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publicado el 25 de enero de 2004

Shakespeare entre tinieblas

Juan Carlos Matilla | Tras cuatro años de retraso (a causa de un despiste monumental de los distribuidores españoles), por fin se ha estrenado en nuestras pantallas la ópera prima de la realizadora estadounidense Julie Taymor: una sobresaliente adaptación de la obra de W. Shakespeare, Tito Andrónico, uno de los dramas más violentos, crueles y tremendos del escritor inglés.

Resulta bastante revelador que un filme tan notable como Titus (1999) haya tenido que dormir el sueño de los justos durante todos estos años, a la espera de encontrar un hueco en la cada vez más saturada cartelera española. Este despiste se podría utilizar como excusa para denunciar cierta tendencia abusiva de los circuitos de exhibición españoles: La sobreabundancia de títulos y los prejuicios de los espectadores provoca que filmes heterodoxos como el que nos ocupa (que sin dejar de abrazar el discurso de autor, está producido por una major estadounidense) no puedan acceder a los circuitos comerciales a causa de su marcado carácter personal, y a la vez, tampoco tenga fácil su estreno en las salas de V.O. a causa de su factura hollywoodiense. Consecuencias de la estrechez de miras.

Titus es un obra dotada de una enorme plasticidad visual, un producto extravagante y a contracorriente que, afortunadamente, se aleja de los patrones clásicos del cine shakesperiano (Lawrence Olivier, Kenneth Branagh) y de las adaptaciones melifluas y acarameladas (B. Luhrmann), para refugiarse en las aportaciones de cineastas como Peter Greenaway (la composición de los espacios y los planos recuerda a El niño de Macon), Federico Fellini (imposible no reconocer en el filme elementos procedentes del Satiricón, sobre todo en las escenas más fúnebres y orgiásticas) y, por encima de todo, Derek Jarman (la anacronía como figura estilística recurrente ya estaba presente en su Eduardo II, adaptación de la obra de Christopher Marlowe).

A todo esto, J Taymor le añade al filme un sugerente tono fantástico, lleno de escenas del más genuino gore. Las mejores secuencias de Titus (como el magistral inicio y la secuencia del descubrimiento del cuerpo de Lavinia tras ser mutilada y violada) tienen un evidente aire de cine de terror, inquietante y tenebroso. Si bien, la directora no acaba de definir bien el perfil de los personajes (Tito a veces parece un histérico caprichoso y los hijos de Tamora están pasadísimos de rosca), hay que reconocer que el trabajo de escenografía, música (magistral Elliot Goldenthal) y vestuario elevan la categoría de la película. En resumen, un filme fantasmagórico y sombrío sobre las pasiones primitivas del ser humano.


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