publicado el 3 de mayo de 2011
Pau Roig | James Wan (nacido en 1977) se ha convertido en tiempo récord y con una facilidad sorprendente en una de las figuras más importantes del cine estadounidense de terror, gracias sobretodo a la exitosa y popular franquicia Saw (Id., 2004). Junto a su inseparable Leigh Whannell, ha supervisado férreamente pero desde la distancia las seis secuelas del filme, progresivamente consagrada al gore más cafre y a la explotación efectista más deleznable: sus siguientes películas como director, no obstante, han ido en una dirección sensiblemente diferente, buceando en las fuentes del horror con el que se crió de pequeño –producciones norteamericanas de la década de 1980, sobretodo– en busca de un clasicismo que hasta el momento ha ofrecido su mejor cara en la reivindicable Silencio desde el mal (Dead silence, 2007).
Desde su asumida modestia, Insidious (Id., 2010) prolonga hasta cierto punto el discurso de su mejor película, aunque no tanto desde la reformulación como desde el homenaje respetuoso, incluso impostado, una opción sin duda respetable pero contraproducente. No sólo porque en esta ocasión los referentes de la propuesta son perfectamente reconocibles –Wan no deja de citar Poltergeist (Id., Tobe Hooper, 1982) como una de las películas que más le impactaron de pequeño–, sino porque el director y su guionista habitual no han podido o no han querido trascenderlos, ni siquiera adaptarlos a su propia perspectiva y a sus inquietudes. “Es una película sobre casas encantadas sin ninguna casa encantada” repitió una vez y otra el realizador en su paso por el pasado Festival de Sitges (puedes ver la entrevista aquí), como si esta particularidad, más bien simple anécdota, fuera la cosa más original del mundo, y cómo si el cine de terror nunca antes hubiera abordado el tema de las proyecciones astrales (la posibilidad de separar el cuerpo de la mente: mientras la persona que se proyecta astralmente duerme, su alma o su espíritu puede viajar a quilómetros de distancia y a otras dimensiones e incluso intervenir en la realidad). Existen numerosos antecedentes fílmicos de estas “experiencias sensoriales fuera del cuerpo”, la mayoría sin ningún interés –Eternal evil (The blue man, George Mihalka, 1985), Fuera del cuerpo (Out of the body, Brian Trenchard-Smith, 1989), 976 Evil 2: The astral factor (Jim Wynorski, 1991)–, por lo que la originalidad argumental de Insidious resulta más que relativa, mucho más teniendo en cuenta que el resultado es una previsible colección de tópicos hilvanada con más o menos pericia pero sin la menor chispa, prácticamente un remake del citado filme de Tobe Hooper –y con él de un determinado tipo de horror familiar muy del gusto del que fuera su principal impulsor, Steven Spielberg– pero carente de su inventiva y de su capacidad de sorpresa.
Wan y Whannell, en efecto, no han hecho una película sobre casas encantadas, aunque lo curioso del caso es que han utilizado para ello todos y cada uno de los tópicos habituales del subgénero, del matrimonio abnegado y volcado al cuidado de sus hijos (los solventes Patrick Wilson y Rose Byrne), enfrentados a una amenaza que los supera por completo, a la figura de la médium experta que les indicará el camino a seguir para derrotar el Mal (Lin Shaye), pasando por todos los recursos de puesta en escena y dramaturgia característicos del horror clásico y no tan clásico: puertas que se abren solas, ruidos misteriosos y estrepitosos subrayados sonoros destinados a levantar a los espectadores de sus butacas, choques de luces y sombras, objetos que se mueven, sin olvidar, por desgracia, el despliegue de la parafernalia parapsicológica habitual en cualquier filme sobre poltergeists y apariciones fantasmales que se precie, los guiños fáciles –la anecdótica presencia de Barbara Hershey, recordada por su papel protagonista en El ente (The entity, Sidney J. Furie, 1982)–, ni siquiera los apuntes irónicos destinados a rebajar la tensión (la mayoría de ellos protagonizados por el propio Leigh Whanell, en la piel de uno de los dos estrafalarios auxiliares de la médium). Igual que ya hizo en menor medida en Silencio desde el mal, aunque sin conseguir ni por asomo su ritmo trepidante ni su aire de tebeo desprejuiciado, Wan renuncia de manera loable y deliberada a la charcutería autoparódica característica de Saw y sus burdas secuelas, una decisión, sin embargo, que parece obedecer más a imperativos de distribución que a las propias necesidades de la trama: estrenada Estados Unidos con la poco restrictiva calificación PG-13, Insidious se ha convertido ya, antes de su estreno en España, en la producción más rentable del año, multiplicando por más de sesenta en la taquilla su exiguo presupuesto de un millón y medio de dólares.