publicado el 23 de mayo de 2008
Marta Torres | El pasado año destacó cinematográficamente por su voluntad de fijar en pantalla la descomposición de la sociedad estadounidense. De desmontar el sueño americano se ocupó Paul Thomas Anderson en su ambiciosa epopeya Pozos de ambición, mientras que los hermanos Cohen hicieron lo propio con el alma polvorienta y reseca del Oeste en No es país para viejos, justo allí donde tomaron forma (gracias al cine) los mitos fundacionales de Estados Unidos. Entre ambas propuestas brilló por su ausencia la presentada por el veterano director Sidney Lumet. Olvidado de manera inexplicable por Hollywood, que parece que entierra prematuramente a sus hijos, Lumet regresa al séptimo arte con Antes de que el diablo sepa que has muerto, un retrato contundente sobre la descomposición familiar que rescata el punto de vista de un cineasta que sabe poner la cámara en el patio trasero de nuestra casa y filmar como el mundo va desmoronándose a nuestros pies, plano a plano.
Pero si con alguna corriente tiene que ver esta película es con la inaugurada por Zodiac, de David Fincher, y La noche es nuestra, de James Gray, filmes violentos, precisos, sin concesiones y con afinidades indisimuladas hacia los thrillers de los años setenta (Todos los hombres del presidente, French Connection). Al igual que éstos, Antes que el Diablo sepa que has muerto opta por una puesta en escena precisa, realista y se disfraza de thriller para devolvernos la imagen de nuestra propia miseria, perfilada con la precisión de una crónica de sucesos. En este terreno, Lumet juega con ventaja. Con 44 filmes a sus espaldas, muchos de ellos thrillers, el realizador estadounidense solamente tiene que recuperar las formas que le hicieron grande en Serpico o Tarde de Perros para tomar las riendas de un género al cual le tiene tomadas las medidas, como ya hizo en su anterior filme, Declaradme culpable con otro género que domina: las películas de juicios, y que desarrolló de forma brillante en su primera incursión cinematográfica (Doce hombres sin piedad).
El filme de Lumet está planteado como un dilema ético sin solución posible. La película comparte con Serpico, un filme sobre policías corruptos, una férrea mirada moral (que no moralista) sobre la sociedad estadounidense fijada en este caso en su estructura más básica: la familia. Como ya ha ensayado en anteriores filmes, Lumet prescinde de ataduras cronológicas y construye la historia a base de continuos saltos temporales. Un efecto de montaje que reconstruye la realidad y tiene la virtud de plantear la acción como un mal inevitable. De esta manera, las decisiones que toman los protagonistas ponen en marcha mecanismos fílmicos que estrecharán cada vez más sus posibilidades de escapar con éxito de una historia que funciona como una trampa narrativa. Pondrá en marcha este engranaje la decisión de dos hermanos ahogados por las deudas de cometer un atraco perfecto en la joyería de sus padres. El azar y la fatalidad convertirán un trabajo fácil en una trampa de consecuencias impredecibles en la que acabaran enfangados los protagonistas y quienes les rodean. Lumet nos muestra sin piedad este suicidio a cámara lenta en un filme áspero, sin héroes ni esperanzas de salvación.
Mención aparte merecen los actores de la película, sobretodo Albert Finney y Philip Seymour Hoffman, dos hombres enfrentados en forma de un padre frío y autoritario y un hijo heroinómano y resentido. Ethan Hawke y Marisa Tomei (correctos) completan el reparto de un filme implacable, frío y detallista como el bisturí de un cirujano.