boto

el fantástico en la universal

publicado el 30 de septiembre de 2006

Humanos bajo el influjo de la luna llena


El lobo humano

La primera incursión, en clave fantástica, de la productora Universal en el tema de la licantropía, lejos de lo que algunos pensaban, llegó con 'El lobo humano' ('Werewolf of London', 1935) de Stuart Walker, película mucho más interesante que la posterior 'El hombre Lobo' ('The Wolf Man', 1941) de George Waggner. El filme protagonizado por Henry Hull aborda la mítica figura del hombre lobo desde una perspectiva alejada del folclorismo habitual y rehuyendo las, a posteriori, tan recurrentes teorías esotéricas. Este planteamiento, indisimuladamente cercano al expuesto en la obra de Robert L. Stevenson El extraño caso del Dr.Jeckyl y Mr. Hyde, permite que el filme rechace ciertos tópicos propios del cine de monstruos de la época y despliegue un hilo argumental de aristas saludablemente ambiguas. El lobo humano es la primera película del cine sonoro en tratar la licantropía, pero también es la primera en afrontar ese mal como una enfermedad combatible.

Lluís Rueda | El primer director que contrató la productora Universal para dirigir el argumento de El lobo humano –ideado por Robert Harris y Curt Siodmak –fue Rupert Julian. Aún sabiendo que el director de El fantasma de la Opera llegó a rodar algunas escenas, sería muy osado decir la cantidad exacta de tomas que realizó, y aunque el “toque Julian” es evidente en más de un plano, nos remitiremos a hablar del filme como una obra concebida de principio a fin únicamente por Stuart Walker. Como anécdota cabe citar que Robert Florey entregó un patrón de guión que recogía la historia de el Dr. Garnier, un hombre lobo de varios lustros que se transformaba en bestia las noches de luna llena. El filme, pensado para ser protoganizado por Boris Karloff, en un primer momento obtuvo el OK de Carl Laemmle Jr. y Kurt Neumann fue designado como director del proyecto, pero al igual que el estólido Rupert Julian, fue apartado definitivamente. En algunos de los borradores que manejó la productora llegó incluso a aparecer el personaje de Jack el Destripador, algo nada descabellado dado el acabado british que mostró el set definitivo en el que se rodaría el filme: eel brumoso Londres sería, a la sazón, la pintoresca ciudad que haría estremecer con sus callejuelas húmedas al público norteamericano.

El filme arranca con una expedición al Tíbet capitaneada por el botánico Wilfred Glendon (Henry Hull) en busca de la extraña flor lobo fosforescente que cobra vida en las noches de luna llena. Las amenazadoras montañas nos sitúan desde el principio en un ambiente exótico y aventuresco que acentúa el carácter obstinado del eminente botánico: un británico excéntrico y solitario que se mueve con torpeza en sociedad. En el preciso instante en que Wilfred encuentra su preciada flor, es brutalmente atacado por un extraño animal (un hombre lobo), que parece dispuesto a arrebatarle el hallazgo científico.

Wilfred se erige como un ser cabal y responsable, obsesionado por el trabajo y tan solitario como un eremita. El mundo del botánico es su laboratorio y, al igual que el Victor Frankenstein de la hammeriana La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957) de Terence Fisher, no siente más amor por su prometida que por su dedicación profesional.

De regreso a Londres, Wilfred se dedica con ahínco al cultivo de la flor de lobo, intentando revivirla con luz de luna artificial. Entretanto, se anuncian los preparativos para su boda con una joven de la clase alta. En este momento llama especialmente la atención el retrato que dispensa Walken al entorno del botánico ya que las fiestas de sociedad que constantemente organiza su prometida resultan a ojos del espectador exageradamente frívolas, llenas de personajes paródicos que beben más de lo recomendable. En comparación con estos elegantes bebedores, Wilfred se erige como un ser cabal y responsable, obsesionado por el trabajo y tan solitario como un eremita. El mundo del botánico es su laboratorio y, al igual que el Victor Frankenstein en el filme de la productora Hammer La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957) de Terence Fisher, no siente más amor por su prometida que por su dedicación profesional. El realizador, sabedor de la importancia de ese sótano abarrotado de plantas, probetas y extraordinarios utensilios, procede a desarrollar toda su imaginería fantacientífica y nos obsequia con extraños gadgets –impropios para la época victoriana que refleja– como unas videopantallas para comunicarse con el exterior que, si bien resultan delirantes, acentúan el perfil surrealista del filme–.


El lobo humano

Poco tardarán en llegar las primeras transformaciones de Wilfred en licántropo, resueltas con imaginación y partiendo de un excelente trabajo del mítico maquillador de la productora Universal, Jack Pierce. Para la primera trasformación, Stuart Walker se sirve de las columnas de un jardín, para crear una sensación de continuidad (un falso plano secuencia a la manera de La Soga (Rope, 1948) de Alfred Hitchcock). Visto hoy, setenta años después del estreno de El lobo humano, al trabajo de Jack Pierce para crear el rostro del licántropo sigue siendo extraordinario y referencial: al margen de la opinión de algunos expertos cicateros como Rick Baker que llegó a tildar a la criatura de “hombre lobo Elvis”. Lo cierto es que lejos de la aparatosidad del trabajo realizado a posteriori en El hombre lobo sobre el rostro de Lon Chaney Jr., este licántropo destaca por su perfil humanizado, por la expresividad de su rostro y por la complejidad de sentimientos que expresa su mirada. De hecho ese modelo, menos propenso al exceso de prótesis de caucho, sirvió como inspiración para posteriores criaturas como el Bertrand de La maldición del hombre lobo (The Curse of Werewolf, 1961,) de Terence Fisher, la definitiva aproximación a la licantropía de la mano de la productora Hammer. Ese maquillaje “despejado” también ha influido en trabajos más recientes como en la irregular Lobo (Wolf, 1994), de Mike Nichols o la muy interesante Ginger Snaps (Ginger Snaps, 2000), de John Fawcet.

Lo cierto es que lejos de la aparatosidad del trabajo realizado a posteriori en El hombre lobo sobre el rostro de Lon Chaney Jr., este licántropo destaca por su perfil humanizado, por la expresividad de su rostro y por la complejidad de sentimientos que expresa su mirada.

El hombre lobo es en esencia un ser solitario cuyo único y peor enemigo es él mismo, su animal interior, por ello las aproximaciones cinematográficas o las incursiones literarias sobre el mito no necesitan de un cazador a la altura de las circunstancias (a la manera de un férreo Van Helsing). También es el caso del filme que nos ocupa; además de su propio destino, el único enemigo para Wilfred no es otro que el extraño e inquietante Doctor Yogami [1]. Sin embargo no es voluntad de este rival el destruir a Wilfred, más bien, su intención es arrebatarle la flor de lobo y de ese modo poder sanar de la enfermedad que él mismo le transmitió en el Tíbet convertido en animal: la licantropía.

El lobo humano no es un filme que destaque excesivamente en lo formal. Su puesta en escena es discreta, salvo en algunas ocasiones donde el director tira indisimuladamente del imaginario expresionista para componer algún que otro momento sugerente: véase el plano subjetivo en el que las manos del monstruo trepan por una verja. A continuación, el realizador, nos muestra mediante unas sombras rebanadas contra la pared el feroz ataque del monstruo a una doncella. Siempre nos quedará la duda de si Rupert Julian tuvo algo que ver con el magnífico set nocturno que retrata el callejero londinense, así como otros vestigios de sus extraordinarias soluciones escenográficas para envilecer la trama. Pero, en cambio, donde sí nos sorprende el filme es en sus afilados retratos de sociedad, en su negro sentido del humor y en sus estridentes alegorías.

Una extraña amoralidad recorre toda la cinta, la prometida de Wilfred, sin ir más lejos, en lugar de posicionarse junto al atormentado botánico se dedica durante todo el metraje a tontear con un antiguo amante, un pizpireto dandy que resulta convenientemente indigesto para el espectador. Las fiestas de sociedad se prolongan durante toda la cinta, contrastando un modo de vida disoluto con la moral inquebrantable de Wilfred, irónicamente hecha añicos por el azar. El desencanto moral que recorre la película queda estupendamente retratado en una de las secuencias iniciales, una fiesta en el jardín botánico en la que gigantescas plantas carnívoras coinciden en un mismo plano con burgueses sin alma que no saben qué hacer con tanto tiempo libre. El paralelismo no puede ser más explícito.

El desencanto moral que recorre la película queda estupendamente retratado en una de las secuencias iniciales, una fiesta en el jardín botánico en la que gigantescas plantas carnívoras coinciden en un mismo plano con burgueses sin alma que no saben qué hacer con tanto tiempo libre.

Las transformaciones cada vez son más incontrolables y Wilfred, que no puede frenar su descenso a los infiernos, comienza a frecuentar los bajos fondos y a dejarse llevar por sus más bajos instintos. Ese momento del filme, en el que la bestia ha de alimentarse, más allá de inspirarse en la obra maestra de la literatura de terror El hombre lobo de París de Guy Endore, y las andanzas del joven Bertrand, tiene no pocos elementos en común con la también extraordinaria obra de Robert L. Stevenson El extraordinario caso del Doctor Jeckyl y Mr. Hyde [2]. El botánico es un Jeckyl que busca con ahínco la curación, pero también es un Hyde sediento y brutal que vive al margen de toda regla y moral. La ambigüedad del monstruo se hace especialmente patente si realizamos otra comparativa: así como el Larry Talbot de El hombre lobo es un ser que pierde todo rasgo de humanidad tras la transformación y luego sufre de amnesia, Wilfred, convive con la doble condición y en ningún momento es ajeno a sus horribles actos. El lobo humano nos propone un híbrido de animal humanizado a la manera de los experimentos de La isla del Doctor Moreau de H. G. Wells, huyendo de la idea tosca del licántropo y abordando parcelas mucho más interesantes [3].

El lobo humano es un filme de importancia capital que a menudo ha sido ensombrecido por el trabajo de George Waggner para El hombre lobo, obra que al margen de haber pasado a la historia por su gran fuerza iconográfica acumula no pocos desaciertos

Es quizás por esa singularidad, que el enfermo Wilfred decide encerrarse a cal y canto en un sucio calabozo en el tramo final del filme, porque al fin y al cabo es lo que ha hecho durante toda su vida: ocultarse en un laboratorio para huir de una sociedad que nunca ha sabido comprender. Ni tan siquiera el animal en que se ha convertido le ha liberado de su hastío como ser humano. El misántropo Wilfred debería asumir su licantropía como una exageración de sus miserias, por que ha trasladado lo peor de su conciencia humana a los hábitos de un animal grotesco.

El lobo humano es un filme de importancia capital que a menudo ha sido ensombrecido por el trabajo de George Waggner para El hombre lobo, obra que al margen de haber pasado a la historia por su gran fuerza iconográfica acumula no pocos desaciertos: la inocencia del argumento, la pobreza de las interpretaciones y sus vitriólicos cambios de época, en este caso, son aspectos a tener muy en cuenta a la hora de emitir un juicio negativo. El hombre lobo es un filme que se disfruta en pequeñas dosis (en momentos puntuales de hipnótica belleza). En cambio, El lobo humano es una película de ritmo trepidante, que si bien no brilla especialmente en su realización sabe sacar un gran partido a sus aciertos argumentales.


El hombre lobo

Uno de los aspectos que resulta francamente chocante en los dos filmes más relevantes acerca de la licantropía que produjo la Universal es, sin duda, la obsesión de los guionistas por ambientar sus metamorfosis lupinas en tierras británicas. Las Islas Británicas, precisamente por sus propiedades topográficas, son un reducto donde los lobos se extinguieron hace centenares de años y donde ciertos pasajes folclóricos no han perdurado, al contrario que en centroeuropa, donde el horror al lobo aún perdura en la memoria colectiva. Fuere como fuere, El hombre Lobo se ambientó en un pueblecito de Gales, instaurando de ese modo una poco acertada mitología, en lo topográfico, que ya se convertiría, años más tarde, en un tópico incuestionable gracias a filmes como Un hombre lobo americano en Londres (An American Werewolf in London, John Landis, 1981) o Dog Soldiers (Neil Marshal, 2002) -dos propuestas licantrópicas ambientadas en las Highlands escocesas-.

Para El hombre lobo, Robert Siodmack, auténtico valedor de los mayores aciertos del filme, elaboró un guión que recopiló aspectos comunes del fantástico como la vieja mansión o la decadente nobleza y les añadió toda una mitología, ideada por él mismo, que aún hoy perdura; la bala de plata, el pentágono como símbolo asociado a la licantropía, la trasformación en noches de luna llena o la presencia del zíngaro Bela (un correcto Bela Lugosi) son elementos que pertenecen a una iconografía que ha perdurado hasta nuestros días. Filmes como Aullidos (Howling, 1980) de Joe Dante o la sarcástica Cursed (2005) de Wes Craven participan sin complejos de esa matriz iconográfica, discutiblemente veraz pero popularmente aceptada, que sin embargo nos ha acompañado durante años tanto en el cine como -de un modo más escaso- en la literatura. Catalogar las diversas acepciones de la licantropía -en sus múltiples variantes- como elemento literario, e incluso folclorista, nos llevaría a una dispersión excesivamente tentadora, y la disertación nos podría conducir a un abanico de la zoología donde además de lobos aparecieran osos, leopardos, tigres, gatos y un sinfín de 'totems' más o menos esotéricos o brujeriles que incluso en el caso británico nos podría conducir a hablar de brujas mutadas a abejas. Corramos, pués, un tupido velo y derivemos toda esa información extracinematográfica a la recomendación de algunas lecturas que reseñaremos convenientemente al final de este artículo.


La buena acojida de público que obtuvo El hombre lobo halló a uno de sus máximos beneficiarios en la figura de Lon Chaney Jr. , hijo del mítico Lon Chaney. Jr. El actor, poco dotado artísticamente, daría percha a un Larry Talbot bonachón y atormentado. Lejos de aportar matices interesantes, Chaney Jr., instauró un perfil de antihéroe del que continuó alimentandose durante décadas: hiciese el papel que hiciese en el futuro, Jr. siempre sería asociado al atormentado y lelo Larry Talbot. A excepción de pequeños papepeles como su estimable aportación a la serie de películas weird que conformaron Inner Sactum. El hombre lobo se convirtió en en un gran éxito de taquilla gracias a su fórmula de filme instantáneo, directo y de un interesante acabado artístico. Tanta fue su repercusión que incluso productoras rivales como la RKO decidieron abordar la temática licantrópica desde un punto de vista fresco y original, de esa rivalidad de estudios nació un filme tan maravilloso como La mujer pantera(Cat People, 1942) de Jacques Tourneaur u otros intentos clónicos como el perpetrado por la Fox con su cinta The Undying Monster (1942) de John Brahn.

Dejando a un lado este filme fallido, pero de particular poso estético que es El hombre Lobo, nos centraremos, a modo de resumen, en la auténtica joya oculta de las incursiones licantrópicas de la Universal: El lobo Humano. El filme de Stuart Walker, que también inspiró otras rarezas como el filme de Columbia The Catman of París (Lesley Selander, 1946), ofrece esquisitos instantes de horror sugerido.

Hay en El lobo humano espléndidos instantes de fantastique. Un buen ejemplo lo hallamos en la secuencia nocturna del zoológico, magníficamente planificada, con un Wilfred transformado que tras liberar a un lobo de su jaula, se pasea en la lejanía, acechando entre matorrales y vigilando los movimientos de su futura presa. La víctima, una pobre chica que se maquilla en un banco de piedra en todo momento da la espalda al peligro. El espectador observa en todo instante las tribulaciones del asesino y la inminencia del ataque. Por un instante, el realizador inserta un plano detalle del rostro del hombre lobo reflejado en el pequeño espejo de la polvera de la chica para después, retomar el plano general y, en el momento en que la chica huye aterrorizada, fuera de plano, la bestia le agrede sin piedad.

El lobo humano ha sido durante años una obra de culto difícil de encontrar en el mercado del video. Por suerte, y para gran alegría de los aficionados al cine de terror clásico, la Universal editó en el 2005 un pack de películas en formato DVD que incluye. además de El lobo humano, El hombre lobo, La loba humana (She-Wolf of London,1946), de Jean Yarbrought y Frankenstein y el hombre lobo (Frankenstein meets the Wolf Man,1943), de Roy William Neill. Respecto a estos dos últimos títulos, auténticas rarezas de las cavernas de la Universal, mi consejo es disfrutarlos con cierto distanciamiento, mucho cariño y una buena dosis de sentido del humor. En cuanto a los contenidos extras cabe destacar un delicioso reportaje sobre hombres lobo presentado por John Landis.

Más allá de la citada La loba humana. Pobre incursión cinematográfica de perfil detectivesco y los cócktails de mostruos como Frankestein y El hombre lobo, La zíngara y los monstruos (House of Frankenstein,1944) y La mansión de Drácula (House of Dracula, 1945), el cine sobre seres humanos mutados en bestias tuvo otra peculiar aportación en el seno de la Universal, nada menos que a través de una trilogía sobre una mujer mono. Captive Wild Woman (Edward Dmytrick, 1942), resultó un filme excesivamente monocorde que a pesar de su interesante aroma a serie B no acababa de encontrar un equilibrio en su mezcla de cine de aventuras exóticas y erotismo desgasado. La trilogía, que se completó con Jungle Woman (Reginald Le Borg, 1944) y Jungle Captive (Donald Young, 1945) más allá de ser recordada por sus méritos o deméritos cinematográficos, dejaría como legado uno de esos exquisitos trabajos de Jack Pierce, toda una leyenda del séptimo arte.

Fuera del apartado de mutaciones con tintes darwinianos, cabe señalar, que la figura del hombre lobo no enoontraría un vehículo digno para lucir en su mayor esplendor en ningún título posterior de la Universal. La comedia terrorífica Agárrame ese fantasma (Hold That Gosht, 1941) de Arthur Lubin, reforzaría ese otro falso tópico del hombre lobo como enemigo de Drácula, que ha perdurado hasta un filme tan deleznable como Van Helsing(2004) de Stephen Sommers. La productora retomaría el mito en 1973 de la mano del solvente realizador Nathan J, Juran con El niño que lloraba al hombre lobo (The Boy Who Cried Werewolf), uno de los últimos intentos dignos por recuperar en todo su esplendor la figura del licántropo.

  • [1]. El Doctor Yogami está interpretado por Warned Oland, rostro bien conocido por encarnar en diversas ocasiones al detective Charlie Chan para la productora Fox.

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  • [2]. Tampoco podemos perder de vista la influencia del extraordinario filme dirigido por Robert Mamoullian en 1932 para la Paramount, El hombre y el monstruo.

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  • [3]. En contra de lo que se piensa, el hombre lobo es un mito fascinante y lleno de posibilidades. Un buen modo de adentrarse en ese territorio tan vasto y tan poco explorado es recurriendo a la lectura de la que -a mi modo de entender- es la Biblia de la licantropía: El libro de los hombres lobo (Información sobre una superstición terrible) de Sabine Baring-Gould editado por Valdemar Gótica.

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    Lecturas recomendadas:
    El libro de los hombres lobo (Información sobre una superstición terrible). Sabine Baring-Gould. Editorial Valdemar. Colección Gótica


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