publicado el 3 de mayo de 2008
Lluís Rueda | En pleno apogeo de las adaptaciones cinematográficas de los populares superhéroes de la editorial Marvel y tras las excelentes entregas de Spiderman perpetradas por Sam Raimi o el nada desdeñable filme Hulk firmado por el taiwanés Ang Lee ya iba siendo hora que hollywood apostara por resucitar al alma mater de ‘Los Vengadores’: Iron Man. El hombre de hierro es quizá junto a Daredevil uno de los personajes a la sombra de Spidy, que más filias ha generado tanto por la particular ideosioncrasia de su álter ego, el millonario, mujeriego y bebedor Tony Stark, como por su amoral universo cimentado en empresas armamentísticas, poderosos testaferros y jets privados.
Stark fue creado en 1963 por Stan Lee inspirándose para su perfil quebradizo y paranoide en el magnate y productor Howard Huges, por tanto su sesgo inestable le convierte acaso en el personaje más rico de cuantos han pasado por la época dorada del cómic norteamericano. Stark es un personaje tangible, un elemento coyuntural generado en el seno de cierta arbitraria idea del capitalismo a ultranza y un producto leal a la supremacía norteamericana. Stark es un experto en robótica y armamentística que no posee más poder que su inventiva y su billetera, a ese extremo cabe apuntar que Iron Man no es más que una coraza para protegerle del mundo y que le permite llevar a cabo una redención personal pareja a la de un caballero que destila una brizna de conciencia en un universo del todo amoral. Por tanto Iron Man, no es exactamente un héroe al uso, esa armadura de oro y titanio que responde a las órdenes de Stark, trasmite la impostura del signo del zorro, su romanticismo, sirviéndose de la popular imaginería de los ‘mecha’ japoneses. Stark no es Robocop, y su prisión orgánica no presenta las coordenadas exactas de los postulados cronenbergianos (nueva carne), el multimillonario es un arma reversible a víctima potencial de su quebradiza humanidad: se convierte en Iron Man, como aquel que coge un taxi, da un paseo por una viñeta, y regresa a su infierno personal.
Por otro lado, no hay mucho que objetar al correcto trabajo de Jon Favreau (Elf, Satura: Una aventura espacial), su labor no desentona y eso ya es una buena noticia, sobretodo si nos atenemos al ridículo trabajo de Mark Johnson en su adaptación del interesantísimo y muy cinematográfico Daredevil (algo mejor le fue a El motorista Fantasma). Aquí partimos del acierto total del intérprete, un socarrón Robert Downey Jr. que desprende todo su carisma en cada fotograma y de un villano de marras interpretado por Jeff Bridges (Obadiah Stane) que se presta al pulso actoral como un auténtico chacal de la interpretación. Quizá nos sobre algún efectismo y alguna concesión a lo políticamente correcto, muy posiblemente el realizador no deja una impronta exquisita, ni aporta una personalidad sugestiva al filme, pero si nos atenemos a que en esta función la mímesis entre actor y personaje es extraordinaria, por poco que cada uno cumpla con su cometido, sin estridencias. El espectador se mostrará cómplice e interesado en los geniales ribetes de impostura que posee el universo de Iron Man. La falta de personalidad del realizador es poco relevante, dadas las circunstancias: la fuerza de las viñetas y la memoria colectiva del universo de Iron Man impera. La poética del lobo solitario es imperecedera, Stark es un enfermo crónico asido a un corazón robótico que no posee más que un privilegiado cerebro que castiga a golpe de bourbon. Si Superman tenía su criptonita, el talón de aquiles de Antonhy es su propensión a la autodestrucción.
Por ello, y volviendo al filme que nos atañe, el actor Robert Downey Jr. es Anthony Stark: la presencia del actor en el filme dirigido por Jon Favreau es el acierto de casting más consensuado por la historia moderna del cine, y a fe que ha sido todo un acierto, un maravilloso acierto. En la combinatoria de posibilidades para encarar el proyecto, el equipo conducido por Favreau (a nadie se le escapa que una pieza coyuntural) ha acertado de pleno centrando el eje del filme en su rico protagonista y relativizando un tanto las escenas de acción a un par o tres de secuencias, de excelente factura, que dejan al espectador en un bendito estado de sinsabor. La zanahoria es sabrosa y nuestro continuismo nos pide una secuela a gritos, Iron Man es un filme que presenta las virtudes del primer filme de Spiderman dirigido por San Raimi, se recrea en la iniciación y rehuye la dispersión argumental, tiempo habrá para sembrar villanos aquí y allá, en esta génesis, lo que realmente importa, es que nos familiaricemos con un personaje rico en claroscuros y que nada tiene que ver con el adolescente Parker-Spidy. Los iniciados sabrán valorar que lo largo del metraje se plantan algunas semillas que germinarán en breve (como el relevante papel que en el futuro tendrá el militar James Rhodes) y, desde luego, que el mítico villano ‘Mandarín’ del cómic original no tiene cabida en una puesta al día cinematográfica que se centra en la era digital.
Por ello, el filme de Favreau cambia Vietnam por Afganistán y descarta la amenaza amarilla, eso sí, el discurso antibélico impera en una suerte de sibilino cinismo que nos recuerda en exceso las miserias de la potencia que representa el mundo libre, Estados Unidos: la mala uva del cómic impera en el filme. La idea es preclara, creemos un arma autónoma para luchar contra nuestras armas vendidas al enemigo. Hasta Bin Laden lo sabe, una vez comienza el baile, cada pasito supone un par de fajos de billetes para el bueno de Stark, el más listo y atormentado canalla de la historia del cómic. ¿Qué se puede esperar de un tipo que tras ser torturado durante meses en una cueva de Afganistán regresa a Estados Unidos y lo primero que hace es pedir una hamburguesa? Así es el mundo libre, irónico, autocomplaciente y de un narcisismo enfermizo. Por suerte, este Iron Man tan bien perfilado, por el momento, no parece que se plantee salvar el mundo del mal o la villanía, para Stark un par de batallitas le sirven para limpiar su conciencia y poder asistir con la cabeza alta a una fiesta vip llena de mujeres que quitan el hipo.