publicado el 30 de abril de 2007
'Captivity' marca, aparentemente, un notable cambio de rumbo en la errática carrera de Roland Joffé (Kensington, 1946), especialmente recordado por películas de cierto prestigio sin absolutamente ninguna relación con la que ahora nos ocupa, caso de 'Los gritos del silencio' ('The killing fields', 1984) o 'La misión' ('The mission', 1986). Para todos aquellos que el cine del director británico les pareció siempre un "bluff" de diseño, simples encargos comerciales disfrazados con ínfulas artísticas y/o autorales, no les sorprenderá en absoluto la apuesta del cineasta por el 'psycho-thriller', aunque si le hubieran dicho años atrás a Joffé que acabaria dirigiendo un guión del cada día más perdido (y más rico) Larry Cohen, seguramente habría echado a correr.
Pau Roig | No hay ninguna duda al respecto de que el Larry Cohen guionista poco o nada tiene que ver con el Larry Cohen director, responsable años atrás de algunos de los títulos más demenciales y extravagantes del cine de terror independiente estadounidense, algunos de ellos justamente elevados a la categoría de culto, como es el caso de Estoy vivo (It’s alive, 1974), La serpiente voladora (Q, the winged serpent, 1982) o In-natural (The stuff, 1984). Captivity se añade, sin ninguna trascendencia, a la lista de guiones de Cohen producidos en los últimos años –Última llamada (Phone booth, Joel Schumacher, 2002), Cellullar (Id., David R. Ellis, 2004)– con un éxito y una repercusión bastante sorprendentes teniendo en cuenta su muy limitado interés.
La falta de pericia de Joffé y las sucesivas trampas del guión hunden los resultados finales en la más absoluta insipidez, en la más banal intrascendencia
La película de Roland Joffé, en todo caso, tiene el dudoso honor de ser la primera coproducción entre Rúsia y los Estados Unidos, un hecho curioso que no se traduce en la pantalla de ninguna manera, del mismo modo que la personalidad y el estilo más o menos característico de Joffé, si es que alguna vez los ha tenido, tampoco aparecen por ningún lado. Da la impresión de que el director británico en ningún momento se siente cómodo con el material puesto a su disposición, y se limita a narrarlo con frialdad y cierta contención, lo que que se traduce en una alarmante falta de intensidad y de nervio. El punto de partida de la trama resulta más o menos original –Cohen tuvo la desfachatez de proclamar en la rueda de prensa del pasado festival de Sitges que tenía escrito el guión mucho antes del estreno de Saw(Íd., James Wan, 2004), filme con el que guarda ciertos puntos en común, igual que con El silencio de los corderos (The silence of the damned, Jonathan Demme, 1991)–, pero su interés decae de manera fulminante a medida que avanza el metraje hasta desembocar en un final más o menos pasado de vueltas pero chapucero y absolutamente increible. La relación de amor que se establece entre una popular y atractiva modelo, Jennifer (Elisha Cuthbert, conocida por su participación en la serie de televisión 24), y Gary (Daniel Gillies), un hombre joven que malvive haciendo trabajillos, ambos secuestrados y encerrados en dos celdas contiguas sin que sepan cómo ni por qué, y sometidos a todo tipo de torturas psicológicas, podría haber dado pie a un angustiante ejercicio de estilo, pero la falta de pericia de Joffé y las sucesivas trampas del guión, muchas de ellas cercanas a la parodia por lo infantiles y delirantes que resultan (el descubrimiento casual de la identidad de los secuestradores por parte de los dos agentes que investigan el caso, por ejemplo), hunden los resultados finales en la más absoluta insipidez, en la más banal intrascendencia.