publicado el 21 de noviembre de 2013
Pau Roig | Pese a contar con sólo tres películas en su haber –la bastante desconocida Down terrace (2009) y las harto sobrevaloradas Kill list (2011) y Turistas (Sightseers, 2012), galardonada en la pasada edición del festival con los premios a la mejor actriz y al mejor guión–, Ben Wheatley se había convertido hasta su última realización en la gran esperanza del cine independiente británico, por extensión también de la cinematografía europea en general. A field in England bien podría haber constituido la lógica prolongación de la reformulación genérica propuesta por sus dos trabajos inmediatamente anteriores (en el caso de Kill list sobre el cine de psicópatas, en el de Turistas sobre la comedia negra y el drama social típicamente británicos), más aún teniendo en cuenta la radicalidad del planteamiento adoptado: rodaje en blanco y negro, prácticamente una única localización –la campiña británica, aludida en un título quizá demasiado presuntuoso–, pocos personajes (un grupo hastiado y pintoresco de soldados perdidos en las postrimerías de la guerra civil del siglo XVII) y un argumento minimalista, quizá demasiado mínimo como para haber dado pie a un largometraje. Haciendo gala de una petulancia que ya se podía leer entre líneas en sus anteriores obras, absurdamente elevadas a la categoría de culto, Wheatley mezcla elementos históricos, dramáticos y humorísticos con referencias más o menos vagas a la alquimia y la brujería para construir una suerte de psicodélico spaghetti-western que se agota a sí mismo tanto en los momentos contemplativos como en sus puntas alucinadas en base a imágenes de postal de reminiscencias pictóricas, de reflexiones (pseudo)filosóficas metidas con calzador y de diálogos enervantes en su desesperado afán de trascendencia. Peor aún resulta la descarada voluntad de provocación y/o autoafirmación del conjunto, que parece haber sido calculado hasta el más mínimo detalle para generar en las plateas una lucha irresoluble entre sus partidarios y sus detractores, entre los que se incluye este humilde cronista: más allá de la extraordinaria labor de un grupo de intérpretes en estado de gracia entregados a una causa perdida de antemano, dentro de unos pocos meses lo más probable es que nadie se acuerde de este filme, lo más parecido a una pataleta de niño mimado / iluminado vista en la presente edición del Festival.