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clásicos modernos

publicado el 2 de junio de 2008

Zombies ecológicos

Pocos meses después de firmar 'Ceremonia sangrienta' (1973), fascinante aproximación a la tristemente célebre historia de la Condesa Bathory, el director catalán Jorge Grau se aproximó a la figura de los muertos vivientes en un filme de clara vocación internacional que otorgaba a la figura del zombie toda la contundencia y visceralidad que el cine hasta entonces les había negado. Con su defensa de la ecología y su ambiguo discurso en contra de la autoridad, No profanar el sueño de los muertos es sin lugar a dudas uno de los títulos más importantes –y más injustamente olvidados– de la historia del cine de terror español.

Pau Roig | Con un guión originalmente titulado 'El valle de los muertos', No profanar el sueño de los muertos es una película mucho más ambiciosa comercialmente que Ceremonia sangrienta, como ejemplifican el rodaje en inglés, las localizaciones exteriores en la ciudad de Manchester y alrededores y un ecléctico reparto internacional: “Hay españoles porque al fin y al cabo España coproducía, y aportó tres personas: el operador (Francisco Sempere), el ayudante de cámara y yo. Pero todo el diseño de producción, toda la preparación, el montaje y rodaje se hizo en Cineccittà (la cripta de los muertos, los interiores de casas, el del hotel), y la otra mitad en Manchester y alrededores (...) En Madrid se rodó en estudios Cinearte. Concretamente, todos los interiores del hospital”. Grau explica también que el rodaje "no duró mucho, unas nueve semanas, con viajes por en medio. El montaje (sólo imágenes) sí que fue muy rápido, en tan solo una semana, porque se había rodado con las ideas muy claras (...) Sin embargo, el montaje sonoro llevó casi dos meses, porque en mis películas empleo un concepto musical para las bandas sonoras (...) En mis películas no hay un solo ruido que sea casual, por lo que en principio soy reticente al sonido directo. No profanar el sueño de los muertos se rodó con sonido directo de referencia y se dobló después por completo" [1].

Otra de las novedades de la producción, precisamente, es que se trata de la primera película de terror rodada con sistema estereofónico, o así fue vendida en su proyección en el Festival Internacional de Cine Fantástico de París, en el que Grau se alzaría con el premio al Mejor Director (el filme también obtendría los premios a la Mejor Película, Mejores Efectos Especiales y Mejor Actriz en el Festival de Sitges). No profanar el sueño de los muertos, por todo ello, resulta mucho más gráfica, mucho menos sutil y ambigua que Ceremonia sangrienta, más sujeta a las características y a los estilemas del tema que trata. Los responsables del film, de hecho, no ocultan en ningún momento la voluntad de explotar comercialmente el éxito obtenido por La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, George A. Romero, 1968), que también inspiraría en esa misma época la curiosa tetralogía de los caballeros templarios del director gallego Amando de Osorio iniciada con La noche del terror ciego (1972). Determinados momentos de la película, como la aparición del muerto viviente que ataca a Edna a campo abierto mientras espera a George en el coche, o la muerte final del protagonista a manos de la policía, recrean de manera casi literal escenas del filme de Romero. El guión, firmado por Sandro Continenza, Muncello Boscia, Juan Cobos y Miguel Rubio (y en el que Grau, casi por única vez en su carrera, no aparece acreditado), amplifica el tono crítico del filme de Romero con un mensaje ecologista que cede protagonismo, a medida que se va desarrollando la trama, a un ambiguo y un tanto reaccionario discurso contra la autoridad que el director explica de la siguiente manera: "Posiblemente esta rebelión de la carne sea una rebelión contra este mundo que lo constriñe y que lo oprime. El hombre está demasiado conducido, ideológicamente y físicamente. Comemos alimentos sintéticos y vestimos ropas sintéticas. La realidad está adulterada. Esta era un poco la idea que subyacía en la rebelión de los muertos y esa especie de predicción del caos. Se trataba de mostrar esa idea como inquietante".

La causa de la resurrección de los muertos es una máquina de radiaciones ultrasónicas desarrollada por la Sección Experimental del Departamento de Agricultura de Gran Bretaña con el objetivo de exterminar insectos: "Las radiaciones actúan sobre el sistema nervioso de los insectos, enloqueciéndolos e induciéndoles a devorarse los unos a los otros" explica uno de los técnicos al descreído protagonista, George (Raymond Lovelock), un joven de aspecto 'hippy' que ha visto truncada su idea de viajar a su casa de campo en Windermere al ser arrollada su moto por el coche de una mujer, Edna (Cristina Galbó), que se dirige a casa de su cuñado y de su hermana, que tiene graves problemas con las drogas. Precisamente el cuñado de Edna será la primera víctima de uno de los zombies mientras realiza unas fotos nocturnas de una cascada en medio de un bosque. El encargado de esclarecer su asesinato será el Inspector McCormick (el veterano Arthur Kennedy), de talante autoritario e intolerante: incapaz de creer en fenómenos sobrenaturales y aún menos en la resurrección de los muertos, se obstinará desde el principio en tomar a George y a Edna por los verdaderos culpables ("¡Un tipo melenudo, drogata y afeminado no puede ser otra cosa que un asesino!"). Los dos intrépidos protagonistas intentarán por todos los medios de convencer a la policía de la verdadera naturaleza del mal al que se enfrentan, a la vez que George tratará desesperadamente de detener las actividades de la máquina de radiaciones ultrasónicas: además de los insectos, los ultrasonidos afectan también a cualquier “sistema nervioso elemental”, como el de los niños, que en un hospital reciente ya han empezado a mostrar un comportamiento agresivo sin ningún motivo aparente, o el de los muertos, cuyo sistema nervioso se mantiene en funcionamiento tiempo después de su fallecimiento. Debido a la ineptitud de las autoridades, la plaga de muertos vivientes se extiende rápidamente por la zona (los muertos se resucitan entre ellos mediante el simple contacto con su sangre, como si se tratara de una especie de contagio) y culmina en un espectacular clímax final en el hospital, donde George quemará a todos los zombies, incluso a Edna, ya fallecida y resucitada, antes de ser cosido a balazos por el Inspector McCormick, quién –en un epílogo del todo innecesario– será literalmente destrozado por el propio protagonista, convertido ya en un muerto viviente.

Como apunta David Pirie, "el héroe acaba más identificado con los no-muertos que con las fuerzas de la ley y el orden, pero Grau lleva las cosas aún más lejos al convertir a su héroe en un vampiro al servicio de la justicia. El público se deja convencer con facilidad por la venganza final contra el detective", aunque "este giro resulta completamente absurdo, ya que en ningún momento de la película se indica que los no-muertos conserven algo de inteligencia humana" [2]. El uso del color y los impresionantes efectos especiales de Gianetto de Rossi suponen una destacada novedad respecto al baratísimo filme de Romero y, al mismo tiempo, No profanar el sueño de los muertos anticipa en algunos años el tono abiertamente gráfico y sangriento que adoptarán las películas sobre muertos vivientes a partir de Zombi (Zombie: Dawn of the dead, George A. Romero, 1978), de enorme popularidad en Europa tras el rápido estreno de la (falsa) continuación del filme de Romero, Nueva York bajo el terror de los zombi (Zombi 2, Lucio Fulci, 1979). La fisicidad de los muertos vivientes, con sus ojos inyectados de sangre y su deambular sonámbulo pero imparable, dota a la producción de un nivel de realismo nunca antes visto en ninguna película de temática similar, ni siquiera en una de las primeras producciones en color sobre el mito de los zombies, La plaga de los zombies (The plague of the zombies, John Gilling, 1966), lo que se traduce en la consecución de una atmósfera irreal e inquietante de un innegable poder de sugestión, realzada en todo momento por la excelente dirección de fotografía de Francisco Sempere, de tonos apagados y luz fantasmagórica (el terrible color gris y el humo de las fábricas de Manchester al principio, cuando George sale de la ciudad montado en su moto, da perfecta cuenta de un mundo asfixiado y agonizante).

El principal lastre de la producción reside en la elementalidad de su desarrollo argumental, que en demasiados momentos adopta un molesto tono entre naïf y didáctico y se estructura a partir de una serie de oposiciones tan previsibles como maniqueas, ya sea a nivel ideológico (la tecnología que destruye la naturaleza, el progreso que actúa en contra de la humanidad) como argumental, ejemplificado en el demasiado obvio conflicto entre el inspector de policía (representación del fascismo puro y duro) y George (la rebeldía y la conciencia liberal). Un conflicto, por otra parte, que pone en evidencia otro enfrentamiento de cariz generacional, ya que no resulta gratuito interpretar los roles del Inspector y de George como “los del padre e hijo emblemático de la era “yé-yé”, ambos cegados en sus respectivas cruzadas: la paranoia “melenil” del inspector, la paranoia radioactiva del rústico seudobeatnik” [3]. Pero Grau, apoyado en el excelente acabado técnico y formal de la producción, trasciende con su sentido del suspense y el terror y su vigoroso pulso narrativo las limitaciones argumentales de la propuesta y firma algunas de las escenas más contundentes del cine de terror español de los años setenta, como la de la cripta del cementerio –excepcional trabajo de los decoradores Carlo Leva y Rafael Ferri–, en la que George y Edna consiguen escapar del acoso de los muertos vivientes huyendo a través de un nicho, no sin que antes uno de los zombies estire agónicamente por los pies a George, o el espectacular desenlace en el hospital.

*Publicado originalmente en DATA nº 22 (Algeciras: otoño 2003), págs. 9–12.

    NOTAS:
  • [1]. Las declaraciones de Jorge Grau proceden de una entrevista con Pablo Herranz, 'Jorge Grau. A vueltas con los no muertos', en Quatermass, nº 4–5, Bilbao, otoño 2002.

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  • [2]. 'El vampiro en el cine', Centropress, Madrid, 1977, págs. 166 y ss.

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  • [3]. 'No profanar el sueño de los muertos: cuento de fiambres glotones y ecología desmadrada', en Cine fantástico y de terror español 1900–1983, Donostia Kultura / Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, 1996, pág. 95.

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    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
    España / Italia, 1974. 88 minutos. Color. Títulos alternativos: Fin de semana para los muertos / Non si deve profanare il sonno dei morti / The living dead at the manchester morgue / Breakfast at manchester morgue / Don’t open the window Director: Jorge Grau Producción: Felice D’Alisera, para Star Film / P.C. Flaminia Productor ejecutivo: Manuel Pérez Guión: Sandro Continenza, Muncello Boscia, Juan Cobos y Miguel Rubio Fotografía: Francisco Sempere (Eastmancolor –Panorámico) Música: Giuliano Sorgini Decorados: Carlo Leva y Rafael Ferri Maquillaje: Giannetto de Rossi Montaje: Domingo García Intérpretes: Cristina Galbó (Edna), Raymond Lovelock (George), Arthur Kennedy (McCormick), Jeannine Mestre (Katie), Fernando Hilbeck (Gutrie), Aldo Massasso (Kimsey), José Ruiz Lifante (Martin), Giorgio Trestini (Craig) Fecha de estreno: 20 de octubre de 1975.


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