publicado el 1 de febrero de 2004
Juan Carlos Matilla | Tras su exitoso pase por distintos festivales, por fin se ha estrenado en nuestro país el drama Monster (2003), de la debutante directora estadounidense Patty Jenkins, un crudo retrato de la asesina en serie más célebre de Estados Unidos, Aileen Wuornos, quien en 1990 asesinó a seis personas. Protagonizada por Charlize Theron y Cristina Ricci, el filme narra la desgraciada peripecia personal de Aileen, una prostituta alcoholizada y maltratada por la vida, a partir de la relación amorosa que establece con una joven inadaptada, que se acaba convirtiendo en su única (y frágil) tabla de salvación.
A pesar de la expectación generada, hay que señalar que Monster es un filme flojo y poco atractivo que cumple con todos los requisitos del cine independiente estadounidense más ramplón (ese que tanto triunfa en Sundance, como Monster Ball, Boys don´t cry o Thirteen): unos personajes procedentes de la clase marginal conocida como white trash ( ‘basura banca’, o sea, hombres y mujeres wasp a un paso de la indigencia); una puesta en escena poco estimulante que mezcla, sin el mínimo uso de la contención y la reflexión, convenciones tradicionales (abuso de plano-contraplano, uso poco imaginativo de la voz en off, etc) y efectos modernísimos (cámaras ultra sensibles, rodaje cámara en mano, montaje frenético y precipitado, etc); unos argumentos trágicos y fatalistas que reflejan el sadismo sin límites de los directores (a su lado, Lars Von Trier parece una hermanita de la caridad); y, sobre todo, una estética abúlica que coquetea continuamente con el cine mainstream, ya sea por la sempiterna presencia de estrellas de Hollywood que se "arriesgan" en este tipo de filmes, o por su tono indefinido y poco atrevido que hace que esta clase de películas encajen a la perfección en la franja de telefilmes de la tarde, en un emisión de Documentos TV o en una sesión golfa de un cine de versión original.
Pero a pesar de todo sería injusto enjuiciar negativamente todo el filme, ya que Monster posee algunos aciertos aislados como el tono comedido que utiliza la directora para narrar el descenso a los infiernos de la protagonista (Aileen nunca se nos muestra como un ser despiadado sin más, sino que posee numerosos matices de personalidad), la interpretación de Charlize Theron (que sin ser un prodigio otorga credibilidad y humanismo al personaje), y alguna secuencia aislada, como la del último crimen de Aileen, un soberbio momento espléndidamente planificado e interpretado que supone la secuencia más terrorífica y dramática del filme. En resumen, pequeños triunfos parciales para una película que podía haber dado más de sí.