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publicado el 2 de julio de 2007

Piccadilly Circus

Lluís Rueda | Resulta ciertamente inquietante lo bien que luce la ciudad de Londres como escenario para una fábula de ciencia-ficción o como laberinto brumoso donde podría agazaparse un psicópata, caso del magnífico filme Asesinato por decreto (Murder by Decree, 1979) de Bob Clarck. Ahí tenemos los últimos ejemplos de amenaza al más puro estilo británico: V de Vendeta (V for Vendetta, 2005) de James McTeigue, en el que el mal es un sistema oligárquico y la esperanza se escribe con A de anarquía o Los Hijos de los hombres (Children of Men, 2006) de Alfonso Cuarón, donde el mal está en el mismo hombre y su arrogancia como especie. Si nos remontamos a los tiempos de Qué sucedió entonces (Quatermass and the Pit, 1967) de Roy Ward Baker -una producción Hammer Films imprescindible- veremos que en su evolución cinematográfica, el Mal se ha establecido para instalarse definitivamente en la capital de la Gran Bretaña bien sea bajo los rasgos inquietantes de Fu-Manchú o en los de ese famoso destripador excelentemente boceteado en From Hell (2001, Albert Hughes), remake cinematográfico vía Alan Moore de la citada Asesinato por decreto.

A buen seguro, tanto Alan Moore como Sax Rohmer hubieran quedado absolutamente fascinados por la extraña belleza del caos con la que el tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo muestra en 28 semanas después, ese Londres asolado por el terror que cobra un extraño halo fantasmagórico cuando acuden a nuestra memoria los recientes atentados que padeció la ciudad británica. Máxime cuando a 24 horas de haber escrito este texto, y cruzando esa férrea línea de la ficción que algunos se empeñan en desdibujar, Londres está en alerta roja por prevención de ataques terroristas. Ni el más demencial publicista hubiera creado una campaña tan acertada para este filme de humanos atacados por una suerte de rabia devastadora, que no contempla la autoparodia, el sentido del humor y no tolera ni un ápice de misticismo; un filme de horror que apuñala la respiración y no se sale ni un milímetro de las pautas, sólidas y siempre eficaces, afines al género (en este caso subgénero de zombis, aunque estemos ante una modalidad de rabia).

Secuela bastarda y sórdida de la irregular 28 días después, el filme de Fresnadillo depura el planteamiento inicial de Danny Boyle de toda aura mística para ofrecernos un artefacto hiperbólico y aterrador que desde la primera secuencia deja a las claras que tiene más puntos en común con la fenomenal El amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004) de Zack Snyder que con cualquier alegoría norteamericana posterior a La noche de los muertos vivientes. El filme de Fresnadillo se aleja de los postulados sociopolíticos estipulados por el propio George A. Romero (La tierra de los muertos vivientes) o del último Joe Dante (Homecoming) así como de otras propuestas más psicotrónicas tramadas por Lucio Fulci (Nueva York bajo el terror de los zombis).

La ambigüedad del personaje interpretado por Robert Carlyle, la penumbra asfixiante en un lugar incierto, el dato de una olla excesivamente repleta de pasta para tan solo dos personas…, un sinfín de detalles que por lo pronto nos hace pensar que Fresnadillo no ha descuidado en su bagaje como director-guionista ni las lecturas de Richard Matheson ni el horror económico y teatralizado del más inspirado Narciso Ibáñez Serrador

Sorprendentemente, la receta de Fresnadillo toma un planteamiento argumental parejo al de Rescate en Nueva York (Escape form New York, 1981) de John Carpenter para aderezarlo con la desazón y la frialdad de una obra discutida, pero capital a mi criterio, como Vinieron de dentro de… (Shivers, 1975) de David Cronenberg: acaso también mostrando ciertos puntos en común con el segundo filme del canadiense, Rabia (Rabid, 1977) –toda una lección de apocalipsis urbana narrada desde la cotidianidad-.

De una sofisticada pulsión existencialista, anclada en cierta cotidionidad, resulta el arranque del filme que llevamos entre manos, donde una pareja aislada en una casa, a la luz de las velas, prepara con solemnidad una cena ante un inminente ataque zombi. Fresnadillo que maneja sottovoce una segunda línea argumental en que deja de manifiesto el nada ocasional ocaso del estamento familiar -¿no les suena esta particularidad argumental al mejor Steven Spielberg?- y muestra una sorprendente utilización de los elementos en escena. La ambigüedad del personaje interpretado por Robert Carlyle, la penumbra asfixiante en un lugar incierto, el dato de una olla excesivamente repleta de pasta para tan solo dos personas…, un sinfín de detalles que por lo pronto nos hace pensar que Fresnadillo no ha descuidado en su bagaje como director-guionista ni las lecturas de Richard Matheson ni el horror económico y teatralizado del más inspirado Narciso Ibáñez Serrador [1].

Pero esos detalles, espléndidos, que hacen acaso más atractiva esta sinfonía del horror pseudoapocalíptico no esconden (ni van en detrimento de) las verdaderas intenciones del filme. 28 semanas después es un tour de force en que el que la cámara se aliena con deliberada intención para crear un efectivo collage de caos y destrucción. El filme es sobrio y elegante en tanto el virus no es visible; en cuanto el mal aparece, la sangre, la saliva y la adrenalina estallan en la pantalla. El gore siempre implica un distanciamiento, una mecanización de orfebre (también por parte del espectador, cómplice) ante el artefacto fílmico, y eso es algo que Fresnadillo rehuye en su filme. El realizador, por contra, busca la textura pesadillesca, onírica y huye de la teatralidad del circo de sangre a la que nos tenía acostumbrado, por ejemplo, un primerizo Peter Jackson.

En la violencia desmedida a la que nos somete un filme como 28 semanas después no media un acuerdo tácito con el espectador, y eso hace que la cinta sea poderosa y honesta, aterradora.

Sin poder precisar con claridad la voluntad de autoría a la que aspiraba Fresnadillo en este filme, es de agradecer que Danny Boyle, en tareas de producción, haya dejado tanta libertad en el planteamiento de esta nueva versión de la criatura. Por otro lado, el realizador canario, inteligente, ha sabido conceder a la secuela la lógica marca de estilo -aquí ese Londres “maltratado” digitalmente es capital- combinando en esa fidelidad al original la pertinente introducción de aquellos aspectos turbios que ha considerado convenientes para hacerse adulto como director. Esto no es Intacto (2001), ni se parece, ni lo pretende, es otra cosa más insana e infecciosa que, valga el ejemplo, en Estados Unidos ha funcionado excelentemente.

Para nuestra retina, y ya como parte de nuestras pesadillas favoritas, a buen seguro quedarán secuencias como la escalera mecánica del metro (escalofriante) o la del helicóptero segando literalmente las cabezas de los contagiados (de una originalidad pasmosa), momentos 'refrescantes' para una historia de zombis tópica cuyo mejor acierto es no pretender ser lo que no es. La paradoja de este filme, implecable e implacable, se da en la necesidad de incluir esos lugares comunes para la crítica social como un campo de fútbol o un hospital atestado de gente sin que Fresnadillo caiga en la tentación de frivolizar con algún chascarrillo. No me quiero imaginar las gradas de ese estadio de Wembley que lleva a los supervivientes a la ‘salvación’ si el filme lo hubiera realizado un tal Fulci o el más gamberro George A. Romero. Sorprendentemente, en el filme de Fresnadillo estos seres iracundos y epilépticos no van al fútbol ni a los parques de atracciones. Nada que ver con los afamados muertos vivientes consumistas de Zombi (Dawn of the Dead, 1978).

  • [1] Veánse algunos capítulos de Historias para no dormir como La zarpa o La pesadilla. Dos pequeñas joyas, austeras, en las que el fuera de campo lo es prácticamente todo.

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