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publicado el 31 de octubre de 2007

Estampa añeja y fronteriza

Lluís Rueda | Les pongo en antecedentes: un servidor hace ya unos años (para más señas en 2002) les habló de una estimable adaptación cinematográfica, dirigida por Paul W. S. Anderson, a partir de un exitosa saga de videojuegos iniciada con la revolucionaria aventura gráfica ‘Resident Evil’. Anderson utilizó la generosa temática del juego, una pesadilla plagada de infectados por un virus, y la llevó hacia un territorio tan interesante como la hawksiana reformulación del terror propuesta en clásicos como Escape from New York (1981) del siempre interesante John Carpenter (adalid del horror-western posmoderno). Con Anderson en tareas de producción hubo una segunda parte, Resident Evil: Apocalipsis (Resident Evil: Apocalypse) de Alexander Witt, vergonzante, cómica y grotesca secuela que ni siquiera era justificable en el más remota pulsión 'pulp', o desmedido apetito trash, que un espectador capaz pudiera aceptar (sí, yo mismo les hablé de ella); y ahora, de nuevo, tengo el cometido de comentar una tercera entrega que retoma las aventuras de la hiperbólica Alice (Milla Jojovich), eso sí, en una nueva aventura algo más alejada de las peligrosas calles de Raccoon City.

Los pasillo de laboratorio y las calles angostas, son reemplazados por el paisaje polvoriento y las gasolineras solitarias, y de paso, la cinta transita por lugares comunes del cine añejo de la década de 1980, ahí están los aromas a Mad Max II: El guerrero de la Carretera (Mad Max 2, 1981) de George Miller y, eso sí, de nuevo las constantes carpenterianas recorriendo cada palmo de metraje post-apocalíptico

Si bien la historia mantiene idénticas constantes, ráfagas de golpes y balas, perros dotados de una rabia espeluznante y zombis (aunque según George A. Romero serían infectados) deambulando con un hambre voraz, la idea de reubicar la acción en el desierto de Nevada es lo mejor que podía pasarle al filme. Los pasillo de laboratorio y las calles angostas, son reemplazados por el paisaje polvoriento y las gasolineras solitarias, y de paso, la cinta transita por lugares comunes del cine añejo de la década de 1980, ahí están los aromas a Mad Max II: El guerrero de la Carretera (Mad Max 2, 1981) de George Miller y, eso sí, de nuevo las constantes carpenterianas recorriendo cada palmo de metraje post-apocalíptico. Estas vitaminas referenciales, que dan nuevo brío a la criatura, son lo único destacable de una propuesta demasiado pendiente de las últimas aportaciones del cine de zombis, aquí sí, el plagio (guiño) es contundente respecto a La Tierra de los Muertos (Land of the Dead, 2005) de George A. Romero y a en el caso de Vampiros de John Carpenter (Vampires, 1998) (con esos cuatreros chulazos eliminando alimañas nocturnas) es más que circunstancial. Todo y la escasa originalidad de la cinta, hay que decir en su favor que resulta simpática gracias a su prurito eigthie´s: el personaje de Alice está reinventado con cierto aire mesiánico y los tres primeros cuartos de hora del filme lucen de lo más entretenidos. Salvada la ropa en el planteamiento, Russell Mulcany comienza a perder prendas de un modo preocupante hasta destapar las miserias de su criatura fílmica. Si bajo tanta excitante colección de referencias no hay un filme sólido, con entidad propia, el motor se asfixia y el vehículo (se entiende el filme), con la conducción impelida, acaba por darse un trompazo colosal.

Resident Evil: Extinción
(2007), acaba donde empezaba el filme que dio origen a la saga cinematográfica, en el laboratorio de la Corporación Umbrella con Alice repitiendo como un atractivo replicante la misma pista americana de lásers y trampas que la hizo la acróbata del cine de entretenimiento con las piernas más hipnóticas. Toda una couriosidad la evolución de Alice, casi una sofistificación de hembra mutante a la manera de la teniente Rippley de Alien: Resurrection (1977) de Jean-Pierre Jeunet.

El resultado del filme es quebradizo, de palpitante textura y encomiable gusto, pero de naturaleza moribunda y trasfondo reiterativo. Sirva un ejemplo: una de las mejores ideas del filme es convertir a un puñado de cuervos en aves infectadas por la rabia que arremeten contra el convoy de supervivientes, un lúcido encaje de los parámetros hitchcockianos (homenaje a The Birds (1963), claro) que resulta de lo más eficaz y que se erradica del argumento en un golpe de efecto tan tontorrón que causa perplejidad.
Puestos a homenajear, mejor le hubiera lucido a Rusell Mulcany tirarse de cabeza a experimentar en las posibilidades del western fronterizo y haber olvidado por completo de matraces, jeringuillas y cápsulas antivirus.

Cuesta no pensar en lo convincente que hubiese resultado un 'duelo al sol' ante la perpleja mirada de los infectados, o un asedio al límite: ni siquiera en el ataque salvaje de unos muertos vivientes clonados en una polvorienta ciudad de Las Vegas (un decorado al que George A. Romero le hubiese sacado mucho juego), se trasmite una sensación auténtica de peligro, de asfixia. Al lado de la competente y perturbadora película de infectados del canario Juan Carlos Fresnadillo, 28 semanas después (28 Weeks Later, 2007), Resident Evil: Extinción, resulta pobre, bienintencionada, pero realmente pobre.


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