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publicado el 15 de marzo de 2004

Fantasmas en el desierto

Juan Carlos Matilla | La obsesión de algunos directores estadounidenses por los géneros clásicos y la mitología de la edad de oro de Hollywood, es uno de los temas recurrentes del último cine americano. La recuperación de géneros como el western o el musical, que fueron dos de los pilares fundamentales de la industria cinematográfica estadounidense en sus mejores años, no siempre es recibida por la crítica de la forma que merecen. En el caso del western, todos los intentos que se han producido en los últimos años (pienso en las cintas de Lawrence Kasdan, Kevin Costner o Ang Lee) se han topado con el desdén de la prensa especializada y, salvo algún título aislado [como Bailando con lobos (Dancing with Wolves, 1990), de Costner], con la indiferencia del público. El recuerdo de las grandes obras del género, la intransigencia de la crítica ante las propuestas heterodoxas, la falta de personalidad de muchos de estos títulos revisionistas y la falta de interés por parte del público ante un género que hace muchos años que dejó de sorprender a nadie, ha provocado que el western contemporáneo navegue hacia un destino incierto: convertirse en motivo de escarnio o en materia de filme de culto. En esta encrucijada se encuentra Desapariciones (The Missing, 2003), la última obra de discutido Ron Howard, que me imagino será recibida con la misma indiferencia y apatía que otros títulos recientes [como la magistral Open Range (2003), de Costner, que fue rechazada sin contemplación cuando era una bella obra filmada con un aplomo narrativo inusual en la carrera de su director] y sería una verdadera lástima, ya que esta notable película contiene momentos de gran nivel cinematográfico y, a pesar de que, en su conjunto, pueda calificarse de obra imperfecta y algo descompensada, es uno de los más atractivos e interesantes westerns de los últimos años.

Protagonizada por Cate Banchett y Tommy Lee Jones, Desapariciones narra la historia de una mujer que, tras el secuestro de su hija por parte de una banda de traficantes, decide ir en su busca con la única ayuda de su padre, un alcohólico que abandonó a su familia para unirse a los pieles rojas, su hija menor y una pareja de indios. El argumento del filme quizás no resulte muy estimulante ya que contiene abundantes flaquezas en su desarrollo y se estira demasiado (la duración de la película es excesiva y algo gratuita) pero esto no debe ser una razón para no destacar sus evidentes aciertos expresivos.

Los principales hallazgos de la película se hallan en su tono íntimo, tenebroso y sombrío, deudor de otros westerns fantasmagóricos como Johnny Guitar (1954), de Nicolas Ray, o sobre todo, El hombre del oeste (Man of the West, 1958), de Anthony Mann. Con ellos comparte el gusto por la introspección psicológica, el intimismo, la nocturnidad y una puesta en escena que acentúa los elementos tétricos.

Desapariciones es un western tenebroso que incluye motivos tomados de otros géneros como el melodrama (del que recupera dos de sus temas más característicos: el pasado turbio de los personajes y la relación entre padres e hijos) y, sobre todo, el cine fantástico (el filme contiene abundantes detalles mágicos) y el terror (como se pude apreciar en los acechos nocturnos de la banda de secuestradores de mujeres que son puro cine de horror). Además, Howard hace gala, por un lado, de un excelente gusto al encuadrar algunos planos del filme (sobre todo en el brillante inicio del filme, muy ajustado y prometedor) y, por otro, de una puesta en escena muy equilibrada, sin apenas efectismos. Además hay que señalar el excelente trabajo del director de fotografía, Salvatore Totino, que subraya el lado tétrico del relato mediante un soberbio uso de la penumbra en las secuencias nocturnas. En definitiva, Desapariciones es un filme irregular, brumoso y elegante que, en mi opinión, no debería pasar desapercibido. Denle una oportunidad.


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