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publicado el 2 de noviembre de 2007

Sectas, ideologías y metáforas pretéritas

Lluís Rueda | Si hay algo notable, que aún pone la piel de gallina en un filme tan convencional como Invasión (2007) de Oliver Hirschbiegel, es el grueso argumental que procede de la novela 'La invasión de los ladrones de cuerpos', escrita por Jack Finney; es decir, la fuerza que todavía posee su siniestra idea central. Esta cuarta aproximación a esa idea de la invasión alienígena en clave de guerra fría, de amenaza extranjera (antaño soviética) al orden norteamericano que destilaba el primer filme -y más brilante- La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) de Don Siegel, es expuesta en el filme de Hirschbiegel de una manera deslavazada, sujeta a una especie de análisis antropológico que busca un encaje sofisticado y algo titubeante en las razones y las consecuencias de las recientes guerras de Oriente Medio o los sempiternos conflictos con la Suramérica. Acaso la más brillante idea de un filme como Invasión sea aquella que propone una sarcástica vía para globalizar el planeta mediante la infección alien. Fuera de esa ocurrencia tan puntual que asoma por los noticiarios que se entreven en el filme -impagables los infectados Chavez y Bush estrechándose la mano-, la única idea de peso es aquella en que Nicole Kidman se niega a comulgar con estos nuevos vecinos que bien podrían ser los que frecuentaba su exmarido y cienciólogo confeso Tom Cruise –otro orden de extraterrestre.


El guión hace aguas por incoherente, por precipitado, y ante un espectáculo tan minimalista –el que se refiere únicamente a las pesquisas de Carol (Kidman) y el Doctor Ben interpretado por Daniel Craig- a uno se le antojan como errores de peso incoherencias de guión que en otras circunstancias lucirían menos obvias

Esta nueva adaptación de la novela de Jack Finney adolece del tetricismo que incorporaba la segunda versión que Philip Kaufman realizó en 1978, francamente espléndida y de la interesante atmósfera que consiguió Abel Ferrara con Secuestradores de cuerpos (1993), hasta la fecha la última revisión. Nicole Kidman (Carol), una excelente sufridora en pantalla, se dedica en su papel de madre y psiquiatra exactamente a asumir idéntico rol que Tom Cruise (padre en redención) en la excelente La guerra de los mundos de Steven Spielberg, y es que el guión firmado por Dave Kajganich se centra más en la idea de la madre luchando por la custodia de su hijo que en el de heroína y pieza clave de la resistencia del planeta. Es, de tal manera, una superviviente en un país que instantáneamente se ha convertido en el extranjero y en el que la familia es lo único que adquiere sentido. Su lucha contra el sueño-metamorfosis no es más que una suerte de egoísmo que tiene más que ver con la custodia del pequeño que con la dimensión del ataque extraterrestre.

La ambigüedad del planteamiento perjudica el desarrollo de un filme que pedía a gritos una mejor dosificación de la invasión a gran escala, por el contrario, el 'crescendo' de la escalada alienígena es súbito, repentino y poco clarificador. El guión hace aguas por incoherente, por precipitado, y ante un espectáculo tan minimalista –el que se refiere únicamente a las pesquisas de Carol (Kidman) y el Doctor Ben interpretado por Daniel Craig- a uno se le antojan como errores de peso incoherencias de guión que en otras circunstancias lucirían menos obvias. Vaya un ejemplo: ¿Por qué el trío superviviente se organiza vía teléfono móvil con total impunidad, un medio de comunicación tan sencillo de intervenir por un extraterrestre con recuerdos, conocimientos técnicos humanos y todo el control de las comunicaciones? Bien, de acuerdo, el peor enemigo del guionista moderno es la existencia del teléfono móvil para bien y para mal, pero permítanme un exabrupto: ¡Tan difícil es darle un uso coherente!

Otra de los puntos desatendidos a causa de esta política fílmica de constreñir el fin de la civilización en tres personajes emocionalmente dependientes (el Dr. Ben, la misma Carol y su hijo), es que perdemos de vista algunos aspectos de la invasión que podrían resultar francamente interesantes: en esa tesitura, una pregunta planea durante todo el filme, ¿existen humanos que se entregan al pacificador mensaje alienígena con total convicción y voluntariedad? Un gran tema que por siempre quedará entre las brumas de un inoportuno fuera de campo. Otro más, de un filme que desperdicia tantas ocasiones para resarcirse que acaba por sumirnos en el más puro ostracismo.

Este intento de Hirschbiegel por aplicar su contrastada perspicacia a la hora de analizar la violencia y el comportamiento de los seres humanos al límite (véase la interesante El experimento y la más que notable El hundimiento), da al traste precisamente por la magnitud de su encaje, la de un material de género que necesita un tratamiento algo más visceral. Dejando a un lado la escena del suicidio público –espléndida- y algunas secuencias de alto voltaje en los túneles del metro, Invasión es un thriller desnaturalizado, que no inquieta, no aterroriza y sabe a poco.


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