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publicado el 11 de mayo de 2015

El trazo luminoso

Lluis Rueda | Cuando la animación parece haber llegado a su cima técnica, en tanto las herramientas tecnológicas aplicadas son rayanas a las cadenas de montaje industriales, quizá sería bueno separar algunos productos en diferentes categorías artísticas. Es más, me atrevo a decir que los productos realizados por compañías como Disney-Pixar son una cosa, impecable y meritoria, pero a ojos capaces de apreciar lo puramente artesanal debemos ubicar La canción del mar (Tomm Moore, 2014) en otra categoría. El mundo que ha creado Tomm Moore y su equipo, desde la inciática El Secreto del libro de Kells (The Secret of Kells, 2009) hasta ésta su nueva incursión en la imaginería celta e irlandesa, nos provoca una reacción inmediata: existe la posibilidad de explorar un relato, de adentrarse en su esencia a través del trazo luminoso, de la sombra alambicada con criterio y de la mesmérica experiencia de dejarnos hipnotizar por una linterna mágica. Tomm Moore se sabe heredero estético de Hayao Miyazaki y no esconde sus intenciones: sus filmes plantean valores humanos y universales enfrentados al mundo cifrado y paragmático de los adultos. Una vuelta a la inocencia y a la búsqueda de los paraísos perdidos. La canción del mar, inspirada en la leyenda irlandesa de las selkies (personas foca), es un canto animista de un preciosismo que inflama la pantalla de detalles, una iconografía precisa en que runas y símbolos paganos se incrustan en el paisaje como puertas que invitan al tránsito. No anda muy lejos la hoja de ruta de La canción del mar del universo creado por Lewis Carroll (Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través de espejo). Lo onírico en esta obra exquisita, fundamental, al igual que en la obra maestra El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001), se disfraza en algún tramo del filme de pesadilla grotesca que no es otra cosa que un espejo deformante de la realidad: en este caso el dolor y la culpa de una familia desestructurada.

Podríamos calificar esta balsámica joya como un relato universal tejido con hebras delicadas y un sentido del ritmo excepcional para una película de sus características. Un filme para adultos y niños, un relato transversal y único por su bella factura y su filosofía necesaria. Tomm Moore ha creado un susurro, una nana que nos atrapa y nos cambia algo en el interior. Pieza maestra, diferente y única: una propuesta atemporal que emociona y persiste en el espectador.


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