publicado el 6 de diciembre de 2008
Lluís Rueda | He aquí una buena muestra de fresco histórico, una grata película acerca de la figura del mítico Genghis Khan que impresionará por su delicada factura, por el naturalismo de sus paisajes y por su equilibrado vaivén –nada gratuito o involuntario- entre cine de aventuras espectacular (abonado al trazo grueso) y biopic de carácter trascendental. Mongol, del director ruso Sergei Bodrov, procura que un material netamente épico sea expuesto en la gran pantalla con la meticulosidad majestuosa de un filme como Andrei Rublev de Tarkovski, y ese intento no es baladí. En el primer tramo del filme, casi un documental de la vida nómada en la estepa de Mongolia, se deja entrever ese preciosismo en los encuadres y un tempo expositivo próximo a lo poético, ¿pero es este el material adecuado para dicha solución estética? A mi juicio, en Mongol, conviven demasiadas obligaciones estéticas del pasado que no siempre ensamblan bien con las necesidades del presente (taquilleras y dictadas por el término 'blockbuster').
Sergei Bodrov ha intentado hacer un filme tan 'ambicioso' como Siberiada de Andrei Konchalovsky –por poner un ejemplo-, ha buscado un equilibrio estético que concentrara lírica y 'grand guinyol', anhelando una eficacia épica similar a la que Jonh Millius construyó en Conan el Bárbaro. De este último filme de espada y brujería, Mongol calca el arranque y parte de su trama expositiva (hasta que Genghis Khan (Temudgin) se convierte en un señor de la guerra); poderoso, tercer acto del filme que asfixia los méritos contraídos y acaba por convertir la cinta en un 'tour de force' cargado de ansiedad que tristemente va abocado a un final sin substancia. Es pues, Mongol, un filme desequilibrado que peca de ambicioso y coloca unas expectativas ante los ojos del espectador que sabe que no podrá cumplir en un metraje convencional (a no ser que este proyecto esté ideado como una trilogía, cosa que de ser cierta –lo pongo en duda- debería explicarse como un garante para no crear elipsis tan forzadas en el conjunto).
Pero a pesar de estos inconvenientes mecánicos, es encomiable la exquisitez de Bodrov y su buen juicio en escenas de gran calibre, como aquella en que el ejército de Khan se enfrenta a un enemigo que le triplica en número (ríanse de Brave Heart de Mel Gibson). Por otro lado es interesante que el protagonista del filme tenga el rostro cetrino e inquietante del taquillero actor japonés Tadanobu Asano, una estrella del cine nipón que asoma en muchos de los mejores filmes japoneses de los últimos quince años (Ichi the Killer, The Taste of Tea, Vital, Zatoichi, etc…). Asano confiere a Temudgin una personalidad distante y brutal, casi mesiánica, que apenas si trasmite una determinación extraterrena: estamos ante una actuación interesante para un papel nada sencillo.
En lo positivo también cabe remarcar el esfuerzo casi documental del realizador por mostrar los entresijos de una sociedad nómada, machista y con unos códigos muy particulares que relativizan algunos aspectos morales como la monogamia. Resultará curioso a ojos del espectador occidental como Mongol expone una subtrama amorosa que se basa en la lealtad y en la que los celos prácticamente son algo desconocido si no se da una afrenta de honor por otro menester.
En resumen, Mongol es una película llena de aciertos que, sin embargo, resulta desequilibrada en su exposición, un mayestático espectáculo ribeteado por un buen ramillete de secuencias de enconada sensualidad que la alejan de un producto de sus características; nos referimos al clásico cine épico tratado bajo un prisma comercial 'al estilo estadounidense' (se me ocurren filmes de radical frivolidad como Alejandro de Oliver Stone o a nivel oriental la muy interesante War of Lords todavía inédita en nuestras pantallas). Mongol les mantendrá pegados a la pantalla y cosquilleará en sus retinas de manera grata, pero al llegar a los títulos de crédito no nos queda más que imaginar como evoluciona el personaje atrapado en su sed de poder… hay 'biopics' que merecen ser explicados en un formato más generoso, quizá la televisión sería una plataforma acorde.