publicado el 2 de agosto de 2007
Muy pocos meses antes de colaborar en El hombre lobo (The wolf man, 1941), el director, guionista y productor George Waggner (1894–1984) y el actor Lon Chaney Jr. (1906–1973) coincidieron por primera vez en esta poco conocida y bastante desangelada mezcla de ciencia ficción y terror más o menos inspirada en un título anterior también producido por la compañía Universal, El poder invisible (The invisible ray, Lambert Hillyer, 1936). Más por desconocimiento que por otra cosa –estrenada comercialmente en España con el título bastante absurdo de El hombre que fabricaba monstruos, nunca fue editada en vídeo y tampoco se encuentra disponible en dvd por el momento–, la producción ha ido adquiriendo con el paso del tiempo un estatus de culto que desgraciadamente no se corresponde con la realidad.
Pau Roig | Como en tantas otras producciones del ciclo terrorífico Universal, la génesis de El hombre que fabricaba monstruos se remonta algunos a algunos años antes de su realización, concretamente a 1935, cuando la compañía adquirió los derechos de un argumento titulado "The electric man" firmado por los periodistas Harry J. Essex y Sid Schwartz y el agente de prensa Len Golos [1], que especulaba –a partir de unos presuntos experimentos del gobierno estadounidense– sobre la posibilidad de que la electricidad pudiera llegar a ser la principal fuerza y el motor del cuerpo humano. El rodaje de El poder invisible, cuya trama presentaba numerosas similitudes con el argumento de Essex, Schwartz y Golos postergaría sensiblemente el rodaje, que inicialmente debían protagonizar Boris Karloff y Bela Lugosi, al final sustituidos por Chaney Jr. y Lionel Atwill (1885–1946), especialmente recordado por sus producciones terroríficas de principios de los años treinta –Sombras trágicas, ¿vampiros? (The vampire bat, Frank Strayer, 1932), El doctor X (Doctor X, 1932) y Los crímenes del museo (Mystery of the wax museum, 1933), dirigidas por Michael Curtiz, entre otras– y quién meses atrás había intervenido en La sombra de Frankenstein (Son of Frankenstein, Rowland V. Lee, 1939).
Como en tantas otras producciones del ciclo terrorífico Universal, la génesis de El hombre que fabricaba monstruos se remonta algunos a algunos años antes de su realización, concretamente a 1935, cuando la compañía adquirió los derechos de un argumento titulado “The electric man” firmado por los periodistas Harry J. Essex y Sid Schwartz y el agente de prensa Len Golos
La dirección del filme recayó en George Waggner, guionista reconvertido en artesanal director que ya había dirigido numerosos westerns para la Universal, y cuyo papel en el más bien gris panorama del ciclo terrorífico de la compañía durante los años cuarenta sería poco menos que decisivo: ese mismo año firmaría Horror island (1941), producción de terror aún más barata que El hombre que fabricaba monstruos (de hecho, en los Estados Unidos ambos títulos fueron estrenados en el mismo día y exhibidos en sesión doble en muchas ciudades), y meses después vería la luz su mayor éxito y también su realización más completa, El hombre lobo. En los años siguientes produciría The ghost of Frankenstein (Erle C. Kenton, 1942), Invisible agent (Edwin L. Marin, 1942), Frankenstein y el hombre lobo (Frankenstein meets the wolf man, Roy William Neill, 1943) y El fantasma de la ópera (Phantom of the opera, Arthur Lubin, 1943) y dirigiría una curiosa pero fallida variación / derivación de este último filme, Misterio en la ópera (The climax, 1944), con Boris Karloff de protagonista.
En su primer papel en una película del género que acabaría marcando decisivamente su carrera, Lon Chaney Jr. (que a partir de 1942 aparecería acreditado simplemente como Lon Chaney) interpreta a Dan McCormick, un artista de circo –“Dinamo Dan, el hombre eléctrico”,se hace llamar– que ha sobrevivido milagrosamente al terrible accidente del autobús en el qué viajaba, el resto de ocupantes del cuál han muerto electrocutados. A cambio de una cama y de comida, McCormick acepta participar en los experimentos de electrobiología que realiza en su propia mansión un eminente científico, el Dr. Lawrence (Samuel S. Hinds, 1875–1948)). Pero el Dr. Paul Rigas (Atwill), ayudante de Lawrence, tiene sus propias ideas y teorías sobre la electricidad –“Yo creo que la electricidad es vida. Que el hombre puede ser motivado y controlado por impulsos eléctricos producidos por la radioactividad que contiene el electrón·”, proclama en un momento del filme– y acabará exponiendo a McCormick a descargas eléctricas cinco veces mayores a las recomendables, hasta el punto que el personaje no podrá vivir sin sus dosis diarias de electricidad (energía sin la cuál, de hecho, es poco más que una especie de muerte viviente). El resultado final de los delirantes experimentos de Rigas, cuya finalidad no es otra que el advenimiento de una raza superior que se alimente solamente de electricidad, será la creación de un monstruoso hombre eléctrico capaz de electrocutar a todo aquél que se le acerque sólo con tocarlo (el mismo efecto que el contacto con una sustancia de procedencia extraterrestre, el Radium X, provocaba en el personaje interpretado por Karloff en el citado filme de Hillyer).
Lon Chaney Jr. (que a partir de 1942 aparecería acreditado simplemente como Lon Chaney) interpreta a Dan McCormick, un artista de circo –"Dinamo Dan, el hombre eléctrico", se hace llamar– que ha sobrevivido milagrosamente al terrible accidente del autobús en el qué viajaba, el resto de ocupantes del cuál han muerto electrocutados
Pero Lawrence ha empezado a sospechar del misterioso comportamiento de su ayudante, así cómo del pésimo estado de salud de McCormick, y no tardará en intentar poner fin a sus experimentos: para evitar que llame a la policía y siguiendo las órdenes de Rigas (al cuál obedece ciegamente sin que quede claro por qué), McCormick lo estrangulará hasta matarlo. A partir de este momento, el filme hace un giro casi radical: el tono de simpático folletín fantástico que hasta entonces había mantenido se abre a terrenos mucho más dramáticos y fatalistas. Aunque no puede recordar por qué mató a Lawrence, McCormick se confiesa autor material de su muerte y después de dictaminar que su salud mental es perfecta, las autoridades judiciales lo condenan a morir electrocutado en la silla eléctrica. Pero McCormick no sólo no morirá, sino que al ser expuesto de nuevo a la electricidad, y en cantidades mucho mayores, se convertirá definitivamente en un monstruo.
Sorprendentemente plano y aburrido, sin momentos especialmente inquietantes y aún menos contundentes, el conjunto cuenta con algunas, no pocas ideas originales y hasta cierto punto fascinantes, no exentas de una ironía bastante negra –el hecho de que McCormick se convierta definitivamente en un monstruo tras ser condenado a muerte, aumentado así su fuerza hasta el paroxismo– y con un extraordinario trabajo de iluminación y fotografía de Elwood Bredell (1884–1976), pero no acaba de levantar el vuelo en ningún momento por culpa de un tratamiento insípido de ambientes, situaciones y personajes y por su total supeditación a una economía narrativa –el filme no llega a la hora de duración, fruto de un rodaje de tres semanas presupuestado en tan sólo 86.000 dólares– que impide una profundización más grande en los distintos temas planteados.
Como señala Pablo Herranz, llama curiosamente la atención “la ausencia de escenas de clímax, es decir, de escenas que culminen los dilemas planteados o que anticipen el destino fatal del protagonista (...) La planificación no construye un progresivo estado de tensión que estalle en un punto álgido: Waggner se queda en el enunciado” [2]. Esto se hace también especialmente evidente en el escaso relieve de la práctica totalidad de los personajes secundarios (uno de los fuertes de las producciones terroríficas Universal, no hay que olvidarlo), especialmente la referida a la hija del Dr. Lawrence, June (Anne Nagel, 1915–1966) y a su muy precipitada relación amorosa con el periodista Mark Adams (Frank Albertson, 1909–1964), una subtrama que el guión escrito por el propio George Waggner con el seudónimo de Joseph West utilizará al final para proponer un más bien intrascedente remedo del mito clásico de La Bella y la Bestia. Después de asesinar al alcaide y a dos guardias de la prisión dónde ha sido electrocutado, McCormick escapa y se dirige a la mansión del fallecido Dr. Lawrence, dónde el Dr. Rigas pretende poner fin a la vida de June, quién ha descubierto la naturaleza de sus experimentos y desenmascarado, por lo tanto, al verdadero asesino de su padre.
Rigas ya no tiene ningún tipo de control sobre McCormick y esté no tardará en electrocutarlo a través del pomo de la puerta del cuarto dónde el científico ha intentado esconderse en una extraordinaria utilización del fuera de campo. Sin que sepamos muy bien cómo ni por qué, McCormick se enfunda entonces un vistoso traje de goma aislante y toma en brazos a June para escapar campo a través, pero acabará muriendo al enredarse con una valla de alambre de un campo, a través del cuál perderá la energía eléctrica que lo mantenía vivo (una de las imágenes más bellas y trágicamente patéticas del conjunto, sin ninguna duda). Waggner subraya de manera harto repetitiva determinados elementos de la acción que resultan superfluos y no aportan nada al desarrollo de la trama, caso de la relación de McCormick con el perro de la familia Lawrence, que responde al nombre de Corky: a medida que los siniestros experimentos del Dr. Rigas van haciendo mella en el personaje interpretado por Chaney Jr. el animal empieza a temerle y se esconde de él cuando pocos días antes eran inseparables. Lionel Atwill interpreta con su solvencia habitual al mad doctor de turno, quién cómo no podía ser de otra manera acabará siendo víctima de su propia creación, y su presencia es probablemente el mayor elemento de interés de un conjunto plagado de imágenes preciosas pero muy irregular y un tanto mecánico.