publicado el 14 de julio de 2009
Filmax persiste en su estrategia de vocación internacional dentro de la línea Fantastic Factory, tras Transsiberian (2008) de Brad Anderson, ahora le toca el turno a un realizador debutante: el barcelonés Daniel Benmayor. Paintball es una ópera prima que conjuga con solvencia los elementos característicos del sello Filmax, la apuesta por el thriller con aromas a serie B y una impronta estética muy característica: el gusto por el suspense más visceral deudor de los survival films de la década de 1970.
Lluís Rueda | A la espera de Rec 2, que abrirá el próximo 'Festival de Cine Fantástico de Sitges' por todo lo alto, Filmax ha encontrado un buen momento para introducir en la cartelera un producto muy recomendable para un target de jóvenes adictos a los juegos bélicos como ‘Call of Duty’. La premisa del filme es analizar como la simulación de violencia puede acabar cambiando los parámetros de las reglas establecidas y convertir un juego en una auténtica odisea por la supervivencia. Para ello, Benmayor, opta por acotar el campo de juego y buscar cierta linealidad discursiva. El cóctel de situaciones, estrategias y roles cambiantes que propone resulta atractivo, refrescante, sencillo y muy efectivo.
Para aquellos que lo desconozcan el 'Paintball' es un juego de simulación en el que dos escuadras se enfrentan utilizando armas que disparan proyectiles de pintura, un divertimento que Benmayor y el guionista madrileño Mario Schoendorff convierten en una cacería humana a la manera de El malvado Zaroff (The Must Dangerous Game, 1932) de Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel y tantísimos filmes de supervivencia.
Paintball no es un filme trampa y su ambición destila honestidad, aunque la rigidez del conjunto, la inercia que Filmax impone como sello, nos concede pocos destellos del auténtico realizador que presuponemos hay en Benmayor. Pero lejos de autorías, estilos consumados o agentes contaminantes, hemos de confesar que Paintball muestra sus cartas desde un principio y no cae en grandilocuencias, giros de guión innecesarios o efectismos irritantes y eso, como poco, es de agradecer en un producto de parámetros tan concisos. El modelo es sencillo y siempre busca una puesta en escena impactante, vigorosa y muy realista, un grupo de jugadores atrapados en la telaraña, un cazador y una organización clandestina que ofrece un espectáculo de violencia en directo por una buena suma de dinero, poco más. Revelar aspectos de la trama en un filme como Paintball no supone algo alarmante, ese no es el aspecto más reseñable de un filme que se degusta en la acumulación de secuencias de impacto, en el devenir de la estrategia de supervivencia y en ciertas soluciones de mérito como tamizar las secuencias más gore en subjetivos planos a través de un visor nocturno.
Si dejamos a un lado la impronta de Filmax que se debe a su modus operandi habitual, con un sello en la fotografía y en el montaje muy específicos, podemos decir que Paintball es un divertimento capaz de competir con medianías norteamericanas como Hostel (Eli Roth) u otros caramelos de diseño con regusto a slasher. Lo cierto es que Paintball mejora los resultados de otras incursiones en el fantástico fallidas como Fausto 5. 0 (2001) de Isidro Ortiz, Alex Ollé, Carlos Padrissa, Dagon: La secta del mar (2001) de Start Gordon o Rottweiller (2004) de Brian Yuzna –quizá el fracaso más obvio de Filmax-, una serie de filmes denostables que estuvieron a punto de dar al traste con la línea Fantastic Factory, un muerto resucitado exclusivamente por Jaume Balageró, maquillado con El Perfume: historia de un asesino (2006) de Tom Twyker y que camina con nuevo brío tras Transsiberian y este estimable ejercicio de estilo.
Hasta que no lleguen las piezas maestras de un verano largo y caluroso, Paintball resulta una opción óptima para regar nuestras retinas de pintura y sangre. Este es un filme pensado para aquellos que están hartos de giros argumentales, sorpresas finales, topos calculadores o fritanga moral. La premisa es que se salve el mejor, como en Depredador (Predator, 1987) de Jonh McTiernan o Acorralado (First Blood, 1982) de Ted Kotcheff, no busquen nada más. Pero...¡Qué demonios!, que levante la mano el que no haya jugado nunca a guerrillas.