publicado el 19 de marzo de 2004
Lluís Rueda | Es absolutamente increíble que después de tantos años La Matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), de Tobe Hooper, aún siga siendo un auténtico filón de ideas para los nuevos cineastas que apuestan por contar historias de terror. Francamente, no me parece mal que, en su último filme, Rob Schmidt (Asesinato en Suburbia) vuelva una y otra vez a la imaginería creada por Hooper, lo que me parece lamentable es que sea incapaz de aportar algo mínimamente personal. Km. 666 crea ciertas expectativas en un arranque interesante y luego se atasca, posiblemente por su falta de pretensiones. Dejando a un lado unos diálogos dignos de un guionista con resaca, me gustaría apuntar la floja presencia de la familia de caníbales que viven en el bosque (no llegan a inquietar en ningún momento). Podría haber sido una de las mejores bazas del filme (el gran Stan Winston era el encargado de los efectos de maquillaje) pero la verdad es que más que asesinos irreductibles parecen malhumorados pero entrañables granjeros que apuestan por una vida alternativa. Hasta los adorables freaks que pululan por los videoclips de Rob Zombie son más turbadores.
Pero a pesar del desatino global del filme cabe destacar algún que otro momento en que la película parece remontar el vuelo. Es sin duda meritoria la escena en la que los jóvenes llegan a la siniestra cabaña de los caníbales. En el interior se ven sorprendidos por uno de ellos y el realizador nos muestra el descuartizamiento de una jovencita a través de la mirada atónita de sus compañeros que se encuentran atrapados tras una puerta. Esa secuencia, a la que habría que sumar el asedio nocturno a una torre de vigilancia donde se esconde el trío superviviente son sin duda lo más destacado de este divertimento.
Es el filme ideal para uno de aquellos domingos tontos en los que no sabes si te apetecen las palomitas dulces o saladas.