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publicado el 17 de febrero de 2008

Adaptación banal

Javier Córcoles | Treinta y seis años después del estreno de El último hombre vivo, la novela de Richard Matheson "Soy leyenda" vuelve a la gran pantalla. Esta vez viene protagonizada por el infalible Will Smith y ya se ha convertido en uno de los mayores éxitos de taquilla del año. Francis Lawrence, director de Constantine, dirige esta superproducción.

Creo firmemente en la capacidad del género fantástico para llevar al espectador a la reflexión. Decenas de películas y novelas así lo atestiguan, desde La noche de los muertos vivientes hasta Blade runner. Al fin y al cabo, "lo fantástico", en muchas ocasiones, abre realmente el cerco, poniendo sus límites conceptuales y estilísticos mucho más lejos que otros géneros. Dentro de los conceptuales hemos podido presenciar desde la crítica social más progresista hasta la disección de algunos aspectos (habitualmente los más negativos) del ser humano. Es por este motivo que Soy leyenda no resulta una película fallida, pero sí una adaptación banal e incompleta. Pero vayamos por partes:

Soy leyenda parte de una novela homónima de Richard Matheson. En ésta, un virus ha tenido consecuencias devastadoras para la especie humana: ha acabado con la gran mayoría de la población y, a los pocos supervivientes, los ha convertido en vampiros. El único hombre inmune lucha por sobrevivir en ese mundo hostil, asesinando a todos los vampiros que puede y buscando algún otro ser humano como él. Este apasionante argumento no es más que una mera excusa para entretener al lector mientras Matheson se plantea dos grandes cuestiones de calado filosófico ¿pierde el ser humano su condición al dejar de socializar? y, quizá la más importante, ¿qué sucede con la persona inmovilista, con quien es incapaz de cambiar y ver más allá de sí mismo? Así, la novela Soy leyenda entretiene y, a la vez, hace reflexionar; no resulta una lectura fugaz, se posa en la mente del lector durante un tiempo y provoca (como debería hacer toda obra meritoria) que vuelva a releer o replantearse algunos aspectos de su vida cotidiana.

Soy leyenda, la película, parte del mismo argumento (más o menos) y es un film de una factura notable: está dirigida, escrita y fotografiada con corrección e incluso Will Smith llega a contenerse en algunas ocasiones y resulta más creíble que de costumbre. Tiene escenas muy bien resueltas (la escena de la trampa es emocionante y sus consecuencias emotivas) y utiliza recursos como el de la perra de una forma notable. Así, a excepción del brusco final y las típicas salidas de tono de Smith, no hay demasiado que criticarle a la película a nivel formal. El problema es que este Soy leyenda es banal, de contenido y recuerdo fugaz. A los pocos minutos, uno puede darse cuenta que se ha adaptado la forma de la novela pero no su contenido. Así, la película se queda en la superficie, mostrando el reluciente caparazón hecho a base de efectos especiales (que, todo sea dicho, no resultan muy afortunados cuando vemos a los “vampiros” en acción). Bajo toda la pirotecnia no hay nada, es simple y puro entretenimiento, sin más. Y no considero que esto sea malo, pero la película echa por tierra una serie de posibilidades que es evidente que estuvieron al alcance de la mano de quienes la realizaron. Pudieron hacer algo más que entretener y escogieron la lectura simple, que no sencilla. De hecho, cuanto más evidentes resultan las posibilidades del producto, más “ahonda en la herida” del espectador avezado.

Con estas palabras no pretendo lanzar el grito al cielo como un fan de la novela despechado, ni defender una manera purista de acercarse a las adaptaciones cinematográficas. Lo que pretendo es defender las posibilidades artísticas que puede albergar el cine en general y el género fantástico en particular. Echo de menos aquellos films de horror y ciencia-ficción que pretendían llegar más allá, que no se quedaban en un sofisticado muestrario de movimientos de cámara y efectos especiales. Echo de menos un cine más valiente. Cuando una película parte de un material original que puede dar mucho más de sí, debería ser capaz de asumir algunos riesgos. Pero la tendencia de las 'majors' hollywoodenses parece ser la contraria, la de simplificar, la de sacrificar lo reflexivo en pos de lo exclusivamente (y supuestamente) emotivo. Es una pena que consideren un riesgo que ambos factores convivan en una misma película, aunque parece que un gran sector del público (y la crítica) les de la razón. Al éxito de Soy leyenda me remito.


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