publicado el 8 de agosto de 2013
Neill Blomkamp se dio a conocer en el año 2009 por una curiosa película de bajo presupuesto, Distrito 9, que mezclaba con tino el realismo social con los extraterrestres. La produjo Peter Jackson después de que fallara la financiación de otro proyecto, Halo, que iba a dirigir el mismo Blomkamp. Ahora, sin Peter Jackson y con el apoyo de Sony Pictures, que le compró la idea, Blomkamp nos presenta Elysium, un filme que podría definirse como la versión hormonada de Distrito 9 y que, con un presupuesto de 120 millones de dólares, no suscita las simpatías ni complicidades de la primera.
Marta Torres | Elysium se engloba dentro de lo que se conoce como ciencia ficción distópica, un género muy explotado pero sugestivo que ha dado al cine palabras mayores como Brasil, Fahrenheit 451 o Metrópolis, tres películas que integran la especulación social con la científica y lo hacen desde una apuesta radical por el lenguaje cinematográfico. El caso de Elysium es parecido y es radicalmente distinto. En un futuro no muy lejano, una clase de privilegiados ha cambiado una Tierra empobrecida y contaminada por un paraíso en forma de luna artificial, Elysium, que toma el nombre de los Campos Elíseos griegos, donde moran eternamente los justos entre campos floridos. En la Tierra quedan los desposeídos, habitantes de lo que parece un campo de favelas mundial controlado por robots policías y robots funcionarios. Se trata de un argumento que ya nos presentó H.G. Wells en su novela fundacional del género, La máquina del tiempo, sólo que Wells, con más imaginación que Blomkamp, le daba la vuelta al argumento y convertía a los mimados del sistema en presas dóciles de una raza proletaria embrutecida.
Como puede verse, Blomkamp ha querido apostar por la ciencia ficción comprometida y lo ha hecho en función de una dicotomía radical entre ricos muy malos y pobres muy buenos. La película es una metáfora burda y ultrasimplificada de los tiempos actuales (crisis, empobrecimiento, desconfianza hacia los políticos, migración, recortes en la seguridad social…) y destila mala conciencia por los cuatro costados. Es maniqueísmo hecho cine; ciencia ficción de las favelas que no se preocupa en mostrar nada que pueda alterar una visión fácil de la realidad que parecen compartir el director y su público, refractarios a los detalles, las dobles lecturas, las sutilezas y, en general, a todo aquello que pueda enriquecer una película y que es la esencia del arte.
Esta visión plana y poco imaginativa contamina todos los aspectos de la película, desde el guion o la puesta en escena, hasta los planos y el montaje e incluso afecta a la interpretación de los actores. Jodie Foster no está nada a gusto en el papel de una Ministra de Defensa sádica y envarada, mientras que Matt Damon parece que haya equivocado de pecera aunque seguro que contribuye el hecho de que sea el único anglosajón pobre de la película. A diferencia de Distrito 9, Blomkamp no ha optado por el foundfotage. Lo que sí ha hecho es llevar la dicotomía inicial que sostiene todo el filme a su acabado estético. En la Tierra predominan los planos realistas y polvorientos, los desenfoques y un estilo desangelado cercano al de los documentales televisivos; en Elysium los planos son más limpios y ordenados, hay travellings y planos aéreos que permiten observar lo que quizá sea lo más interesante de la película, la recreación de un mundo artificial hecho de chalets con jardín que da vueltas en el espacio. Sin embargo, el conocimiento que tenemos de este mundo es muy superficial ya que parece existir sólo para dar cuerpo a una tesis política aburrida y, a pesar de la primera impresión, muy poco revolucionaria; porque, y esta es la ironía final, Elysium puede leerse como una revolución blanda, la que consiguió seguridad social para todos a cambio de dejar las cosas como estaban.