publicado el 26 de abril de 2012
Marta Torres | En 1961 se estrenó ¡Suspense! (The innocents), un filme británico dirigido por Jack Clayton que llevaba a la pantalla la novela Otra vuelta de tuerca de Henry James. La película traducía en imágenes la calculada ambigüedad de la historia original, gracias a una puesta en escena construida a partir de claroscuros, sombras y, sobretodo, a unos escenarios (el lago, la mansión) poblados por los fantasmas imaginarios de los protagonistas, sus miedos y sus deseos reprimidos tan típicos de la época victoriana que pretende retratar (aunque Henry James nació en Londres, se naturalizó británico al final de su vida). La película, bastante desconocida por el gran público actualmente, se fue convirtiendo con el tiempo en un manual de como filmar un cuento gótico y junto con Rebeca (1940, Alfred Hitchcock) constituye la materia principal de la que están hechas películas como Los otros (2001, Alejandro Amenábar) y El orfanato (2007, Juan Antonio Bayona) que han copiado planos y atmósferas con mejor y peor fortuna.
No sabemos si Nick Murphy, autor del guion y director de la película, tenía ¡Suspense! en la cabeza o sólo alguna de sus copias, la película tiene también mucho en común con El orfanato, pero, a grandes rasgos, La maldición de Rookford parece un remake fallido de la película de Clayton. Con variaciones importantes, la apocada niñera que en ¡Suspense! interpretaba Deborah Kerr, aquí es una aguerrida investigadora de la paranormal a la que pone cuerpo Rebecca Hall (el principal acierto de la película), aunque sigue siendo en esencia una mujer solitaria con temores y deseos reprimidos. Florence Cathcart, así se llama la protagonista, es requerida por un profesor para que acuda a un internado donde presuntamente se ven fantasmas. La investigadora aplicará el poder de la razón para poner al descubierto lo que parece una broma entre chavales y acabará por escarbar en sus propios fantasmas personales.
Como en ¡Suspense! o El orfanato, también hay un niño que es una pieza clave en la historia, aunque ha perdido su ambigüedad moral y sus connotaciones sexuales a favor de otro tipo de ambigüedad que no podemos rebelar sin spoilers. Aparecen incluso la mansión (reconvertida en escuela para niños internos) y el lago como escenarios principales. Aquí termina el parecido, la película de Murphy no sabe administrar la ambigüedad, juega a marear la perdiz con planos repetitivos y un montón de vaguedades y, cuando no sabe como continuar, es abiertamente tramposa y machaconamente explícita. Pero todo esto sería perdonable si consiguiera hacernos sentir inquietud, agitar el fantasma del miedo y, salvo en un par de escenas donde se sirve de una casa de muñecas, el miedo brilla por su ausencia. Ni la fotografía, ni la cuidada puesta en escena dan vida a un cuento gótico gélido sobre sentimientos, secretos y previsibles muertos en el armario que busca demasiadas justificaciones "serias" al honorable y antiguo arte de provocar un escalofrío, sea el retrato de la guerra y sus espectros, sea un secreto familiar reprimido, sea el mobing escolar, sea la soledad, sea cualquier otra excusa.