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publicado el 5 de octubre de 2006

Caza menor

Marcos Vieytes |
Luego de una disputa por tierras que John Bell, próspero terrateniente y padre ejemplar de tres hijos, le ha ganado bajo el cómplice amparo de la ley a una mujer gorda, gritona, bastante sucia y desacreditada dentro de la incipiente sociedad de entonces, empiezan a pasar algunas cosas bastante raras en su casa. Raras, o más bien escalofriantes. Una noche su hija despierta a los gritos pues asegura haber percibido una presencia hostil en su dormitorio y ante el asombro de hermano y padre, quienes en un principio dudan de su cordura, son testigos de un episodio inexplicable y terrible. De inmediato, el padre atribuye el suceso a la maldición que la viuda despojada echó sobre su familia cuando saliera de los tribunales. La mala fama de bruja que el pueblo acumula sobre dicha mujer no contribuye en nada a calmarlo. Como ya se habrán imaginado, los elementos sociales y el título original de la película, An american haunting, nos hacen pensar en un enfoque similar al de Las brujas de Salem. Pero Maleficio opta por no frecuentar el espacio público para refugiarse en el interior de la casa perturbada por esa extraña presencia, y la caza en cuestión es la de un fantasma cuya inasible sombra desvela cada vez con menos disimulo a la sociedad estadounidense actual.

Maleficio opta por no frecuentar el espacio público para refugiarse en el interior de la casa perturbada por esa extraña presencia, y la caza en cuestión es la de un fantasma cuya inasible sombra desvela cada vez con menos disimulo a la sociedad estadounidense actual.

Como si fuera una versión histórica, aunque descafeinada, de aquella hiperrealista y tenebrosa película con Barbara Hershey llamada El ente o de la más famosa El exorcista, Maleficio transcurre la mayor parte del tiempo en la habitación de Betsy, la niña-mujer que es víctima de los abusos, además de en la cocina, la sala y los alrededores de la propiedad. A su alrededor se reúnen la madre (Sissy Spacek), el hermano, un clérigo más preparado para tomar unas copas y pasar la noche junto al fuego que para exorcizarla, un maestro que representa el impotente saber científico y está cada vez más enamorado de la muchacha, y el padre (Donald Sutherland). Promediando la película, este último también comienza a ser objeto de violencias espirituales mientras la salud de Betsy languidece. El dictamen de las negras que trabajan en la casa asegura una muerte dolorosa por brujería. Hasta allí ni el zoom, ni los efectos de sonido, ni las subjetivas del ente a pura steady-cam son muy felices que digamos, pero la concentración de ese grupo de gente en un mismo ámbito, compartiendo días y noches en pos de un propósito común que se revela superior a sus fuerzas e inteligencia, son por lejos lo más interesante de la película.

Es para lamentar que el último tramo, más un grueso epílogo contemporáneo que manifiesta la obsesión americana con el pecado original transmutado en horror hacia la pérdida de la inocencia, socave nuestra confianza en el film tan trabajosamente levantada y revele a Maleficio como una película incrédula. Claro que ello no sería necesariamente malo si tenemos en cuenta que la gran mayoría del cine de terror que consumimos es ateo. El problema es que Maleficio nos oculta su falta de fe en el misterio, espiritual o estético, casi hasta el final. Vale decir que siete u ocho minutos antes de que termine, tira por tierra todo aquello en que nos hizo creer durante el resto de la película, para resolver extemporáneamente los enigmas. De modo que Maleficio es una película falsa, cobarde. Una película que no cree ni siquiera en sí misma. ¿Cómo va a conseguir, entonces, que los espectadores creamos en ella? Quizás la única manera posible consista en abandonarse a las sensaciones de encierro y familiaridad que provoca durante buena parte de su metraje, gozar de los viejos pero hermosos Sutherland y Spacek o de los ojos increíbles de Rachel Hurd-Wood, ya vista en Peter Pan, y dejarse llevar por la sugestiva dirección de arte que nos ubica en el sur profundo de los Estados Unidos de hace doscientos años. Lo demás es tan fraudulento como el maleficio en cuestión.


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