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publicado el 23 de julio de 2004

Un desenlace crepuscular

Si 'Kill Bill vol. 1' pasó por las pantallas dejando un hálito de cine fresco, desinhibido y plásticamente irresistible, para esta segunda entrega Quentin Tarantino nos ha reservado un maravilloso juego de espejos en el que nos podremos reencontrar con aquellos irresistibles villanos que tanto hicieron padecer a La novia, eso sí en su vertiente más humana. Esa es 'a priori' la gran novedad de esta segunda parte (que a pesar de ser un desenlace funciona con gran autonomía), el enfoque tarantiniano se centra en un discurso menos hiperbólico y esteta, es decir, aquí el diálogo coge el testigo y el director se arremanga para amasar una historia tan profunda y arrebatada como marcan los cánones de todo buen serial melodramático (no en vano su estructura bebe directamente de las fórmulas televisivas).

Lluís Rueda | Las metafóricos juegos referenciales de la primera parte tan apetecibles y refrescantes son objeto de parodia en esta segunda entrega, y es que comparadas las dos partes ganan ambas. Desde Kill Bill vol. 2 la segunda parte aún parece un festín alegórico si cabe más monumental: un extraordinario y fantasioso collage de cómic, televisión y cine que aún siendo menor o pobre en esencia para la ocasión resurge pluscuamperfecto.

Kill Bill vol. 2 propone una génesis en su discurso de desenlace, abarca los personajes desde una óptica menos testimonial, un ejemplo lo hallamos en el hermano de Bill, el sicario Budd (Michael Madsen) que malvive retirado en una sucia caravana como un fantasma en vida. Pero esa poética del presente brutal, del aterrizaje al mundo de la realidad, no evita que el filme siga conteniendo pura acción y sabios estallidos de violencia. La lectura de Tarantino es ejemplar: toda una lección de narrativa en los márgenes; la creación de un mundo a medida para unos personajes que antaño sólo eran iconos de una galería pop.

Haciendo hincapié en la estética de Kill Bill vol. 2, habría que subrayar que al igual que en la primera entrega el mundo de los yakuzas, y la idiosincrasia nipona centraban parte de la filosofía del discurso, aquí la presencia de las artes marciales chinas y en concreto las coreografías honkonesas de los estudios Saw ocupan un lugar privilegiado. Acaso la presencia de Carradine deviene una guinda perfecta por su condición de eterno monje Shaolín catódico. El flashback del adiestramiento de La novia en las montañas a manos de Pai Mai, el monje de cejas blancas de los Shaw Brothers, es un buen ejemplo de todo ello: los zooms exagerados de la cámara, el montaje frenético y los psicodélicos efectos de sonido dan buena fe del grato homenaje a un tipo de cine que parecía olvidado en nuestro subsconciente. A remarcar la excelente utilización de la banda sonora que vuelve la mirada una vez más a Ennio Morricone y a Luis Enrique Bacalov, y que para la ocasión recupera la Malagueña salerosa de Chingon en las escenas de Kung-fu e incluso algún tema de Lole y Manuel.

Beatrix Kiddo (Thurman) vuelve a llenar la pantalla con una presencia arrebatadora, pero esta vez comparte protagonismo con un David Carradine que surge de sus cenizas tal y como en su día lo hicieron John Travolta y Pam Grier. El antaño Pequeño saltamontes encarna a un villano en desuso, seductor, enigmático, y tan ambiguo como su extraña sonrisa de viejo zorro abatido. La historia de la novia sigue su curso. Kill Bill vol. 2 nos revela un presente en el que la maternidad y la renuncia a un modo de vida marcan el devenir de la historia, pero el pasado se nos niega en toda su amplitud. ¿Quién es realmente La novia? ¿Por qué esa dependencia amor-odio hacia Bill?

Tarantino sabe que poco importa el porqué absoluto de las cosas, su interés se centra en el camino marcado, en la incapacidad de volver hacia atrás. En Kill Bill vol. 2, como en un western de Sergio Leone o de John Ford, los héroes andan escasos, y tan perdidos en el mundo real que sólo les queda seguir caminando hacia delante, hasta caer en redondo.

Sin que nos pierda la estética, no podemos más que quitarnos el sombrero. Al lado de Kill Bill (íntegra), Pulp Fiction (1994) o Jackie Brown (1997) parecen las interesantes obras de un joven y talentoso director. Desde hoy Tarantino a puesto un pie en la selecta galería de los clásicos.


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