publicado el 30 de abril de 2007
A diferencia del resto de monstruos clásicos del ciclo terrorífico de la Universal, cuyas aventuras acabaron degenerando en demenciales producciones de serie Z y/o en “reuniones de monstruos” más demenciales todavía, El hombre invisible tuvo mejor suerte y generó tres secuelas no carentes de interés que, ya sin prácticamente relación con la novela fundacional de H. G. Wells y cada vez más alejadas del terror o incluso del propio cine fantástico, intentaron aportar ideas y elementos nuevos a la historia: El hombre invisible vuelve (The invisible man returns, Joe May, 1940), Invisible agent (Edwin L. Marin, 1942) y La venganza del hombre invisible (The invisible man’s revenge, Ford Beebe, 1944). Paralelamente a la primera secuela oficial de la serie, la Universal se aproximó también al personaje en clave femenina y con un sorprendente envoltorio de comedia más o menos sofisticada en La mujer invisible (The invisible woman, A. Edward Sutherland, 1940).
Pau Roig | El regreso del hombre invisible
Después de prácticamente tres años alejada del cine de terror –el período de tiempo que va de La hija de Drácula (Dracula’s daughter) y El poder invisible (The invisible ray), dirigidas por Lambert Hillyer en 1936, hasta La sombra de Frankenstein (Son of Frankenstein, Rowland V. Lee, 1939)–, en 1939 la compañía Universal inició una baratísima y casi indiscriminada política de secuelas de sus grandes éxitos de la primera mitad de los años treinta, intentando salir de una aguda crisis comercial de la que ya no llegaría a recuperarse. The mummy’s hand (Christy Cabanne, 1940) y El hombre invisible vuelve (estrenada en los Estados Unidos el 12 de enero de 1940) se inscriben claramente en esta nueva tendencia, aunque mientras el filme de Cabanne intenta recuperar el estilo y el espíritu del filme fundacional del ciclo de la momia dirigido por Karl Freund en 1932, con desiguales resultados, sorprende encontrar en el filme de Joe May (1880–1954) ideas y elementos que lo alejan, de manera notable, de la producción original de James Whale.
Mucho más amable y distendida, y de manera nada sorprendente inscrita en la óptica optimista y hasta cierto punto patriótica impuesta por el New Deal creado por el presidente Roosevelt para superar los años grises de la depresión económica, El hombre invisible vuelve destaca en primer lugar por la originalidad y concisión de su guión, escrito por Lester Cole (1904–1985) y Kurt Siodmak [1] a partir de un argumento del propio Siodmak y de Joe May. Si bien respetan hasta cierto punto la estructura argumental de El hombre invisible, recreando incluso algunas de sus secuencias más recordadas –el personaje se quita las vendas que cubren su rostro invisible delante de un espejo, hay también una cena delirante en la que se hace evidente la terrible influencia que la droga que otorga la invisibilidad está empezando a ejercer sobre el protagonista–, Cole y Siodmak sitúan el personaje en el contexto de una historia de intriga que bebe directamente de uno de los temas favoritos de Alfred Hitchcock, el del falso culpable. El hombre invisible en esta ocasión no es ningún científico enloquecido, aún menos un monstruo: es Geoffrey Radcliffe (Vincent Price, 1911–1993), propietario de una rica explotación minera, que elige la invisibilidad como única alternativa para descubrir al responsable del asesinato de su hermano Michael, por el que ha sido injustamente condenado a muerte. El responsable del "milagro científico", por llamarlo de alguna manera, es su amigo Frank Griffin (John Sutton, 1908–1963), investigador y médico de las minas Radcliffe, y hermano del desaparecido Jack Griffin, el hombre invisible original (aquí acaba cualquier relación argumental estricta entre ambos filmes: la historia de El hombre invisible vuelve se desarrolla nueve años después del fin del primer título de la serie). Radcliffe y Griffin cuentan, además, con la complicidad de la prometida de Radcliffe, Helen Manson (Nan Grey, 1918–1993), objeto del deseo de un cuarto personaje, Richard Cobb (Sir Cedric Hardwicke, 1893–1964), tio de Geoffrey y heredero de su fortuna después de su muerte.
El hombre invisible en esta ocasión no es ningún científico enloquecido, aún menos un monstruo: es Geoffrey Radcliffe (Vincent Price, 1911–1993), propietario de una rica explotación minera, que elige la invisibilidad como única alternativa para descubrir al responsable del asesinato de su hermano Michael
El desarrollo de la trama a partir de aquí es bastante sencillo y previsible: la identidad del verdadero asesino se ve a venir a los cinco minutos de metraje y aunque la droga que otorga la invisibilidad empieza a afectar seriamente a su cerebro (la monocaina del filme de Whale fue sustuida aquí por otra droga, el duocano, sin más explicaciones), todo se resuelve felizmente, demasiado felizmente. Radcliffe persigue sin tregua a Cobb y a su cómplice, el borracho Spears (Alan Napier), antiguo vigilante nocturno de las minas reconvertido ahora en capataz pese a su incompetencia, hasta arrancarles una declaración de culpabilidad en un espectacular clímax final ambientado en lo más alto de una de las torres de extracción de carbón. El único problema radica en el hecho de que Griffin no ha conseguido hallar todavía la fórmula para volver otra vez visible al protagonista, aunque al final todo se resolverá con una simple transfusión de sangre. Los efectos especiales de John P. Fulton no brillan a la altura de los del filme fundacional, pero se observa en cambio un notable esfuerzo por parte de Joe May para dotar el conjunto de un dinamismo que mantiene el interés de los espectadores hasta el desenlace. El sobrio pero elaborado trabajo de puesta en escena del director es uno de los principales elementos de interés de un conjunto que sólo de manera oblicua –el más bien tétrico diseño de los títulos de crédito iniciales, la espesa niebla que rodea la mansión Radcliffe al principio del filme– puede situarse en el contexto del ciclo terrorífico de la Universal.
El hombre invisible, héroe de guerra
Lo mismo puede decirse de Invisible agent, el siguiente título de la serie, claramente inscrito en la maquinaria propagandística con la que Hollywood apoyó la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, en este caso no sólo en contra del régimen nazi de Adolf Hitler sino también contra Japón. Ambos países salen bastante mal parados de una trama totalmente delirante pero ejemplarmente construida que en sus mejores momentos hace gala de un desopilante y nada disimulado humor negro, con escenas y diálogos surrealistas que remiten al clásico de Ernst Lubitsch Ser o no ser (To be or not to be), producido ese mismo año. El argumento es sumamente sencillo: tras ser descubierto por los agentes alemanes y japoneses en los Estados Unidos, dispuestos a conseguir a cualquier precio la fórmula de la invisibilidad, Frank Griffin (Jon Hall, 1915–1979), que oculta su verdadero nombre con el seudónimo de Frank Raymond, recurre al gobierno norteamericano y tras el recrudecimiento de la contienda, especialmente en el Pacífico (hay referencias explícitas al bombardeo de Pearl Harbour), ofrece la droga diseñada por su abuelo a las autoridades, pero con la condición de que sólo podrá ser utilizada por él mismo ya que sus efectos pueden ser muy pelirgrosos; en realidad, como se verá, lejos de afectar al cerebro lo único que hace es provocar incontrolables ataques de sueño.
Inmediatamente, Griffin es enviado a Alemania, donde la resistencia lo pone en contacto con otra agente infiltrada, Maria Sorenson (Ilona Massey, 1912–1974), compañera sentimental de uno de los máximos dirigentes del aparato represivo nazi, Conrad Stauffer (Sir Cedric Hardwicke, 1893–1964): su objetivo es averiguar la fecha en la cuál los alemanes pretenden atacar las fábricas de armamento de los Estados Unidos.
En su única incursión en el cine fantástico, Edwin L. Marin imprime al conjuto el ritmo trepidante necesario para su buen funcionamiento, una mezcla de aventuras bélicas, espionaje, comedia y romance perfectamente calculada, realzada además por el notable esfuerzo por parte de John P. Fulton y el departamento de efectos especiales por innovar, y en muchos momentos superar, los efectos fotográficos del filme de James Whale.
En su única incursión en el cine fantástico, Edwin L. Marin (1899–1951) imprime al conjuto el ritmo trepidante necesario para su buen funcionamiento, una mezcla de aventuras bélicas, espionaje, comedia y romance perfectamente calculada, realzada además por el notable esfuerzo por parte de John P. Fulton y el departamento de efectos especiales por innovar, y en muchos momentos superar, los efectos fotográficos del filme de James Whale. Griffin, por ejemplo, se inyecta la droga de la invisibilidad justo antes de tirarse en paracaídas sobre Alemania, de manera que se vuelve invisible en plena caída y empieza a desvestirse ante la atónita mirada de los soldados alemanes, que le pierden el rastro nada más poner los pies en el suelo. Por primera vez, además, el hombre invisible no recurre a las tradicionales vendas para cubrir su rostro y hacer así visible su presencia: basta con un poco de crema maquilladora para conseguir un efecto mucho mayor de visibilidad. Fulton se supera en esta escena y en alguna más, especialmente en la del baño del hombre invisible, una de las más recordadas del filme.
La inmensa presencia de Peter Lorre hace ganar enteros al filme en todas las escenas en las que aparece, y protagoniza una de las más contundentes escenas del filme
Pero Invisible agent, dejando de lado sus momentos más previsibles y repetitivos –una vez más, el romance que se establece casi de inmediato entre el hombre invisible y la heroína de turno: parece que la invisibilidad resulta irresistible para las mujeres–, destaca también de manera especial por el brillante dibujo de los personajes secundarios, y no sólo los responsables de la policía y de los servicios secretos alemanes, representados por el inteligente y sádico Stauffer y por el bobo y patoso Karl Heiser (J. Edward Bromberg, 1903–1951), sino, más especialmente, el cónsul japonés en Alemania, el Barón Ikito (Peter Lorre, 1904–1964), de un sadismo refinado y perverso muy superior al más desalmado de los nazis. La inmensa presencia de Lorre hace ganar enteros al filme en todas las escenas en las que aparece, y protagoniza una de las más contundentes escenas del filme: después de que el hombre invisible, y con él la fórmula que otorga la invisibilidad, se le haya escapado de las manos (más por la incompetencia de los alemanes que por otra cosa), asesina a Stauffer para, seguidamente, arrancarle el brazalete con la cruz gamada para limpiar con él la sangre de su cuchillo, el mismo cuchillo con el que instantes después se quitará la vida en un hara-kiri delante de un altar budista. En un espectacular clímax final ambientado en el aeropuerto de Berlín, Maria pilotará el avión de combate con el que los heroicos protagonistas conseguirán escapar, no sin antes bombardear el propio aeropuerto con una lluvia de obuses. Heiser, testimonio de excepción del asesinato de Stauffer, será cosido a disparos poco después por dos agentes que cumplen órdenes del ya difunto militar de las SS.
La sangre es la vida: La venganza del hombre invisible
La venganza del hombre invisible, última entrega de la serie, devuelve al personaje a los terrenos dramáticos –e incluso terroríficos– de los dos primeros títulos de la serie, aunque el libreto, firmado en esta ocasión por Bertram Millhauser (1892–1958), resulta exageradamente plano e ingenuo. El protagonista de Invisible agent, Jon Hall, interpreta a Robert Griffin, dado por muerto cinco años atrás después de un accidente en un safari en Mozambique que tenía como objetivo el descubrimiento de una mina de diamantes. Griffin (re)aparece de repente en Londres para hacer chantaje a los que fueran sus antiguos socios, el matrimonio formado por Jasper e Irene Herrick (Lester Matthews, 1900–1975, y Gale Sondergaard, 1899–1985), quiénes no dudarán en sacárselo de encima de manera expeditiva. Perdido y aturdido, Griffin llama por casualidad a la puerta de un afable y solitario científico, el Dr. Drury (John Carradine, 1906–1988), quién resulta que casualmente ha descubierto una fórmula que permite hacer invisibles a los animales (vive con un perro y un loro invisibles, sin ir más lejos). Griffin acepta ser la primera persona en convertirse en invisible y engaña al científico: su único objetivo es vengarse de aquellos que le niegan la mitad de la fortuna que consiguieron en África y utilizará la invisibilidad para obligar a Jasper Herrick a que le entregue no sólo su casa y su dinero, sino también a su hija Julie (Evelyn Ankers, 1918–1985), de la que siempre ha estado enamorado. Pero Julie está prometida a un intrépido y muy inteligente periodista, Mark Foster (Alan Curtis, 1909–1953), quién después del asesinato del Dr. Drury y del incendio de su laboratorio, no tardará en descubrir la verdadera identidad del asesino (Griffin, para acabarlo de arreglar, pasa unos días en casa de los Herrick haciéndose pasar por Martin Field, un antiguo amigo de la familia).
En la que seguramente es su realización más conocida, el plano y rutinario trabajo de puesta en escena del prolífico Ford Beebe en poco o nada ayuda a disimular las terribles lagunas y las constantes incongruencias de un guión poco menos absurdo en el que parece que cualquier cosa es posible
En la que seguramente es su realización más conocida, el plano y rutinario trabajo de puesta en escena del prolífico Ford Beebe (1888–1978) en poco o nada ayuda a disimular las terribles lagunas y las constantes incongruencias de un guión poco menos absurdo en el que parece que cualquier cosa es posible, y en el que por desgracia las notas de humor ni siquiera mantienen relación con la trama principal. En una especie de remedo mal hecho del filme de Whale, los apuntes de comedia vienen dados por personajes secundarios con muy poco o ningún peso en la acción, habitantes de la zona y clientes de una posada cercana a la mansión, y se reducen a poco más que a las actividades de un humilde carpintero, Herbert (Leon Errol), quién después de salvar la vida a Griffin pretende sacar beneficios de la invisibilidad de su amigo. Con la ayuda de Griffin, Herbert es el indiscutible protagonista de una partida de dardos en la que consigue sólo dianas ante la mirada atónita de los clientes de la posada, y que ocupa prácticamente diez minutos de metraje sin venir a cuenta de nada. La impersonalidad de Jon Hall, estrella indiscutible de la función, tampoco ayuda a establecer la necesaria complicidad de los espectadores con el personaje: aunque no queda claro del todo, parece que Griffin ni siquiera fue realmente engañado por los Herrick; por los recortes de periódico que hablan del asesinato de un médico y un vigilante en el hospital psiquiátrico dónde estaba encerrado, y por su temperamento violento, Beebe y Millhauser parecen contemplarlo más como un pobre diablo de tendencias homicidas, aunque carece prácticamente de matices o de profundidad psicológica.
Más allá del nombre del protagonista, cualquier relación con la novela de H. G. Wells y con las dos secuelas anteriores es pura coincidencia; la droga de la invisibilidad ni siquiera tiene nombre y los efectos especiales tampoco resultan nada del otro mundo, más bien al contrario
Más allá del nombre del protagonista, cualquier relación con la novela de H. G. Wells y con las dos secuelas anteriores es pura coincidencia; la droga de la invisibilidad ni siquiera tiene nombre y los efectos especiales tampoco resultan nada del otro mundo, más bien al contrario: algunas secuencias rodadas sin la supervisión de John P. Fulton, como la escena final de la transfusión de sangre en la bodega de la mansión Herrick, dejan ver de manera clamorosa los hilos que sostienen los objetos, en este caso el cuerpo de Foster. El director y el guionista tampoco sacan partido de la idea más inquietante presente en el guión, que prescinde del paréntesis abierto en Invisible agent, filme en el qué no se especificaba cómo el sujeto invisible podía volver a ser visible, para retomar una idea ya expuesta en el final de El hombre invisible vuelve: es suficiente una transfusión de sangre para devolver la visibilidad al cuerpo invisibilizado, aunque sólo sea momentáneamente. La diferencia radica en que en La venganza del hombre invisible la sangre necesaria para llevar a cabo el proceso es demasiada, lo que lleva a la muerte del donante (así muere Drury y así pretende Griffin acabar también con la vida de Foster después de que empiece a volverse invisible en mitad de un desayuno en la mansión Herrick), de manera que el hombre invisible puede contemplarse como una especie de vampiro. Sin ahondar para nada en esta interesante línea argumental, el filme no cuenta con escenas especialmente impactantes ni aún menos inquietantes: en un final del todo precipitado, Griffin muere a mitad de una transfusión en las garras del fiel pastor alemán del Dr. Drury, del cuál Herbert no ha podido deshacerse, y que llevaba persiguiendo a Griffin desde el asesinato de su amo. En un epílogo bastante chapucero, las palabras del jefe de la policía local –"Investigó muy profundamente en los lugares prohibidos. Todo hombre recibe su merecido. La naturaleza encuentra la forma de pagarle con su propia moneda"– suponen un triste colofón para la serie. En las filas Universal, el personaje ya no tenía otro sitio que el de comparsa cómica para los inefables cómicos Bud Abott y Lou Costello: después de su cameo en la escena final de Contra los fantasmas (Abott and Costello meet Frankenstein, Charles T. Barton, 1948), con la voz de Vincent Price, los máximos responsables de la compañía dedicarían un filme entero de la pareja de cómicos al persponaje, Abott and Costello meet the invisible man (Charles Lamont, 1951).
FICHAS TÉCNICO-ARTÍSTICAS
El hombre invisible vuelve
Estados Unidos, 1940. 80 minutos. B/N. Título original: The invisible man returns Director: Joe May Producción: Universal Pictures Guión: Lester Cole y Kurt Siodmak Fotografía: Milton Krasner Música: Hans J. Salter y Frank Skinner Dirección artística: Jack Otterson Montaje: Frank Gross Reparto: Sir Cedric Hardwicke (Richard Cobb), Vincent Price (Geoffrey Radcliffe), Nan Grey (Helen Manson), John Sutton (Dr. Frank Griffin), Cecil Kallaway (Sampson), Alan Napier (Willie Spears), Forrester Harvey (Ben Jenkins).
Invisible agent
Estados Unidos, 1942. 78 minutos. B/N. Director: Edwin L. Marin Producción: George Waggner, para Universal Pictures Guión: Curtis Siodmak Fotografía: Les White Dirección artística: Jack Otterson Montaje: Edward Curtiss Reparto: Ilona Massey (Maria Sorenson), Jon Hall (Frank Raymond), Peter Lorre (Barón Ikito), Sir Cedric Hardwicke (Conrad Stauffer), J. Edward Bromberg (Karl Heiser), Albert Basserman (Arnold Schmidt), John Litel (John Gardiner), Holmes Herbert (Sir Alfred Spencer).
La venganza del hombre invisible
Estados Unidos, 1944. 80 minutos. B/N. Dirección y producción: Ford Beebe, para Universal Pictures Guión: Bertram Millhauser Fotografía: Milton Krasner Música: H. J. Salter Dirección artística: John B. Goodman y Harold H. MacArthur Montaje: Saul Goodkind Reparto: Jon Hall (Robert Griffin), Leon Errol (Herbert), John Carradine (Dr. Drury), Alan Curtis (Mark Foster), Evelyn Ankers (Julie Herrick), Gale Sondegaard (Irene Herrick), Lester Matthews (Sir Jesper Herrick), Halliwell Hobbs (Cleghorn).