre inevitables comparaciones y referencias con otras películas anteriores del género que uno puede tener antes de su visión –El día de los muertos de George A. Romero– pasan completamente desapercibidas en la sala de proyección. Como en los buenos filmes de terror y ciencia-ficción, Quiroga utiliza lo sobrenatural y lo inexplicable (en este caso los zombies que pueblan el exterior del complejo, llamados “extraños”, o los “invisibles”, a quién sólo se puede detectar porque su presencia provoca un súbito descenso de la temperatura) para hablar del presente y del futuro de la humanidad y no de manera complaciente sino terriblemente pesimista. Mención aparte merecen los efectos visuales, obra de La Huella FX y supervisados por Jérome Debève y Juan A. Ruiz, por cuya originalidad y competencia, aunque lejos de la perfección técnica de The Host de Bong Joon-ho, bien hubieran merecido una mención del jurado. P.R.

The Host. El monstruo del río Han

El autor de Memories of Murder, Bong Joon-Ho, sorprendió a propios y a extraños con una espectacular monster-movie que renueva y al mismo tiempo dinamita desde dentro las convenciones más estereotipadas del género. Radicalmente alejada tanto de las características de las kaiju-eiga o filmes de monstruos de procedencia japonesa como del estilo de títulos clásicos del género con los que los carteles publicitarios tratan de emparentarla, de Tiburón de Steven Spielberg, a Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott, The Host (Guimul, 2006) es una película de una libertad y originalidad formal y narrativa sin parangón en el cine fantástico contemporáneo, y cuenta con muchas escenas que merecen figurar desde ya en cualquier antología del género (la primera media hora de metraje es sencillamente magistral). Rehuyendo de los tópicos más manidos de este tipo de producciones, Joon-ho narra la odisea de una destartalada y patética familia coreana de clase baja, obligada por las circunstancias (básicamente por la manifiesta estupidez de la sociedad en la que viven) a hacer frente a una enorme criatura monstruosa nacida de la contaminación y que se desenvuelve igual de bien dentro que fuera del agua. Y lo hace sin ningún tipo de concesiones y utilizando por igual, casi sin distinción, elementos del drama más desgarrador y de la comedia más enloquecida, y aderezando el conjunto con una visión muy crítica –cínica, diría yo– del poder y de las autoridades (los norteamericanos son, de lejos, los que salen peor parados). Para Joon-ho no hay término medio: el desarrollo de los acontecimientos y las reacciones de los personajes resultan imposible de preveer e invitan tanto a la carcajada como a la reflexión, a la angustia y a la tristeza. El filme, es cierto, no consigue mantener el mismo ritmo brutal y la misma intensidad a lo largo de todo el metraje, tarea prácticamente imposible, pero se erige de manera incontestable en uno de los títulos fundamentales de lo que llevamos de década. Merecía un mayor reconocimiento en el palmarés que el premio de consolación a los efectos especiales, obra de la compañía norteamericana The Orphanage y realmente impresionantes. P.R.

Isolation. Un Alien rural

Una historia acerca de un ternero mutante y asesino parece un buen punto de partida para una película gore, uno de esos filmes de horror gamberro de las que se acostumbra a elogiar la falta de pretensiones y la sana búsqueda del puro entretenimiento. Sin embargo, no es el caso de Isolation (2005), una rara avis firmado por un desconocido realizador irlandés, Billy O’Brian, que contaba hasta ahora con un solo cortometraje en su haber, The Tale of The Rat that Wrote, que le valió una candidatura a los premios BAFTA en 1999.

El filme sitúa la acción en una solitaria granja irlandesa (el único escenario que aparecerá en toda la película) donde un siniestro mad doctor efectúa experimentos genéticos para aumentar la productividad del ganado. Un experimento sale mal y el propietario de la granja deberá enfrentarse a una extraña y descontrolada criatura devoradora de carne. Los puntos en común con productos como Alien, el octavo pasajero y similares son incuestionables, a los que se añade, además, un cierto ánimo para poner en tela de juicio la experimentación con animales.

Isolation, presentada en la sección oficial Méliès del festival, sorprende por su enfoque decididamente siniestro y por su capacidad para tratar de forma creíble y sin atisbo de humor un argumento que en otras manos hubiera parecido poco menos que risible. Sin embargo, el filme que nos presenta O’Brien queda muy por encima de la habitual carne de videoclub, y de otros productos con bastante más presupuesto, gracias a su buen pulso narrativo, a su capacidad para evocar paisajes inquietantes (la granja y el bosque que la circundan no son nada tranquilizadores), a su habilidad para sugerir (forzada sin duda por el bajo presupuesto, que le impide mostrar al monstruo de la historia) y a su nada habitual cuidado en construir personajes con cierta profundidad psicológica. M.T.

Moscow zero. Bajo cero

La carrera de la directora Luna (pseudónimo de la española María Lidón) es una de las más insólitas dentro del panorama cinematográfico internacional, tanto por la mediocridad y la falta de madurez de sus propuestas como por la aparente facilidad con la que ha conseguido el dinero necesario para llevarlas a cabo, principalmente fuera de España, con la participación de actores y actrices de cierto prestigio del todo impensables en filmes como el que ahora nos ocupa, probablemente el peor de Sitges 2006. Luna y la guionista Adela Ibañez parten de una idea argumental no del todo desdeñable (la desaparición de un prestigioso antropólogo en el subsuelo de una zona abandonada de Moscú sobre la que circulan numerosas leyendas terroríficas relacionadas con la existencia de las puertas del Infierno), pero el filme dinamita desde dentro las posibilidades de la historia con un tratamiento terriblemente infantil y vergonzante de personajes, ambientes y situaciones y con una factura visual desaliñada y feísta como pocas. La práctica totalidad del metraje se reduce a la penosa búsqueda del antropólogo en cuestión por parte de un amigo suyo de la infancia, Owen (Vincent Gallo, parece que ya definitivamente perdido para el cine), y de un grupo variopinto de personajes, a cuál más estúpido y absurdo, y el filme da vueltas y más vueltas sobre sí mismo sin que la progresión dramática ni la presunta atmósfera inquietante que debería dominar el relato aparezcan en ningún momento. La sorpresa final, el último (o mejor, el único) giro argumental de la trama, carece encima de connotaciones sobrenaturales de ninguna clase y acaba por hundir los resultados finales en los terrenos de la tomadura de pelo. P.R.

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