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publicado el 22 de junio de 2007

Los demonios de la carne

Lluís Rueda | De todas las fórmulas posibles para acercarse a la figura de los asesinos en serie Martha Beck y Raymond Fernández, la escogida por Todd Robinson resulta acaso la más pertinente. El cineasta, responsable del documental Wild Hill: Hollywood Maverick (1996) sobre la figura del realizador William A. Wellman, aborda este relato de crímenes despechados, celos y hurto desde una óptica esencialmente clasicista. La fórmula escogida es la recreación de una turbia atmósfera deudora de clásicos noir de los años 40 y la elaboración de un lenguaje fiel al salvaje ideario hard boiled: tanto en la parcela estilística como a través del sensacional trabajo de guión del propio Robinson.

La historia de la posesiva Martha Beck (Salma Hayek) y su compañero de cechorias Raymond, un patético playboy con peluquín experto en desplumar viudas ávidas de compañía, ha conocido algunas adaptaciones cinematográficas de interés como Profundo Carmesí (1996) de Arturo Ripstein o Los asesinatos de la luna de miel (The Honeymoon Killers, 1970) de Leonard Castle. Estas versiones, aunque estimables, pecaban de una cierta estilización a la hora de presentarnos la mecánica del crimen y sus ponzoñosos escenarios; partiendo de esa premisa, cabe afirmar que Todd Robinson para esta nueva adaptación ha perseguido limar con sabias dosis de negrura, mala uva y cierta sofisticación de inspiración pulp.

Corazones solitarios es una cinta colmada de poderosos retratos psicológicos: especialmente los de la escalofriante pareja de asesinos (excelentes Hayek y Jared Leto), vean si no el antológico crimen en el lecho conyugal o el suspense enfermizo que provoca Salma Hayek (Martha Beck) en sus aterradoras apariciones con un vaso de leche en las manos (puro Hitchcock)

El retrato puntilloso de la crónica negra al que recurre Robinson contiene todos los elementos para ser revestido con los estilemas del cine negro de los Fritz Lang o Jacqes Tourneur, pero, en cambio, huye de análisis algo más profundos, como el del amarillismo a la que recurren L. A. Confidential (1997) de Curtis Hanson o la gigantesca Zodiac (2007) de David Fincher. Por ello, el filme de Robinson parece más inclinado a taimar cierto vacío autoral insistiendo en la perífrasis violenta y en el guiño al pasado añejo de las series B.

Como resultado, Corazones solitarios es una cinta colmada de poderosos retratos psicológicos: especialmente los de la escalofriante pareja de asesinos (excelentes Hayek y Jared Leto), vean si no el antológico crimen en el lecho conyugal o el suspense enfermizo que provoca Salma Hayek (Martha Beck) en sus aterradoras apariciones con un vaso de leche en las manos (puro Hitchcock). Otra de las sorpresas de este filme tan genuinamente visceral es la enorme química del tándem de policías protagonista: un John Travolta algo taciturno y sobreactuado que, sin embargo, está excelente en sus réplicas junto a un poderoso James Gandolfini (Los Soprano), lenguaraz, machista y desencantado comisario que se diría sacado de un relato del más lascivo Mike Spinelli (no pierdan atención a su teoría sobre los donuts, o a sus peleas con un joven agente que capaz de una indolencia superior a la del policía interpretado por Mark Walbergh en Infiltrados).

Si esas parcelas del filme, bien definidas y de una frescura que nos remonta a lo más granado del género, resultan vibrantes, magníficas, también hallamos otros aspectos del mismo no excesivamente acertados. La historia de Marta y Raymond resulta hipnótica y plásticamente inquietante, pero, en cambio, la historia personal de Elmer C. Robinson resulta un tanto forzada en el conjunto.

Se da la extraña paradoja de que el realizador Tim Robinson es el nieto del agente real interpretado por John Travolta, y esa implicación emocional, mal plasmada, conlleva que el filme caiga en pantanosas lagunas melodramáticas. Vaya un ejemplo, nada más comenzar la función nos sacude el brutal suicidio de la esposa de Elmer C. Robinson. Tan desagradable escena bastaría para advertirnos de todo cuanto podríamos interpretar acerca del vacío y el dolor que acompaña a la existencia de la familia Robinson. En cambio, el realizador insiste en barrenar esa claridad expositiva con insufribles escenas entre Elmer y su hijo, protagonistas de gratuitas cuitas familiares que persiguen un discurso ético innecesario. La carta autobiográfica que el director saca de su manga, por tanto, redunda en la confusión narrativa y procura una suerte de ‘sensibilidad’ de trazo grueso a un filme que en momento alguno necesita de redenciones anímicas.

Por lo demás, estamos ante un thriller de feroz pulso, una cinta que fagocita en las mieles más amargas del género y se convierte en algo tremendamente adictivo cuando evoca a Elmore Leonard o al antes citado Mike Spinelli. Aquellos espectadores que idolatren la nueva ola de filmes que recuperan la fuerza estética del cine negro clásico norteamericano, a buen seguro disfrutarán con una sesión más cercana a los propósitos de La Dalia Negra (Black Dhalia, 2006) de Brian De Palma que a las disertaciones nihilistas de la ejemplar Malas Tierras (Badlands, 1973) de Terrence Malick. Desde luego, pese a sus méritos incontestables, Corazones Solitarios está muy lejos de ser una obra cumbre de la criminología cinematográfica: ese honor por lo pronto, en lo que llevamos de siglo, lo detenta Zodiac, la magna obra de David Fincher.


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