publicado el 30 de noviembre de 2007
Juan Carlos Matilla | Debut en el cine mainstream de Hollywood del director estadounidense de origen húngaro, Nimród Antal (firmante de la aplaudida obra Kontroll), Habitación sin salida (Vacancy, 2007) supone una nueva muestra del cine de terror estadounidense que navega por las siempre atractivas aguas del horror exacerbado y ultraviolento ambientado en ambientes aislados y oprimidos y que se acaban convirtiendo en adrenalíticos ejercicios de supervivencia. Tengo mis serias dudas sobre, si a estas alturas, el público demanda este tipo de productos y no está hastiado ante la cada vez más abundante oferta de filmes de horror extremo de estas características. Posiblemente, el filón que abrió en su día obras revivalistas como los remakes de La matanza de Texas y El amanecer de los muertos o Jeepers Creepers esté llegando a su fin, a su agotamiento creativo y comercial, y que el cine de terror de los próximos años explorará otras sendas temáticas, quizás vinculadas a la actual pero de distinto tono y con un enfoque más inquietante y menos pirotécnico. Todo se verá pero, de momento, ésta es la realidad del género en su vertiente, presuntamente, más malsana.
No cabe duda de que la película de Antal se suma a este listado de obras que pretenden situar al espectador ante un brutal ejercicio de estilo, ante un filme de tesis cuyas premisas están bien definidas desde el inicio: sacudir al público pero promover en él una cierta reflexión sobre los límites de la civilización y sobre la representación formal de violencia.
Y es que de esta saturación proviene la sensación de eterno déjà vu que desprenden algunas de las últimas cintas de horror estadounidense. Habitación sin salida es un filme que bebe de las mismas fuentes que gran parte del terror contemporáneo: la corriente del horror ubicaba en los ámbitos rurales narrada con un compromiso casi moral con la explicitación de la violencia y que pretende exprimir la dicotomía entre civilización y barbarie hasta el límite de sus posibilidades, es decir, relativizar la presunta comodidad y adelanto de las sociedades desarrolladas al confrontarlas con el más puro primitivismo, de manera que el terror sirva de turbio espejo donde mostrar los peores y mas arcanos instintos humanos. Todas estas ideas son compartidas por el reciente conjunto de filmes de survival horror o como la saga de Hostel, el tándem formado por la espléndida Las colinas tiene ojos, y su horrible secuela El retorno de los malditos, la sensacional Wolf Creek o toda la (irregular) filmografía de Rob Zombie. No cabe duda de que la película de Antal se suma a este listado de obras que pretenden situar al espectador ante un brutal ejercicio de estilo, ante un filme de tesis cuyas premisas están bien definidas desde el inicio: sacudir al público pero promover en él una cierta reflexión sobre los límites de la civilización y sobre la representación formal de violencia.
No obstante, a pesar de estos puntos en común, Habitación sin salida no acaba de integrarse plenamente en esta corriente del cine actual. Es cierto que todos sus elementos característicos están presentes: escenarios rurales, urbanitas hostigados, aislamiento o grandes dosis de violencia, pero todo ello aparece de una forma adocenada, sin pasión ni capacidad de inquietar. Todo en el filme respira un aire de fotocopia desleída, de imitación sofisticada pero inane, de producto que pretende ser revulsivo pero en el fondo es tremendamente conservador. Y la razón se debe a que, más que un filme sadiano sobre la naturaleza del mal humano, es el típico producto ramplón que versa sobre la expiación y redención tan característico del cine estadounidense. Al igual que ocurre en la notable 1408, los elementos terroríficos son utilizados aquí como motivos liberadores del sentimiento de culpa que arrastran los personajes, quienes tras su enfrentamiento con la faz más temible de la realidad, podrán recomponer sus vidas y acceder a una cierta gracia. En principio, nada habría que objetar a esta noción del género (ya presente en una infinidad de obras magnas desde El exorcista a Dark Water), el problema es que esta conversión interna de los personajes resulta tan plana y esquemática que acaba siendo ridícula, poco creíble y exenta de una auténtica hondura espiritual.
Todo en el filme respira un aire de fotocopia desleída, de imitación sofisticada pero inane, de producto que pretende ser revulsivo pero en el fondo es tremendamente conservador. Y la razón se debe a que, más que un filme sadiano sobre la naturaleza del mal humano, es el típico producto ramplón que versa sobre la expiación y redención tan característico del cine estadounidense.
Pero, lo que es una verdadera lástima, es que el filme no aproveche mejor las posibilidades de su, a priori, desasosegante propuesta ya que la puesta en escena de Atal sí que sorprende por su eficacia, buen hacer y aciertos parciales. Quizás, el buen recuerdo que deja la estructura formal del filme se deba a que huye de forma consciente de la sempiterna costumbre del cine actual de fomentar los subrayados, de filmar sin trípode y con exasperantes acelerados de imagen, de no explotar los espacios angostos y de montar las secuencias de acción como si fueran chirriantes síncopas visuales. La preferencia de Atal por los planos sostenidos si estos son necesarios (véanse las primera secuencia en el coche), la contemplación detallista de los ambientes (el director se toma su tiempo en filmar los espacios y eso se agradece), la rica composición en profundidad de algunos planos (en particular, todos aquellos que muestran los ataques colectivos del grupo de asesinos), el aprovechamiento del fuera de campo o el cambio de puntos de vista (ambos bien dosificados en el juego narrativo que plantean las cintas snuff y su proyección en el espacio que rodea a los personajes). Ninguno de estos detalles tiene el suficiente peso expresivo como para entronar a su director como uno de los más excelsos narradores de la actualidad pero por lo menos contribuye a dotar de cierta personalidad a un producto que, en las habituales manos que pueblan el cine de horror contemporáneo, se habría convertido en un mediocre y convencional direct to video.