publicado el 27 de marzo de 2013
Juan Carlos Matilla | Segunda película del joven director argentino Hernán A. Goldfrid, llega a nuestras pantallas la última sensación del cine de género argentino, el filme de suspense Tesis sobre un homicidio. Esta obra es un correcto y estimable filme, caracterizado por su claridad expositiva y su magnético final, que a pesar de no llegar a la excelencia, se revela como una de las obras más sugestivas del último cine comercial en lengua española y, además, es una de las más rentables debido al fulgurante éxito que ha cosechado en su país de origen.
El filme narra el tenso enfrentamiento que se establece entre un arrogante abogado y académico en derecho penal (interpretado por Ricardo Darín) y uno de sus alumnos más brillantes (encarnado por Alberto Ammann). El primero está convencido de que su discípulo es el responsable del asesinato de una joven cometido frente a la Facultad de Derecho y que este crimen se debe a un desafío con el que el estudiante pretende retar la capacidad analítica de su maestro. Con evidentes ecos de filmes como Crimen perfecto, de Alfred Hitchcock, Impulso criminal, de Richard Fleischer o La huella, de Joseph Leo Mankiewicz, la trama de la película desarrolla la investigación que emprenderá por su cuenta el académico, quien cada vez más se obsesionará con la presunta naturaleza criminal de su pupilo y tal vez comience a perder el sentido de la realidad y a no distinguir los sucesos objetivos de su propios recelos.
Adaptación de la celebrada novela homónima de Diego Paszkowski (que por desgracia desconozco), Tesis sobre un homicidio es un filme de narrativa firme pero de ejecución fría y algo mecánica. Salvo su magnífica conclusión (que comentaré después), Goldfrid soluciona su película con oficio, sentido del ritmo y claridad expositiva pero sin elementos que la hagan personal, que la aparten de cierta rutina narrativa influenciada por el thriller estadounidense y basada en la consabida estructura de planteamiento inicial de la situación, seguido por el aftermath (o descubrimiento del cadáver) y la encuesta detectivesca, para rematar con el seguimiento de falsas pistas, el aumento de la amenaza sobre el protagonista y, por último, la revelación final.
No obstante y como apuntaba, el elemento más interesante en la construcción dramática del filme es su conclusión, donde se lleva a cabo una sensacional contribución al recurso clásico de la anagnórisis, que, según la preceptiva aristotélica, es el descubrimiento por parte del héroe dramático de una verdad esencial que había permanecido oculta a sus ojos y que, tras ser revelada, fuerza al personaje a replantearse todo lo vivido. Así, al final de la trama de la película, el personaje interpretado por Darín descubre otro enfoque de la peripecia que ha sufrido, un punto de vista opuesto al que había imaginado a lo largo del metraje y que le fuerza a replantarse si su percepción de los acontecimientos estaba ajustada a los hechos veraces o si era producto de su capacidad de sugestión y sus propios prejuicios.
La anagnórisis es un recurso muy habitual en el género criminal. Así, algunas obras cumbres de Hitchcock (Vértigo, Psicosis), Mankiewicz (La huella), Fleisher (El estrangulador de Boston), Brian De Palma (Fascinación, Vestida para matar), David Fincher (Seven, El club de la lucha) o Michael N. Shyamalan (El sexto sentido, El bosque), entre otros insignes autores, giran en torno a esta figura de estilo. De hecho, en los últimos años se ha convertido en casi una constante en el género de suspense, aunque metamorfoseado en el término sajón de twist, un trasunto de la anagnórisis aún más alambicado y forzado, que también implica sorprender y descolocar al público, como vemos en recentísimas obras como: Kill List, de Ben Whitley, The Tall Man, de Pascal Laugier o Chained, de Jennifer Lynch, entre una larga lista.
Aunque mi desconocimiento de la novela previa me impide atribuir su autoría real al escritor de la obra literaria o a los responsables del filme, la contribución a este recurso en Tesis sobre un homicidio es el relativismo. Sin ánimo de destripar el final a nadie, hay que señalar que la conclusión del relato permanece sumergida en una cierta ambigüedad porque el personaje de Darín se resiente a creer dicha revelación final y decide continuar en su obsesión (la certeza de que su joven alumno es un asesino), acompañando su obcecación con una última secuencia cuya veracidad o falsedad recaerá en el juicio del espectador. De esta manera, la anagnórisis aquí no es definitiva y apunta hacia la relatividad de nuestras ideas, fijaciones y percepciones.
En mi opinión, esta consumación del relato es una forma muy sutil de apuntar que quizás una revelación tampoco sirve de nada a la hora de enfrentarnos al mundo y sus complejidades ya que nuestra subjetividad siempre prevalece y la realidad es un plano en permanente zozobra, a la deriva de nuestros propios impulsos y emociones. Asimismo, esta resolución ambigua también podría apuntar a la propia naturaleza del filme como obra de suspense e indicar sotto voce que hoy día los mecanismos de relojería aplicados al thriller son una pura convención, imposible de erigir con las herramientas tradicionales ya que la subjetividad, lo irracional y lo espurio lo inundan todo. Aunque para sostener esta tesis quizás se hubiese necesitado un material más reflexivo, abstracto y ambicioso que el que aporta Tesis sobre un homicidio, un notable filme de género de brillante resolución que no alcanza la plena excelencia precisamente por cierta tibieza a la hora de encarar su propio conflicto narrativo.