publicado el 3 de junio de 2005
Lluís Rueda | La venganza de los Sith es un filme hipotecado en varios sentidos. Primero porque es el episodio tercero de una saga de seis y, por tanto, la pieza restante del puzzle. Es un episodio puente que como tal debe dejar atados todos los elementos narrativos que desembocan en la original historia rodada por el mismo Lucas en 1977. Star Wars. Episodio III. La venganza de los Sith es un filme que especula indisimuladamente con la espectativa de una secuencia final: la génesis de Darth Vader. Esta nueva entrega a menudo se ve perjudicada por su ambicioso trabajo de producción -a años luz de la fisicidad de los decorados de La guerra de las galaxias o El imperio contrataca-, y es que el abaratamiento que conllevan los programas de animación utilizados por Industrial Light and Magic aún no parecen haber llegado a ese punto de perfección al que apuntaban hace algunos años: es palpable en el filme la ausencia de la profundidad de campo y los escasos recursos en el apartado de fotografía.
Y todo eso puede gustar más o menos, pero lo cierto es que casi nunca el fin justifica los medios y la película que nos conduce hasta ese momento capital en la vida de todo starwarsmaníaco que se precie no es una obra maestra de la ciencia ficción ni del cine aventuresco. La campaña publicitaria es clara, La venganza de los Sith busca un reclamo emocional que llame a los cines a dos generaciones bien diferenciadas de espectadores, la primera de las cuales -me refiero a los fans de la saga original- difícilmente pueden empatizar con los nuevos personajes.
La venganza de los Sith es un filme propenso a los fuegos de artificio que recurre a su potente iconografía para ocultar ciertas carencias. Tras su puesta de largo operística se esconde un hálito shakespieriano de baja estofa y un escaso sentido de la dramaturgia escénica.
Es inegable que a Lucas le salió un filme estupendo con el primer episodio y no es menos cierto que fue lo suficientemente inteligente como para dejar las funciones de realizador para su secuela y centrarse en las tareas de producción: el resultado fue una gran película de aventuras y una de las más reputadas space operas de la historia del cine, me refiero, claro está, al mejor filme de la saga, El Imperio contrataca. Quiero decir con esto que Lucas es esencialmente un gran productor, un hombre de industria que cuando delega en un realizador de talento saca lo mejor de sí mismo. Hay está su alianza con Steven Spielberg y la maravillosa saga de Indiana Jones.
La venganza de los Sith, como las otras películas de la saga, sigue a pies juntillas el primitivo esquema de los viejos seriales de Flash Gordon que tanto entusiasmaban al joven Lucas, es decir la sucesión de duelos entre héroes y villanos con un reiteritivo montaje en paralelo y abundancia de planos de transición de índole romántica o conspirativa. De entre esos duelos a espada de luz que nos ofrece en esta última entrega, los hay más lucidos, como el que enfrenta a Mace Midu con el canciller Palpatine, o el que tiene como protagonistas a Obi Wan Kenobi y a Anakin Skywalker, pero también los hay ridículamente cartoonianos como los protagonizados por el maestro Yoda y si me apuran, ostentosos e interminables, como el que enfrenta al maestro jedi Kenobi y al “glamuroso” Grievous.
Conviene llamar a las cosas por su nombre y, por tanto, cabe decir que el vínculo sentimental que muchos sentimos por el universo de Star Wars no debería enturbiar nuestro sentido crítico: La venganza de los Sith es un filme propenso a los fuegos de artificio que recurre a su potente iconografía para ocultar ciertas carencias. Tras su puesta de largo operística se esconde un hálito shakespieriano de baja estofa (con diálogos de juzgado de guardia) y un escaso sentido de la dramaturgia escénica. El realizador utiliza vacuas coartadas sentimentales para justificar el tránsito al lado oscuro de la Fuerza por parte de Anakin Skywalker y, en su afán por abarcar campos tan esquivos a su talento como el melodrama, pierde una opotunidad única para desarrollar la “abstracta” idea del lado oscuro y todas las posibilidades cinematográficas que podrían derivar de ella.
El realizador utiliza vacuas coartadas sentimentales para justificar el tránsito al lado oscuro de la Fuerza por parte de Anakin Skywalker y, en su afán por abarcar campos tan esquivos a su talento como el melodrama, pierde una opotunidad única para desarrollar la “abstracta” idea del lado oscuro.
Una de las ideas más interesantes de La guerra de las Galaxias fue utilizar la estrella de la muerte como icono de poder, majestuosidad y funesta pompa del Imperio y el impacto visual y metafórico resultó tan efectivo como brillante. Esa síntesis cinematográfica, a la hora de economizar el desarrollo narrativo, es algo impensable en La venganza de los Sith, un filme que se excede en acumulación de escenarios y personajes: su afán por retratar hasta la charca más recóndita del universo parece obedecer a un último intento por ampliar el catálogo de merchandising.
El tono de esta nueva entrega es más oscuro en lo narrativo –cosa de agradecer–, y como mínimo se le ha de reconocer el esfuerzo por mostrarnos los entresijos del alma atormentada de Anakin Skywalker. Quizás el tramo más intereasante, la última media hora de la película-, sea la que mejor define esa voluntad de madurez del cine de Lucas. A un realizador capaz de idear secuencias como aquella en que Anakin -fuera de campo- asesina a un grupo de niños aprendices de jedi, deberíamos exigirle más. Hay buenos instantes en el cine de Lucas, como la secuencia del ascensor protagonizada por Anakin y Kenobi en Coruscant al principio del filme, pero a veces da la sensación de que Lucas se ha vuelto un realizador vago, un funcionario de su propio cine y de su propio universo. La venganza de los Sith es, en general, un filme ebrio de gratuidad infográfica y francamente descuidado en el plano interpretativo, una reiterativa plasmación de la lucha entre el bien y el mal que no acaba de sacar todo el partido que debería a los aspectos más ambigüos de sus personejes (por ejemplo la atracción que Obi Wan Kenobi siente por la joven Padmé).
Pero siendo algo más condescendientes, al fin y al cabo la simpatía por el universo de Star Wars procura que enjuicies los resultados desde una perspectiva más anímica que cerebral, debemos resaltar lo positivo, la saga llega a su fin y el fenómeno social es un hecho, Star Wars es un referente cultural innegable. En la balanza de lo positivo, esta última entrega nos ha regalado la presencia estimable de Ian McDiarmid, encarnando maravillosamente al villano Canciller Palpatine, y otra partitura magistral de John Willians, por poner dos ejemplos de consenso.