publicado el 26 de diciembre de 2007
Pau Roig | John Landis (nacido en 1951) hace años, muchos años, que renunció a desarrollar la carrera cinematográfica personal e interesante que hacían presagiar sus primeras películas como realizador, especialmente ese gran monumento al gamberrismo que es Granujas a todo ritmo (The blues brothers, 1980). No es ninguna barbaridad, así, preguntarse qué hace el director de comedias tan inocuas e irrelevantes como Espías como nosotros (Spies like us, 1985), El príncipe de Zamunda (Coming to America, 1988), Superdetective en Hollywood 3 (Beverly Hills cop 3, 1994) o La familia Stupid (The Stupids, 1996) dirigiendo un episodio de Masters of horror, aún menos teniendo en cuenta que su relación con el género se reduce a Un hombre lobo americano en Londres (An american werewolf in London, 1981), filme de culto representativo del cine de terror de los años ochenta pero que ha envejecido bastante mal con el paso del tiempo, al prólogo y una historia del mediocre filme de episodios En los límites de la realidad (The twilight zone: The movie, 1983), en el qué también participaron Steven Spielberg, Joe Dante y George Miller, y a una estéril mezcla de terror vampírico, comedia y cine de gángsters, Sangre fresca (Innocent blood, 1992). Partiendo de una vieja leyenda de los indios norteamericanos y con guión del propio director y de su hijo Max, Salvaje instinto animal ofrece exactamente lo que se espera de Landis, que no es mucho, a la manera de un catálogo del estilo y de los elementos recurrentes de la última etapa de la carrera del realizador. Su contribución a a la serie, no podía ser de otra manera, es una mezcla amable e intrascendente de elementos humorísticos y terror sobrenatural centrada en la existencia de una “mujer ciervo” que mata brutalmente a todos los hombres que seduce sin qué se sepa muy bien por qué. Igual que en el episodio de Dante –ambos cineastas tienen muchas cosas en común–, las posibilidades tanto humorísticas como terroríficas de una historia gratamente delirante a duras penas están desarrolladas, o en todo caso aparecen sepultadas por el tono autoreferencial e incluso autoirónico impuesto por Landis, siempre a medio camino entre el guiño cinéfilo y la caricatura, hasta el punto que no resulta descabellado analizar Salvaje instinto animal como una especie de chiste a costa de La mujer pantera (Cat people, Jacques Tourneur, 1942). Como tantas otras veces, Landis no se toma en serio ni a sí mismo ni a la historia que está explicando, y focaliza casi toda la atención del relato en las investigaciones que un despistado detective de la policía, Dwight Faraday (Brian Benben) realiza sobre el caso, primero solo y después con la ayuda de otro agente que no tardará en sucumbir a los (innegables) encantos de la “mujer ciervo”, muda pero muy atractiva y con una larga falda que cubre sus patas y pezuñas de animal, uno de los recursos más ridículos del episodio. Salvaje instinto animal sólo levanta tímidamente el vuelo en los instantes finales, en una resolución atmosférica pero que en realidad podría ser cualquier otra: Faraday persigue a la “mujer ciervo” después de haberle disparado hasta que su coche se estrella en una carretera solitaria y es acorrolado por una manada de ciervos que parecen cualquier cosa menos amistosos...