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publicado el 30 de agosto de 2011

Volver a empezar

Pau Roig | La quinta entrega de la serie iniciada por James Wong en el año 2000 no engaña a nadie y a diferencia de las secuelas anteriores, sobretodo la espantosa Destino final 3D (The final destination, David R. Ellis, 2009), ofrece justo todo lo que se espera de ella, ni menos pero tampoco más. El guión, los personajes y las diferentes –e improbables– situaciones en los que se ven envueltos importan poco o nada: se trata, una vez más, de asistir a una trepidante sucesión de muertes violentas, más o menos imaginativas e irónicas según el caso, en la que el suspense y la parafernalia técnica se imponen a cualquier otra consideración; sin ellos, la película no existiría.

En el primer título fue un accidente de avión, en el segundo un choque en cadena por una transitada autopista, en el tercero el descarrilamiento de la montaña rusa de un parque de atracciones, en el cuarto un accidente múltiple en un circuito de automovilismo. Ahora es el hundimiento de un enorme puente colgante en obras. La estructura de las diferentes entregas de la saga es exactamente la misma y podría repetirse prácticamente hasta el infinito con ligeras variaciones (aún faltarían el hundimiento de un barco, un accidente de tren o una avalancha de nieve, por poner sólo tres ejemplos). Aún así, todas las películas han recaudado en taquilla más del doble de su presupuesto, manteniendo una fortuna comercial que ya querrían para sí la mayoría de sagas surgidas a rebufo del renacimiento del terror adolescente, no tanto la tetralogía iniciada con Scream (Vigila quien llama) (Scream, Wes Craven, 1996) como las secuelas de Sé lo que hicisteis el último verano (I know what you did last summer, Jim Gillespie, 1997) o Leyenda urbana (Urban legend, Jamie Blanks, 1998), rápidamente relegadas al mercado doméstico. Destino final (Final destination, James Wong, 2000) era un poco la hermana bastarda de la película de Craven, y probablemente la película ideal para cualquier aficionado al terror en su vertiente digamos más festivo-gamberra: Wong y sus guionistas Glen Morgan y Jeffrey Reddick prescindían de psicópatas enmascarados, extraterrestres o monstruos sanguinarios para otorgar todo el protagonista a la Muerte en persona, entregada con un esmero digna de mejor causa a la búsqueda y destrucción del grupo de adolescentes milagrosamente salvados de una catástrofe aérea por la misteriosa visión / premonición de uno de ellos. El filme buscaba de entrada la complicidad con los aficionados en pos de ofrecer un divertimento intrascendente que, no obstante, eludía con cierta facilidad los clichés autoparódicos característicos de muchos títulos coetáneos, un poco a la manera de una “broma seria” o de un chiste elaborado con cierto conocimiento de causa. Los contenidos humorísticos se incrementaron de manera paulatina en Destino final 2 (Final destination 2, David R. Ellis, 2003), Destino final 3 (Final destination 3, James Wong, 2006) y Destino final 3D, sin que ninguno de estos filmes tuviera el encanto –es una manera de hablar– del título fundacional: una broma puede ser divertida, sí, pero la broma de una broma tiende generalmente hacia la reiteración, el cliché, el agotamiento.

Por todo ello, el mérito del prácticamente debutante Steven Quale, es de suponer que con la colaboración de los guionistas Eric Heisserer y Jeffrey Reddick, radica en haber devuelto la franquicia a su origen, renunciando con mayor o menor fortuna a su progresiva tendencia al humor zafio / idiota. La sucesión de muertes de los supervivientes del hundimiento del puente salvados in extremis por una premonición del protagonista (Nicholas D’Agosto), está tratada una voluntad digamos más naturalista que en buena parte de la franquicia, aunque con similar distanciamiento irónico. El trabajo del realizador y los escritores a la hora de crear un reguero interminable de falsas expectativas sobre la manera en la que morirán los diferentes personajes puede considerarse modélico (véase por ejemplo la larga y tensa escena del gimnasio), aunque nunca va ni un milímetro más allá de lo esperable: los espectadores desean la muerte de los protagonistas (de eso y nada más versa toda la franquicia) y se trata es de jugar con ellos, de engañarlos, de hacerles creer que va a pasar una cosa cuando en realidad ocurre otra. El ritmo endiablado que Quale imprime al conjunto, junto con la inteligente utilización del sistema estereoscópico (¡por fin!), llega a disimular en ocasiones la escasa profundidad (cuando no profunda idiotez) de los personajes principales, cada uno con el correspondiente vicio, manía o prejuicio que acabará provocando su fallecimiento, pero también de los personajes secundarios, tan desaprovechados como el enigmático forense que incorpora Tony “Candyman” Todd en una breve intervención o el inoperante policía encargado de resolver las muertes: la película funcionaría igual de bien, o de mal, sin su presencia. Incluso se podría haber prescindido de la única novedad argumental, por llamarla de alguna manera, que Destino final 5 presenta respecto a las cuatro anteriores, la posibilidad de acabar con la vida de alguien inocente para evitar una muerte segura, un macguffin que sirve para convertir un clímax final pretendidamente espectacular en un pobre remedo de un psycho thriller de rebajas y del que se prescinde sin más explicaciones en un epílogo tan sorprendente como decididamente arbitrario que entronca con el principio del primer film de la saga. Adopte la forma de una secuela o de una (falsa) precuela, casi seguro que la broma continuará.


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