publicado el 26 de julio de 2007
Pau Roig | El director norteamericano Tobe Hooper (nacido en Austin, Texas, en 1943) sigue empeñado con una obstinación digna de mejor causa en tirar por la borda el prestigio tanto crítico como comercial que obtuvo en los primeros años de su carrera. Pocos cineastas pueden presumir, a excepción de George A. Romero, de haber debutado con una obra maestra indiscutible de la crudeza y la incorrección política como La matanza de Texas (The Texas chainsaw massacre, 1974) para ser plenamente aceptado, aún no diez años después, por la gran industria y firmar un filme quizá mucho más amable y previsible pero también notable como Poltergeist (Id., 1982), más atribuible para muchos a su productor ejecutivo y coguionista –Steven Spielberg– que no al propio Hooper. El éxito de esta superproducción no se repetiría, sin embargo, en los dos siguientes realizaciones del director, para quién esto suscribe mucho más arriesgadas e interesantes, Lifeforce (Fuerza vital) (Lifeforce, 1985) e Invasores de Marte (Invaders from Mars, 1986), remake del filme homónimo dirigido por William Cameron Menzies en 1953, y Hooper se vería obligado a firmar una enloquecida secuela de su éxito fundacional que pese a tener su legión de admiradores es casi un insulto a la memoria del primer título de una serie que se acabaría alargando hasta mediados de la década de los noventa. Después de La matanza de Texas 2 (The Texas chainsaw massacre part 2, 1986), la carrera del director se hunde irremisiblemente en los márgenes de la serie B cada vez más cochambrosa, pero sin abandonar nunca el género terrorífco: a la insulsa Combustión espontánea (Spontaneous combustion, 1989) siguen la muy penosa Terror sin fin (Tobe Hooper’s Night terrors, 1993), con el insoportable Robert Englund interpretando al Marqués de Sade, y The mangler (1994), adaptación de un relato de Stephen King nunca estrenada ni editada en España. Y, tras un parón de seis años [1], Cocodrilo (Crocodile, 2000), una ridícula monster movie de serie Z, a la que seguiría un infame remake de un filme dirigido por Dennis Donnelly en 1978, La masacre de Toolbox (The toolbox murders, 2003).
Mortuary, su última película hasta la fecha, estrenada directamente en dvd en España con casi dos años de retraso, amplifica si cabe los innumerables defectos de La masacre de Toolbox, hasta el punto que si no viniera firmada por Hooper probablemente nunca habría llegado a realizarse. En un sentido estricto, y aunque parezca imposible, nos encontramos delante de una suerte de remake inconfeso / mezcla imposible de Aquella casa al lado del cementerio (Quella villa accanto al cimitero, Lucio Fulci, 1981) y Disturbios en el cementerio (Dentro il cimitero, Lamberto Bava, 1987), en la qué una mujer que intenta empezar una nueva vida en compañía de sus dos hijos se traslada a vivir en la antigua casa de la empresa funeraria Fowler, desahabitada desde hace muchos años y sobre la que circulan terroríficas leyendas: en realidad, en el cementerio que hay justo al lado de la casa vive escondido el último descendiente de los antiguos propietarios de la funeraria, Bobby Fowler, con el rostro horriblemente deformado y aficionado a jugar y a alimentarse con los cadáveres, al mismo tiempo que rinde culto a un extraño moho negro dotado de vida propia con el poder de resucitar a los muertos sin que se sepa cómo ni por qué. Un argumento tan delirante como éste (más bien enloquecido, pero en el peor sentido del término) podía haber dado pie, en el mejor de los casos, a un delirante cómic sangriento repleto de efectos especiales, o incluso a un ejercicio de estilo más o menos contundente, pero Hooper desaprovecha de entrada cualquier opción, cualquier posibilidad: ya no se trata sólo del hecho de que Mortuary podría venir firmada por cualquier mediocre director especializado de tercera o cuarta división (David DeCoteau, Jim Wynorski o John Carl Buechler, por citar sólo algunos a evitar escrupulosamente) sino, lo que es mucho peor, que el filme sobrepasa, y de largo, los terrenos de la más irritante tomadura de pelo. Sucesión torpe y rancia de efectismos baratos y chistes sin gracia que ni inquieta, ni divierte ni entretiene, Mortuary alcanza con una facilidad más que pasmosa los niveles de incoherencia y de inverosimilitud más altos de prácticamente toda la historia del género: la mujer protagonista, maquilladora profesional, se dedica a "arreglar" cadáveres antes de su entierro sin que tenga ninguna experiencia en el tema y sin que la mansión maldita de turno tenga ni siquiera las mínimas condiciones de higiene y salubridad, mientras sus dos hijos pasean tranquilamente por el cementerio que rodea su casa como si fuera la cosa más normal del mundo. A partir de aquí, persecuciones interminables por las siniestras catacumbas que se extienden por debajo de la casa y en las qué Bobby Fowler ha montado su particular santuario infernal, hasta un final chapucero y reaccionario que podría ser cualquier otro. Todos los personajes sin excepción dan pena, las situaciones no tienen el menor atisbo de credibilidad, la coherencia narrativa y dramática no aparece por ningún lado y, lo que de verdad resulta inaceptable, no existe trabajo alguno de dirección o de puesta en escena: Tobe Hooper ha pasado a mejor vida.