publicado el 15 de marzo de 2006
Lluís Rueda | La fórmula de Three… extremes no es nueva, aunque cabe decir que estaba en franco desuso. El cine fantástico italiano va servido de trípticos terroríficos, también el estadounidense y el británico. La tradición nos remonta a filmes de la década de 1960 como Las tres caras del miedo (I tre volti della paura, 1963) de Mario Bava, Tales of terror (1962) de Roger Corman y también en la década de 1970 filmes de scketches como Dr. Terror´s House of Horrors (1965) o The Torture Garden (1966), ambas de Freddie Francis, por no citar incursiones de directores no asiduos al género que tomaron contacto por vez primera con el horror a través de piezas de pequeño formato, como muestra la excelente Histoires extraordinaires (1968), en la que sobresale con diferencia la pieza de culto Toby Dammit, soberbia y libérrima adaptación por parte de Federico Fellini de un relato de Edgar Allan Poe. La fórmula entró en franca decadencia en la década de 1980 a pesar de proyectos más o menos dignos como Creepshow (1982) de George A. Romero o su segunda parte, Creepshow 2 (1987) de Michael Gornick.
El actual cine de horror oriental, con todas sus particularidades y aditivos estéticos, es bastante más ecléctico de lo que a menudo pensamos, y personalísimos directores como Takashi Miike no han crecido ajenos a los hallazgos estéticos, técnicos y formales de (por citarlo de una manera global) el slasher norteamericano, el horror italiano o los años dorados de las fantastic british movies (período que recoge de manera particular las décadas de 1960-70). Por ello, en este tríptico la presencia de esa herencia no es casual y no sería una perogrullada apuntar que ese excéntrico actor extra con ansias de venganza que aparece en Cut (Park Chan-wook) podría haber sido encarnado por Vincent Price hace más de treinta años. El filme Theatre of Blood (1973) de Douglas Hickox, protagonizado por el elegante actor norteamericano, plantea un punto de partida francamente similar al ideado por el director coreano en Cut.
Al margen de lo citado en esta introducción. Oficialmente Three… extremes nace como segunda parte del irregular tríptico Three, que combinaba tres cinematografías tan dispares como la hongkonesa, la surcoreana y la taiwanesa que firmaban directores como Peter Chan, Kim Ji-woon y Nonzee Nimibutr.
Los nombres que acompañan esta nueva entrega, Takashi Miike, Park Chan-wook y Fruit Chang aportan mayor fiabilidad al proyecto gracias a sus contrastadas y referenciales aproximaciones al género a lo largo de sus filmografías. Todos estos realizadores ya han alcanzado un éxito notable en sus países de origen y la combinación de sus estilos hace de Three… extremes un producto de laboratorio de irresistibles proporciones.
Box, de Takashi Miike (Ichi the Killer, Audition…) plantea una perversa historia de celos que sobreviene del pasado como un fantasma castrador. El filme, bien apoyado en un decadente marco circense, disecciona las motivaciones de la culpa y proporciona un recorrido generoso y valiente por temas tan escabrosos como el incesto. Para Miike, el Tod Browning del siglo XXI, es importante una total impostura estética a la hora de escarbar en el alma humana y por ello utiliza moldes arquetípicos como el dopplelganger o el monstruo de feria. Estamos ante la mejor de las tres historias, un esplendoroso y mórbido paseo por el amor y la muerte de intachable factura. Todo el talento del Miike menos iconoclasta está puesto al servicio de esta una miniatura con paisaje nevado, muerte y cajas con sorpresa.
Cut, de Park Can-wook, es un artefacto meticuloso, feérico y bien engrasado puesto al servicio del horror. La maquinaria cinéfaga de Cut procura que al espectador le asalten inmediatas reminiscencias fílmicas (Misery, Hannibal, Saw e incluso Ichi The Killer), pero, como digo, es tan extraordinario el acabado, tan fresca la realización y tan canalla el tratamiento del dolor que uno no puede más que admirarse, encogerse en la butaca y dejarse chamuscar por su incendiario sentido del humor. Es innegable el virtuosismo del director de Old Boy a la hora de exprimir la geometría de sus decorados, cada tiro de cámara que propone es una inconformista declaración de principios. La cámara de los horrores de Park Chan-wook es tan angosta como la mente humana, y Cut escanea hasta el último y miserable rincón.
El realizador de Hong Kong, Fruit Chan, nos sirve el más original de los tres relatos, Dumplings. Ideado como un caústico relato sobre la obsesión de la mujer contemporánea por la belleza, Dumplings escarba en la ausencia de moral de la clase media-alta de la china comunista, y viste su crítica con un exuberante envoltorio de cuento de hadas perverso.
Por último, y no por ello menos importante, el realizador de Hong Kong, Fruit Chan, nos sirve el más original de los tres relatos, Dumplings. Ideado como un caústico relato sobre la obsesión de la mujer contemporánea por la belleza, Dumplings escarba en la ausencia de moral de la clase media-alta de la china comunista, y viste su crítica con un exuberante envoltorio de cuento de hadas perverso. Las leyendas urbanas que corren acerca de ciertos manjares orientales encuentran en el filme de Chang todo un catálogo de posibilidades, y es que el contenido de ciertas empanadillas “dumplings”, tan milagrosas como la piscina de Cocoon, centran el leit motiv del relato. Sin llegar al virtuosismo formal de los anteriores relatos, Dumplings es un filme de hipnótica visceralidad que podría formar parte sin problemas de la galería de cuadros de la época negra de Goya (y aquí va implícita una pista argumental).
En resumen, estamos ante un producto sobresaliente que marca la temperatura (altísima) del estado de tres de las filmografías más representativas del cine fantástico oriental, y el diagnóstico, por contraste, nos muestra un cuadro de autismo para el continente Europeo, y de catalépsia para Estados Unidos. ¿Habrá que comer Dumplings?