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publicado el 19 de febrero de 2009

El cine insincero del señor Doyle

Lluís Rueda | En ocasiones, parece que esto de hablar de cine sea gratuito y más subjetivo de lo que recomienda un manual de estilo, una postura rebelde y un sesgo de notoriedad. Les digo esto porque en contra de lo que opina casi todo el mundo me parece que Slumdog Millonaire es una película llena de carencias.

Dany Boyle es un director con gran pericia en lo visual, capaz de un eclecticismo genérico siempre presente en la globalidad una filmografía dispar. Eso en apariencia, a mi juicio, su deambular por diferentes géneros es un síntoma inequívoco de su incapacidad para generar un discurso válido más allá de la adrenalina cinéfaga de Trainspotting (Id. 1996). Los personajes de Doyle huyen a ritmo endemoniado, se ensimisman en tragedias inocuas y casi nunca trasmiten autenticidad. Repasemos sus últimos filmes: 28 días después (28 Days Later, 2002) era un intento por hacer del cine de terror una tesis apocalíptica sirviéndose de un patio trasero y la iconografía de un Londres devastado. Si bien la relativa originalidad del producto era inquietante, la secuela del director canario Juan Carlos Fresnadillo, 28 semanas después (28 Weeks Later, 2007), era tanto mejor, más decorosa y harto honesta. No contento con su intento por jubilar a George A. Romero, Doyle, proyectó su idolatría en el mesianismo existencial del inigualable Kubrick. A remolque de la obra maestra de la ciencia ficción ‘2001: Una odisea del espacio’, el realizador británico ideó Shunshine (id. 2007), mediocre, prescindible, inflada película ‘new age’ con más personajes huyendo de sí mismos y en busca de un sol purificador.

En el caso de la vacía y efectista fábula Slumdog Millonaire, Doyle utiliza las mismas armas para recrear la historia de un joven de origen humilde que llega a un famoso concurso televisivo. A través de las preguntas del concurso (mediante unos flashbacks interminables), Jamal (Dev Patel), va recordando la historia de su niñez en un barrio pobre de Bombay. Jamal, su hermano mayor y la joven Latika, ¿cómo no?, huyen al compás endemoniado de ritmos tribales, samplers con reminiscencias Bollywood y más traca que pedigrí. Por otro lado, y para ser justos, el montaje vertiginoso de Chris Dickens resulta excelente y el look del filme es muy parejo en intención estética a los adrenalíticos thrillers made in Hong Kong a los que nos acostumbran Jonnhy To, Tsui Har o Ringo Lam. La parcela técnica del filme es, cabe decirlo, estimable. A mi juicio, ese fluir poderoso de imágenes es lo más destacable en un filme que por su naturaleza superficial no puede aspirar a nada más profundo.

Más allá de la improbable trama que desarrolla la cinta, de puro fantástico y con el azar como sino, hallamos un retrato de la India forzado por tópico y tendencioso. Reflexionen, ustedes que curan sus carencias espirituales al calor de la ONG de turno, el Bombay de Boyle es parejo en inexactitud al improbable Edimburgo de Trainspotting (doy fe). Piensen, mediten, ¿es este un documento cinematográfico válido para denunciar la situación de los desvalidos de la India? A mi juicio la fórmula es lícita, faltaría más, pero gratuita y etérea. Para este realizador británico, que está a años luz de compatriotas como Michael Winterbotton o incluso Paul Greengrass, cualquier representación del exceso vale como epicentro para conformar un gran videoclip. Que la India es un país con carencias, injusticias, prostitución, hambre y gran tasa de mortalidad ya lo sabíamos, pero también es una tierra con una maravilloso tejido cultural del que directamente Boyle extrae lo que le conviene. El discurso de cariz documental de Slumdog Millonaire es aún más falsol que el propio numerito Bollywood que organiza al final del filme. Después nos quejamos de la Barcelona que retrata Woody Allen o de la Sevilla que recrea John Woo.

Se me ocurre que emular al Fernando Meiralles de Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) tampoco cuela, Sr. Boyle. Lo disfrace usted de bazar exótico o de thriller en un plató televisivo, su discurso carece de alma. Me sonroja que en un año de tan buena cosecha cinematográfica (Gomorra, El luchador, El desafío: Frost contra Nixon, El curioso caso de Benjamin Button…), sea esta la película con mayor acogida popular: Si ir a ver Slumdog Millonaire es nuestra aportación a la denuncia global, créanme, yo no me sumo a la cuota: me quedo con la intensa sinceridad de la excepcional Gomorra (Gomorrah, 2008) de Matteo Garrone.

No cuela Sr. Boyle, no cuela. Su cine no aporta nada que nos deje poso, no nos da herramientas para construir la fábula que usted reviste de henchidos colores, cenitales prodigiosos y un manual de estilo directamente inspirado en un libro de autoayuda. Si Slumdog Millonaire no escondiera su frivolidad y renunciara a la gravedad de su tono condescendiente yo sería el primero en aplaudirla. Dany Boyle es un Baz Luhrmann reprimido, no me cabe la menor duda.


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