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publicado el 3 de septiembre de 2007

Marta Torres | El año 2003 nos sorprendió con la aparición de un thriller demoledor: Old Boy, del realizador coreano Parck Chang-wook. El filme nos presentaba una historia de extrema violencia que exploraba los caminos más negros de la venganza. Hermosa y terrible, la película coreana era capaz de unir el homenaje al cine de género (antológico el travelling lateral de la lucha del protagonista contra una veintena de sicarios) sin caer en el pastiche cool que algunos llaman postmodernidad y otros falta de ideas. Old Boy, al igual que la anterior Simpathy por Mr. Vengeance, fueron las dos primeras entregas de una trilogía que Parck Chang-wook ha dedicado a explorar los oscuros resortes de la venganza y que la recién estrenada Simpathy for Lady Vengeance, cierra, a mi entender, de forma magistral y poética.

De hecho, Simpathy... no solo cierra el ciclo, sino que lo transciende y lo supera, tanto a nivel estilístico (es una película más reposada y madura, sin los “excesivos” alardes formales de su predecesora) como moral – aunque sobre este punto, sin duda el más controvertido de la película, volveremos más adelante. Por lo demás, el filme nos muestra la habitual mezcla de géneros a la que nos tiene acostumbrados el cine coreano. Simpathy... es tanto un thriller carcelario como un melodrama feminista, una historia de venganza a medio camino entre el cinismo más negro y el lirismo más arrebatador. Un cóctel hecho a partes iguales de ironía, humor negro e inocencia.

El planteamiento en este caso pasa por mostrarnos la trayectoria vital de una joven acusada injustamente de matar a un niño y que es encerrada durante años en una sórdida cárcel de mujeres. Si en la fundacional Old Boy se mostraba la venganza casi como un ente abstracto, una fuerza ciega despojada de cargas racionales y explicaciones lógicas, en Simpathy for Lady Vengeance nos encontramos con sus tortuosas y funestas consecuencias. El director traza, en una suerte de laberíntico juego narrativo, construido a base de continuos flashbacks, el tortuoso camino que recorre la protagonista en su afán por vengarse del verdadero asesino, aunque en el camino, ella misma pierda toda posibilidad de redención. En este sentido, el planteamiento que nos ofrece Parck Chang-wook en esta película se parece mucho a un callejón sin salida: la única respuesta posible es la venganza, y la venganza es, a su vez, la peor respuesta posible.

Es en este dilema sin solución donde la película se crece y Parck Chang-wook construye una lúgubre obra de tonos operísticos, recalcados por el tema central del filme, una versión de la obra de Vivaldi, "Ah ch'infelice sempre" y por su singular uso de los colores rojos y blancos brillantes, en una suerte de contraste físico entre los dos motivos fundamentales del filme: la muerte y la inocencia.


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