boto

estrenos

publicado el 6 de febrero de 2009

Terror real vs. terror sobrenatural

Pau Roig | Estrenada en nuestro país con más de un año de retraso y con pocas copias tras pasar sin pena ni gloria por el Festival de Sitges de 2007, Aparecidos es el ambicioso, demasiado ambicioso debut en la dirección de Paco Cabezas, una coproducción española-argentina que contrapone/relaciona dos tipos de terror muy diferentes: el terror real derivado del “terrorismo de estado” practicado durante la brutal dictadura militar que (des)gobernó Argentina entre 1976 y 1983, y el terror sobrenatural de corte más o menos clásico de una historia de fantasmas, desaparecidos que no quieren / no pueden ser olvidados.

No se le puede negar a Paco Cabezas sentido del riesgo, originalidad e incluso una notable, por sana, falta de prejuicios e ideas preconcebidas. En un país que cada vez trata peor a los cineastas que intentan salirse de lo establecido, ampliar aunque sea un milímetro los márgenes de una industria raquítica y rancia que confunde modernidad con esnobismo (para quién esto escribe, Elio Quiroga, Nacho Vigalondo o F. Javier Gutiérrez tienen muy poco o nada que envidiar a Jaime Rosales o Albert Serra, menos aún a Isabel Coixet o Alejandro Amenábar, a excepción de los premios y del servil reconocimiento de la crítica), el estreno de un filme como Aparecidos debería considerarse un auténtico hito. Y lo primero que debe decirse, que no es poco, es que a nivel visual la película tiene muy poco o nada que envidiar a cualquier producción norteamericana de similares características. Muy influenciado por el tono etéreo, ensimismado incluso, de M. Night Shyamalan, Cabezas dota a su ópera prima de un look visual estilizado y poderoso que intenta, en ocasiones con más éxito que en otras, huir del carácter descaradamente imitativo de muchas producciones de procedencia europea. El rodaje en español, la apuesta por actores jóvenes poco conocidos por el gran público y la localización de la acción en diferentes puntos de Argentina obedecen también a la voluntad de desmarcarse de cierto tipo de terror realizado en España a imitación de moldes estadounidenses en muchos casos ya caducados (la mayoría de las producciones de la 'Fantastic Factory', sin ir más lejos). La valentía y el riesgo con las que Cabezas se ha lanzado a la realización de su primer largometraje, sin embargo, acaban resultando una arma de doble filo: no se puede hablar de todo ni hacerlo todo bien en una única –y primera– película, pero esto parece que es lo que ha intentado hacer el joven realizador español. Aparecidos tiene un arranque lánguido y avanza sin nervio y sin unos objetivos concretos durante la primera mitad de un metraje excesivo que se acerca a las dos horas. La historia de dos hermanos separados durante mucho tiempo, Malena y Pablo (Ruth Pereira y Javier Pereira), que se reencuentran en Buenos Aires para firmar los papeles que pondrán fin a la respiración artificial que mantiene con vida a su padre pero que acabarán viéndose envueltos en la venganza sobrenatural de una madre y su hija, brutalmente asesinadas durante la dictadura militar, va levantando el vuelo muy tímidamente. La relación entre ambos personajes resulta forzada e increíble la mayor parte del tiempo, siendo este punto un verdadero hándicap para la implicación de los espectadores en el drama. Sus reacciones, su actitud tras el descubrimiento de un diario escondido en una de las ruedas del coche de su padre en el que se narran con todo lujo de detalles, incluso con fotos, las salvajes torturas y los crímenes más horrorosos perpetrados por su propietario, son cualquier cosa menos probables o lógicas. Ambos hermanos, además, tardan cerca de una hora de reloj en sospechar de su progenitor, un médico reputado de quién sólo sabemos que fue abandonado de repente por su esposa, que se marchó a España embarazada y con su hija pequeña. Pablo nunca lo conoció y es él el principal artífice / impulsor de un viaje hacia la Argentina profunda que viene a simbolizar la oscuridad que rodea a una figura paterna que en realidad ninguno de los dos ha tenido. El viaje iniciático de los dos jóvenes pronto se convierte en un viaje al pasado, al terror; siguiendo las descripciones del diario, Malena y Pablo intentarán salvar a una mujer y a una niña que se van cruzando en su camino sin saber que fueron asesinadas mucho tiempo atrás. El potencial terrorífico de la trama sobrenatural del filme, no obstante, funciona en muy pocos momentos; el propio Pablo se lo comenta a su hermana pasado el ecuador de la acción: no se puede salvar la vida de quién ya está muerto.

La mujer y la niña son fantasmas, recuerdos de un pasado espantoso de torturas y crímenes que han quedado impunes y, lo que es peor, olvidados. El filme entero parece haber sido construido en función del largo, y notable, clímax final, el reencuentro con el padre, ambientado en una pequeña casa que la familia tenía en un remoto rincón de la Patagonia, a muchos quilómetros de cualquier núcleo habitado; allí, en un lóbrego sótano, el médico podía cometer los actos más salvajes e inhumanos con total impunidad. Pasado y presente se confunden a partir de este momento y Malena y Pablo, atrapados, deberán luchar con todas sus fuerzas para escapar de una pesadilla sobrenatural que en realidad no es tal, ya que ocurrió, y numerosas veces, en un pasado mucho más cercano de lo que parece. Sólo con la definitiva desconexión / muerte del padre, Malena y Pablo, y con ellos todas las víctimas del horror de la dictadura militar, podrán descansar en paz. La imagen final de Aparecidos, de un inusitado halo poético, muestra a los dos hermanos en un atasco de tráfico en medio de Buenos Aires, mientras alrededor suyo van “apareciendo” los desaparecidos, figuras fantasmales por fin liberadas; es una imagen de gran belleza y un buen colofón para una producción que va de menos a más, pero que no resuelve con la deseable contundencia la historia, como ejemplifica el personaje de otro médico, compañero del padre en la facultad de medicina y también implicado en numerosas “desapariciones”, pero que sigue vivo y en libertad sin despertar ninguna sospecha. Esperar a que otros fantasmas vengativos reclamen su alma mientras muere enfermo o de viejo postrado en una cama de hospital parece fuera de lugar: el terror sobrenatural se revela entonces como una excusa, un atrevido recurso estilístico, no como un fin, y acaba engullido, desbordado, por el terror real y por el drama. Sin los fantasmas, Aparecidos sería poco más –y nada menos– que una esforzada variación en clave argentina de la brillante trama de La caja de música (The music box, Costa Gavras, 1989), filme del que toma prestado incluso el recurso a la foto antigua incriminatoria.



archivo