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publicado el 11 de marzo de 2009

Rorschach de la mancha y algunas distopías

La esperada versión cinematográfica del cómic 'Watchmen', escrito por el británico Alan Moore y dibujado por Dave Gibbons, es uno de esos productos que se diseminan en diversas autorías y cada una de ellas tiene un peso específico que garantiza un resultado de consenso. 'Watchmen' es un filme temeroso para con los fans como ninguna cinta basada en un cómic de culto lo ha sido hasta la fecha. Eso es una excelente noticia para los aduladores de Alan Moore, un triunfo del conformismo, de aparente pleitesía hacia su universo y un acto de redención del director Zack Snyder, artífice del mediocre filme conceptual '300' (2007). El debate sobre las adaptaciones cinematográficas fidedignas o absolutamente rompedoras es lo único que puede restarle protagonismo a una cinta espléndida por méritos propios.

Lluís Rueda | Son muchos los que opinan, entre ellos un servidor, que Watchmen es un buen filme, un esforzada traslación de un cómic complejo y alambicado como un córtex cerebral. Watchmen mantiene intacto el prurito nihilista del 'book', calca con pericia la paleta de colores de Gibbons con un diseño de producción deslumbrante y reduce algunos personajes a estereotipos para que otros como El Comediante o el Dr. Manhatan luzcan en todo su esplendor –una buena labor de guión cortesía de David Hayter y Alex Tse. En ese sentido, Zack Snyder propone unos títulos de crédito excepcionales en los que atrapa la esencia de la época del siglo XX en la que va a establecer su filme, la segunda mitad de siglo, y en los que explica muy cinematográficamente el nacimiento de los Minuteman (los originales Watchmen). La sátira del relato, poblado de personajes sin poderes pero dotados de un ego sonrojante, es esencialmente la historia de un semidiós (el Dr. Manhatan) expulsado de la tierra por aquellos que soñaron ser reyes. El relato de Moore es clásico a rabiar pero, sin embargo, desprende una originalidad pasmosa, una originalidad que viene dada por su maestría en el arte del cómic, un superlativo manejo del metalenguaje y una original puesta en escena del folclore tebeístico norteamericano, poblado de justicieros de medio pelo que podrían pasar por divas del country o oxigenados luchadores de catch.

Zack Snyder logra entonces un enérgico filme de superhéroes lastrados por sus atributos humanos, parias que necesitan disfrazarse. Entretanto, el único ser especial del filme, Manhatan, deambula desnudo, sin máscara, observando la estupidez humana y preguntándose si merece la pena salvar un mundo tan patético. La distopía del filme, una visión distorsionada de los Estados Unidos de la etapa Nixon, está condicionada por la existencia del citado Dr. Manhatan, un gigante de neutrones que juega un papel destacado en el equilibrio de la Guerra Fría o en conflictos bélicos como Vietnam. En el primer tramo del filme se crean una serie de flashbacks a modo de subtrama-génesis que relatan como las calles de Nueva York están tomadas por justicieros que proliferan como ratas fascistas (un grupo paramilitar con coartada popular). Se trata de unos action men que acabarán por sucumbir ante el rechazo de la ciudadanía (una idea que también alumbra El caballero oscuro de Christopher Nolan) y de esta circunstancia se desprenderá una ley que les retirará de las calles a mediados de la década de 1980: no me negarán que el planteamiento es rico y sugerente.

Mientras unos meditan en sus sótanos y otros hacen la guerra por su cuenta (caso del quijotesco Rorschar), emerge la figura antagonista del superhéroe empresario, Ozymandias. El hombre más listo y hedonista de la tierra, dueño de las empresas más influyentes del planeta, es una espléndida parodia del más caprichoso Tony Stark versión disco. El personaje, más allá de sus estridencias, resulta muy interesante, ambiguo y quizá debiera tener un protagonismo más acusado. Sin embargo, su presencia se multiplica en la segunda mitad del filme para satisfacción de aquellos que consideramos que más allá de la sátira al poder fáctico estamos ante un Randolph Hearst capaz de todo por dejar huella en el mundo. Ozymandias y el Dr. Manhatan son esos dos personajes antagónicos que podrían unirse en un todo perfecto, la determinación y el prurito salomónico del primero contrasta con la espiritualidad y la falsa solvencia del segundo. Desde luego, el antes citado Nolan hubiera firmado este enfoque dual, que nunca renuncia al discurso coral, a ciegas.

¿Pero entonces, qué falla en este filme en el que todo parece perfecto, milimétrico y proporcionado? Pues seguramente lo mismo en que fallaría una soberbia adaptación de El Quijote a la gran pantalla (y tenemos algunos ejemplos): en que el peso específico del original, su genialidad y su alcance pueden trasladarse con ciertas garantías a otro lenguaje creativo, pero nunca con idéntica perfección. Hitchcock creaba bellos minaretes cinematográficos con novelas (con perdón de Daphne Du Marier) un tanto mediocres y Jean Jacques Arnaud convirtió una sobrevalorada novela como 'El nombre de la rosa' en un filme de suspense instantáneo y perfecto, pero esos ejemplos escogidos tendenciosamente podrían verse desbaratados con otros en los que obra original y adaptación son parejas en genialidad. Podríamos citar cientos de binomios realizador-escritor extraordinarios Burton-Wallace, Clayton-James, Taskovsky- Leb, etc. No existe un patrón que nos haga postular como integristas del cómic, la literatura o el cine. El ‘Watchmen’ de Alan Moore es la obra maestra de un medio de expresión artístico, la novela gráfica, que por desgracia no había llegado a las cuotas de vanguardismo y desarrollo que muestra en estos momentos. El cine ha cubierto casi todas sus expectativas a lo largo del siglo XX y juega a reinventarse con más o menos atino, en esa tesitura, el filme de Zack Snyder es adulto e interesante, está construido con las herramientas del cine comercial del siglo XXI y eso, es tanto como decir que su mecánica y look puede aborrecerse completamente dentro de diez años (recuerde que usted también vibró con el Flash Gordon producido por Dino De Laurentis).

En la parcela negativa, pero comprensible dada la mutación comercial a la que se ve obligado un filme con un ADN tan marciano, se dan algunos subrayados musicales que Snyder a colocado a lo largo del film. Sirva como ejemplo la escena de amor en ‘Archie’, mal orquestada por el tema ‘Hallelujah’ de Leonard Cohen o ese guiño a la famosa secuencia de ‘Las Valquirias’ de Apocalipsis Now de Francis F. Coppola que el realizador se podría haber ahorrado perfectamente. En la parcela positiva, cabe decir que los combates cuerpo a cuerpo que muestra el filme no llegan a la fijación casi onanista por el relentí de 300, todo y ser prescindibles, en mi opinión, están justificados como reclamo para captar un target de espectadores que por suerte baja en edad. Un filme de superhéroes sin un mínimo de tres escenas de acción bien definidas vería traicionadas las expectativas de la mayoría de espectadores que mantienen vivas las salas: los adolescentes.

Snyder compensa algunos de los hallazgos narrativos y expresivos ideados por Moore en el cómic (como las proporciones y simetrías de las viñetas o las historias autoreferenciales del medio), inclinándose hacia formulas más cinematográficas como el complementario uso de las pantallas de televisión y una atinada utilización del flashback para revestir a personajes enigmáticos como Rorschach –al fin alguien utiliza esta herramienta con una intención psicológica irreprochabe que no trocea la acción como si se tratase de una pizza cuatro estaciones.

Debemos estar contentos con la adaptación afectuosa, servil y sin estridencias de un material que de tan poderoso e interesante puede llegar a producir una sensación alterada de conciencia. Snyder destila de fractales y mesianismo escénico una obra magna para explicar la historia que subyace, un buen relato de caballerías narrado por un quijotesco psicópata. Eso, como poco, Zack Snyder lo ha hecho a la perfección. Habría quien hubiera preferido un filme radical y experimental para un material que parte de idéntica ideosincracia, pero en mi opinión sería volver a conjeturar y a balancearnos en aquello de ‘lo que pudo ser y no fue’. Al igual que no debemos escoger situaciones para doblegar a alguien a nuestro discurso tampoco debemos defender a capa y espada un filme que no existe: las distopías son para la ficción.


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