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publicado el 29 de abril de 2007

Lo real y lo diabólico

Casi una década ha tardado el realizador catalán Nacho Cerdà en dar el definitivo salto al largometraje. Un tiempo excesivamente dilatado para sus admiradores que por fin se ha vencido con el estreno de la notable ‘Los abandonados’ (2006), un inquietante y atractivo filme fantasmagórico sobre la irreversibilidad del tiempo y los espacios malditos que sin duda es una de la aproximaciones al genero fantástico más interesantes que ha dado la última producción nacional. Un título lleno de aristas y fugas sombrías que justifica el enorme (y aún algo precipitado) prestigio que dispone el autor entre los seguidores del cine de horror.

Juan Carlos Matilla | Antes de la visión de Los abandonados, resultaba algo difícil adivinar la línea estilística y conceptual que iba a tomar Cerdà en su debut en el largometraje: continuar la vertiente tenebrosa, explícita y desasosegante de su celebérrimo corto Aftermath (1994) o reincidir en el lirismo macabro y sugerente de su onírico último trabajo Génesis (1998). Posiblemente, la opción tomada por el realizador pueda decepcionar a los defensores a ultranza de ambas corrientes ya que la decisión final fue la de hilvanar un relato de reminiscencias góticas y claras referencias literarias (1), que parte de un punto intermedio entre ambas maneras de entender el género de terror. El resultado de tal suma supone un acercamiento físico y ominoso a las temáticas más crudas y extrínsecas del horror (del gore a la poética de la crueldad) que sabe abrazar con pasión y talento las soluciones visuales más abstractas, insinuantes y reflexivas.

Si algo llama la atención de Los abandonados es su atractiva (y poco frecuente) apuesta por narrar un relato que encara el cine de terror y de aparecidos desde un punto de vista a medio camino entre la certeza de lo real y las fugas irracionales, necesario para extraer las múltiples posibilidades de una obra que insiste en mostrarnos la fragilidad de la línea que separa la aparente realidad que nos rodea de su reverso más tenebroso.

Así, esta opción intermedia resulta ser la más adecuada para trazar el esqueleto formal de una obra que, precisamente, tiene en su naturaleza de filme sobre los estados de tránsito y los espacios intermedios, su principal acierto conceptual. Y es que, si algo llama la atención de Los abandonados es su atractiva (y poco frecuente) apuesta por narrar un relato que encara el cine de terror y de aparecidos desde un punto de vista, digamos, “suspendido”, a medio camino entre la certeza de lo real y las fugas irracionales, necesario para extraer las múltiples posibilidades de una obra que a cada plano y a cada secuencia insiste en mostrarnos la fragilidad de la línea que separa la aparente realidad que nos rodea de su reverso más tenebroso.

Filme sobre el terrible destino de una pareja de hermanos atados a una tragedia del pasado que les aboca a una muerte trágica, la obra de Cerdà intenta fijar un espacio entre dos mundos (el real y el diabólico) para, mediante el uso de un ingente catálogo de recursos escénicos, conformar un inquietante mapa del infierno alejado de formas prototípicas o lugares comunes. Aquí, el averno se transforma en un lugar herrumbroso y deshabitado, donde el tiempo se repliega y extiende a placer, y donde sus moradores son espectrales dopplegängers que parecen perdidos en un umbral hacia lo desconocido. Esta noción de espacio intermedio entre distintos mundos es potenciada por la puesta en escena de Cerdà que insiste en filmar símbolos más o menos evidentes (espejos quebradizos, agujeros que desaparecen sin dejar rastro, ríos que parecen arrastrar una corriente de otra dimensión, etc.) junto con recursos de auténtico maestro (como la magistral secuencia en la que la protagonista asiste impávida al asesinato de su propia madre, desvelado gracias al uso dramático de la luz de una linterna, o el antológico uso del rewind en el segmento en que la casa familiar se reconstruye a cámara lenta). Además de estos hallazgos narrativos podemos citar otros como la inteligente inserción de planos subjetivos que insisten en la noción de acecho en la oscuridad, los estremecedores efectos de sonido, la morosa cadencia rítmica y el uso de la profundidad y el fuera de campo en las apariciones de los fantasmas (con mención especial a las secuencias ambientadas en los bosques que circundan la casa de los hermanos y la acongojante aparición de uno de los siniestros dobles en los sótanos de la mansión, una epifanía de puro de horror que debería ocupar un lugar de honor entre los últimos morceaux de bravoure del cine de terror actual).

La obra de Cerdà intenta fijar un espacio entre dos mundos (el real y el diabólico) para, mediante el uso de un ingente catálogo de recursos escénicos, conformar un inquietante mapa del infierno alejado de formas prototípicas o lugares comunes.

Todos estos aciertos narrativos dan la medida del atractivo mundo visual de Cerdà, un autor que en Los abandonados parece obsesionado hasta el límite por usar un lenguaje elocuente pero a la vez abstracto, sinuoso pero también sesgado, convencional pero también rupturista. Basta recordar un breve apunte en el inicio del filme cuando seguimos a la protagonista de camino a la embajada en el interior de un taxi. A este momento le sigue un presunto plano de seguimiento exterior de lo que parece ser el mismo taxi, certeza que desaparecerá tras la entrada en plano de la mujer andado por la calle, personaje que al plano siguiente tendrá un inquietante encuentro en las escalinatas de la embajada con otro individuo que también se evaporará del relato por otro brusco efecto de montaje. Así, este imperceptible truco narrativo parece funcionar como preámbulo del posterior discurso del autor sobre la relatividad y fugacidad de las apariencias.

Además, a mi entender el filme de Cerdà se puede leer como una de las más sugestivas digresiones realizadas dentro de la factoría Filmax en cualquiera de sus ramificaciones (Fantastic Factory, Fantastic Discovery o Filmax International), una productora que en los últimos años ha ofrecido una amplia aunque bastante homogénea muestra de filmes fantásticos. El especialista Antonio José Navarro ya apuntó la presencia de una huella común en las producciones Filmax: “Si hay algo que no se le puede negar a los diversos filmes de terror y thrillers que, al margen de la Fantastic Factory, han producido Julio Fernández y Filmax, es la paulatina instauración de una “marca de fábrica”, de un look que, por encima de los estilos distintivos y maneras de entender el género por parte de sus autores (…) identifica la labor de la compañía. (…) Esta indefinible pero evidente estética “corporativa” (…) ha jugado a favor de la proyección internacional de Filmax” (2).

Gracias a técnicos de diversos ámbitos como Xavi Giménez, Javier Salmones, Bernat Vilaplana, Luis de la Madrid, Carles Cases o Llorenç Miquel, las producciones Filmax tienen un estilo reconocible, basado en la adopción de una fotografía gélida, unos registros visuales sofisticados, unos inquietantes y sinuosos scores, una planificación elegante y una estructura dramática algo convencional y lastrada por la servidumbre a patrones narrativos estadounidenses demasiado manidos. Pero, al margen de esta linealidad formal, existen otro dos conceptos que comparten estas producciones, también reseñados por Navarro, su visión de lo ominoso: “estas películas se encuentran unidas por una variada representación del miedo como verdadero eje vertebrador del relato”; y los anhelos ocultos de los personajes: “donde moran terribles demonios: la cobardía, la inseguridad en sus propios sentidos y emociones, la pasión por el crimen y la venganza, el placer que provoca el Mal, los deseos de poseer aquello que nos es vedado, la negación de nuestras propias vilezas, etc” (3). Los abandonados es hija de esta coyuntura de producción pero, en mi opinión, su decidida voluntad de apartarse de los cauces comunes del género y aproximarse a tratamientos más anarrativos de lo normal, la convierte en una agradable rara avis dentro de la productora catalana.

Pero a pesar de todos estos admirables aciertos, se puede sostener que el lastre más molesto que soporta el debut de Cerdà recae en la impresión de que el director ha puesto más ahínco en elaborar un turbio y rico lenguaje visual en detrimento de una ajustada y compleja densidad dramática. O sea, da la impresión de que a Cerdà le ha importando más la manera de contar su discurso que la propia naturaleza del mismo. Si bien, para todos aquellos que defendemos la calidad del género fantástico según criterios de lenguaje este handicap puede resultar un mal menor, sería una temeridad tolerar las lagunas y flaquezas dramáticas del relato (cuya tendencia a adoptar un tono discursivo y escaso en profundidad psicológica resulta harto molesta) y no lamentar una mayor concentración narrativa. Errores evidentes que, aunque no acaban de estropear el filme, lo apartan de la plena excelencia artística.

  • (1) La lista de guiños a la tradición fantástica sería larga y profusa e iría desde Lewis Carroll a ETA Hoffman, De Robert Louis Stevenson a Edgard Allan Poe y de la narrativa gótica a la herencia surrealista.

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  • (2) Navarro, Antonio José, en “La Fantastic Factory. Terror made in Spain”, Cine Fantástico y de terror español. 1984-2004, Semana de Cine Fantástico y de Terror Español, 2005, pág. 246.

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  • (3) Navarro, Antonio José, op. cit., pág. 247.

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